Homero, textos

Homero

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Homer. The Odyssey with an English. Translation by A.T. Murray. Cambridge, MA., Harvard University Press; 1919.

Homero. Odisea. Versión y prólogo de Carlos García Gual. Alizanza Editorial. Madrid, 2004.

Homer. L’Odissea. Novament traslladada en versos catalans per Carles Riba.Editorial Alpha. Barcelona, 1953

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Canto I.

[Concilio de los Dioses. Exhortación de Atenea a Telémaco].

Ἄνδρα μοι ἔννεπε, μοῦσα, πολύτροπον, ὃς μάλα πολλὰ

πλάγχθη, ἐπεὶ Τροίης ἱερὸν πτολίεθρον ἔπερσεν·

πολλῶν δ᾽ ἀνθρώπων ἴδεν ἄστεα καὶ νόον ἔγνω,

πολλὰ δ᾽ ὅ γ᾽ ἐν πόντωι πάθεν ἄλγεα ὃν κατὰ θυμόν,

ἀρνύμενος ἥν τε ψυχὴν καὶ νόστον ἑταίρων.

ἀλλ᾽ οὐδ᾽ ὣς ἑτάρους ἐρρύσατο, ἱέμενός περ·

αὐτῶν γὰρ σφετέρηισιν ἀτασθαλίηισιν ὄλοντο,

νήπιοι, οἳ κατὰ βοῦς Ὑπερίονος Ἠελίοιο

ἤσθιον· αὐτὰρ ὁ τοῖσιν ἀφείλετο νόστιμον ἦμαρ.

τῶν ἁμόθεν γε, θεά, θύγατερ Διός, εἰπὲ καὶ ἡμῖν.

Háblame, Musa, del hombre de múltiples tretas que por muy largo tiempo anduvo errante, tras haber arrasado la sagrada ciudadela de Troya, y vio las ciudades y conoció el modo de pensar de numerosas gentes. Muchas penas padeció en alta mar él en su ánimo, defendiendo su vida y el regreso de sus compañeros. Mas ni aun así los salvó por más que lo ansiaba. Por sus locuras, en efecto, las de ellos, perecieron, ¡insensatos!, que devoraron las vacas de Helios Hiperión. De esto, parte al menos, diosa hija de Zeus, cuéntanos ahora a nosotros.

Conta’m, Musa, aquell home de gran ardit, que tantíssim

errà, després que de Troia el sagrat alcàsser va prendre;

de molts pobles veié les ciutats, l’esperit va conèixer;

molts de dolors el que és ell, pel gran mar patí en el seu ànim,

fent per guanyà’ el seu alè i el retorn de la colla que duia;

mes ni així els companys no salvà, tanmateix desitjant-ho,

car tots ells es perderen per llurs mateixes follies,els insensats!

que les vaques del Sol, el Fill de l’Altura,van menjar-se;

i el déu va llevar-los el dia en què es torna.Parla’ns-en,

filla de Zeus, des d’on vulguis, també a nosaltres.

Canto XII

[Las sirenas. Escila y Caribdis. La Isla del Sol. Ogigia.]

1 - 15 Después de que la nave, dejando la corriente del río Océano1, llegó a las olas del vasto mar y a la isla Eea -donde están la mansión y las danzas de Eos2, hija de la mañana, y el orto3 de Helios, la sacamos a la arena, después de saltar a la playa, nos entregamos al sueño, y aguardamos la aparición de la divina Eos. Cuando se descubrió la hija de la mañana, Eos de rosáceos dedos, envié a algunos compañeros a la morada de Circe4 para que trajesen el cadáver del difunto Elpénor5. Luego cortamos troncos y, afligidos y vertiendo abundantes lágrimas, celebramos las exequias en el lugar más eminente de la orilla. Y no bien hubimos quemado el cadáver y las armas del difunto, le erigimos un túmulo, con su correspondiente cipo6, y clavamos en la parte más alta el remo.

16 Mientras en tales cosas nos ocupábamos, Circe descubrió nuestra llegada del Hades, y se atavió y vino muy presto con criadas que traían pan, mucha carne y vino rojo, de color de fuego.

20 Y puesta en medio de nosotros, dijo así la divina entre las diosas:

21 —¡Oh desdichados, que viviendo aún, bajasteis a la morada de Hades7, y habréis muerto dos veces cuando los demás hombres mueren una sola. Quedaos aquí, y comed manjares y bebed vino, todo el día de hoy; pues así que despunte la aurora volveréis a navegar, y yo os mostraré el camino y os indicaré cuanto sea preciso para que no padezcáis, a causa de una maquinación funesta, ningún infortunio ni en el mar ni en la tierra firme.

28 Así dijo; y nuestro ánimo generoso se dejó persuadir. Y ya todo el día, hasta la puesta del sol, estuvimos sentados, comiendo carne en abundancia y bebiendo dulce vino.

31 Apenas el sol se puso y sobrevino la obscuridad, los demás se acostaron junto a las amarras del buque. Pero a mí Circe me cogió de la mano, me hizo sentar separadamente de los compañeros y, acomodándose cerca de mí, me preguntó cuanto me había ocurrido; y yo se lo conté por su orden. Entonces me dijo estas palabras la veneranda Circe:

37 —Así, pues, se han llevado a cumplimiento todas estas cosas. Oye ahora lo que voy a decir y un dios en persona te lo recordará más tarde. Llegarás primero a las sirenas, que encantan a cuantos hombres van a su encuentro. Aquel que imprudentemente se acerca a ellas y oye su voz, ya no vuelve a ver a su esposa ni a sus hijos pequeñuelos rodeándole, llenos de júbilo, cuando torna a sus hogares; sino que le hechizan las sirenas con el sonoro canto, sentadas en una pradera y teniendo a su alrededor enorme montón de huesos de hombres putrefactos cuya piel se va consumiendo. Pasa de largo y tapa las orejas de tus compañeros con cera blanda, previamente adelgazada, a fin de que ninguno las oiga; mas si tú desearas oírlas, haz que te aten en la velera embarcación de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil, y que las sogas se liguen al mismo; y así podrás deleitarte escuchando a las sirenas. Y caso de que supliques o mandes a los compañeros que te suelten, átente con más lazos todavía.

55 Después que tus compañeros hayan conseguido llevaros más allá de las Sirenas, no te indicaré con precisión cuál de los dos caminos te cumple recorrer; considéralo en tu ánimo, pues voy a decir lo que hay a entrambas partes. A un lado se alzan peñas prominentes, contra las cuales rugen las inmensas olas de la ojizarca Anfitrite8; llámanlas Erráticas los bienaventurados dioses. Por allí no pasan las aves sin peligro, ni aun las tímidas palomas que llevan la ambrosía al padre Zeus; pues cada vez la lisa peña arrebata alguna y el padre manda otra para completar el número. Ninguna embarcación de hombres pudo escapar a salvo; pues las olas del mar y las tempestades, cargadas de pernicioso fuego, se llevan juntamente las tablas del barco y los cuerpos de los hombres. Tan sólo logró doblar aquellas rocas una nave surcadora del ponto9, Argo10, por todos tan celebrada, al volver del país de Eetes; y también a ésta habríala estrellado el oleaje contra las grandes peñas, si Hera no la hubiese hecho pasar junto a ellas por su afecto a Jasón.

73 Al lado opuesto hay dos escollos. El uno alcanza al anchuroso cielo con su pico agudo, coronado por el pardo nubarrón que jamás le suelta; en términos que la cima no aparece despejada nunca, ni siquiera en verano, ni en otoño. Ningún hombre mortal, aunque tuviese veinte manos e igual número de pies, podría subir al tal escollo ni bajar de él, pues la roca es tan lisa que semeja pulimentada.

80 En medio del escollo hay un antro sombrío que mira al ocaso, hacia el Erebo11, y a él enderezaréis el rumbo de la cóncava nave, preclaro Odiseo. Ni un hombre joven, que disparara el arco desde la cóncava nave, podría llegar con sus tiros a la profunda cueva. Allí mora Escila12, que aúlla terriblemente, con voz semejante a la de una perra recién nacida, y es un monstruo perverso a quien nadie se alegrará de ver, aunque fuese un dios el que con ella se encontrase. Tiene doce pies, todos deformes, y seis cuellos larguísimos, cada cual con una horrible cabeza en cuya boca hay tres hileras de abundantes y apretados dientes, llenos de negra muerte. Está sumida hasta la mitad del cuerpo en la honda gruta, saca las cabezas fuera de aquel horrendo báratro y, registrando alrededor del escollo, pesca delfines, perros de mar, y también, si puede cogerlo, alguno de los monstruos mayores que cría en cantidad inmensa la ruidosa Anfitrite.

98 Por allí jamás pasó embarcación cuyos marineros pudieran gloriarse de haber escapado indemnes; pues Escila les arrebata con sus cabezas sendos hombres de la nave de azulada proa.

101 El otro escollo es más bajo y lo verás Odiseo, cerca del primero; pues hállase a tiro de flecha. Hay ahí una higuera grande y frondosa, y a su pie la divina Caribdis13 sorbe la turbia agua. Tres veces al día la echa fuera y otras tantas vuelve a sorberla de un modo horrible. No te encuentres allí cuando la sorbe pues ni el que sacude la tierra podría librarte de la perdición. Debes, por el contrario, acercarte mucho al escollo de Escila y hacer que tu nave pase rápidamente; pues mejor es que eches de menos a sus compañeros que no a todos juntos.

111 Así se expresó; y le contesté diciendo: —Oh diosa, háblame sinceramente. Si por algún medio lograse escapar de la funesta Caribdis, ¿podré rechazar a Escila cuando quiera dañar a mis compañeros?

115 Así le dije, y al punto me respondió la divina entre las diosas:

116 —¡Oh, infeliz! ¿Aún piensas en obras y trabajos bélicos, y no has de ceder ni ante los inmortales dioses? Escila no es mortal, sino una plaga imperecedera, grave, terrible, cruel e ineluctable14. Contra ella no hay que defenderse; huir de su lado es lo mejor. Si, armándote, demorares junto al peñasco, temo que se lanzará otra vez y te arrebatará con sus cabezas sendos varones. Debes hacer, por tanto, que tu navío pase ligero, e invocar, dando gritos, a Crateis, madre de Escila, que les parió tal plaga a los mortales y ésta la contendrá para que no os acometa nuevamente.

127 Llegarás más tarde a la isla de Trinacia15, donde pacen las muchas vacas y pingües ovejas de Helios. Siete son las vacadas, otras tantas las hermosas greyes de ovejas, y cada una está formada por cincuenta cabezas. Dicho ganado no se reproduce ni muere y son sus pastoras dos deidades, dos ninfas de hermosas trenzas: Faetusa y Lampetia; las cuales concibió de Helios Hiperión la divina Neera.

134 La veneranda madre, después que las dio a luz y las hubo criado, llevólas a la isla de Trinacia, allá muy lejos, para que guardaran las ovejas de su padre y las vacas de retorcidos cuernos. Si a éstas las dejaras indemnes, ocupándote tan sólo en preparar tu regreso, aun llegaríais a Itaca, después de pasar muchos trabajos; pero, si les causares daño, desde ahora te anuncio la perdición de la nave y la de tus amigos. Y aunque tú escapes, llegarás tarde y mal a la patria, después de perder todos los compañeros.

142 Así dijo; y al punto apareció Eos, de áureo solio16. La divina entre las diosas se internó en la isla, y yo, encaminándome al bajel, ordené a mis compañeros que subieran a la nave y desataran las amarras. Se embarcaron y, sentándose por orden en los bancos, comenzaron a batir con los remos el espumoso mar.

148 Por detrás de la nave de azulada proa soplaba prospero viento que henchía las velas; buen compañero que nos mandó Circe, la de lindas trenzas, deidad poderosa, dotada de voz. Colocados los aparejos cada uno en su sitio, nos sentamos en la nave, que era conducida por el viento y el piloto. Entonces alcé la voz a mis compañeros, con el corazón triste, y les hablé de este modo:

154 —¡Oh amigos! No conviene que sean únicamente uno o dos quienes conozcan los vaticinios que me reveló Circe, la divina entre las diosas; y os los voy a referir para que, sabedores de ellos, o muramos o nos salvemos, librándonos de la muerte y de la Moira17. Nos ordena lo primero rehuir la voz de las divinas sirenas y el florido prado en que éstas moran. Manifestóme que tan solo yo debo oírlas; pero atadme con fuertes lazos, de pie y arrimado a la parte inferior del mástil -para que me esté allí sin moverme-, y las sogas láguense al mismo. Y en el caso de que os ruegue o mande que me soltéis, atadme con más lazos todavía.

165 Mientras hablaba, declarando estas cosas a mis compañeros, la nave, bien construida llegó muy presto a la isla de las sirenas, pues la empujaba favorable viento. Desde aquel instante echóse el viento y reinó sosegada calma, pues algún numen18 adormeció las olas. Levantáronse mis compañeros, amainaron19 las velas y pusiéronlas en la nave; y, habiéndose sentado nuevamente en los bancos, emblanquecían el agua, agitándola con los remos de pulimentado abeto.

173 Tomé al instante un gran pan de cera y lo partí con el agudo bronce en pedacitos, que me puse luego a apretar con mis robustas manos. Pronto se calentó la cera, porque hubo de ceder a la gran fuerza y a los rayos del soberano Helios Hiperiónida, y fui tapando con ella los oídos de todos los compañeros. Atáronme éstos en la nave, de pies y manos, derecho y arrimado a la parte inferior del mástil; ligaron las sogas al mismo; y, sentándose en los bancos, volvieron a batir con los remos el espumoso mar.

181 Hicimos andar la nave muy rápidamente. y, al hallarnos tan cerca de la orilla que allá pudieran llegar nuestras voces, las sirenas descubrieron que la ligera embarcación navegaba a poca distancia y empezaron un sonoro canto:

184 —¡Célebre Odiseo, gloria insigne de los aqueos! Acércate y detén la nave para que oigas nuestra voz. Nadie ha pasado en su negro bajel sin que oyera la suave voz que fluye de nuestra boca; sino que se van todos después de recrearse con ella, sabiendo más que antes; pues sabemos cuántas fatigas padecieron en la vasta Troya argivos y teucros20, por la voluntad de los dioses, y conocemos también todo cuanto ocurre en la fértil tierra.

192 Esto dijeron con su hermosa voz. Sintióse mi corazón con ganas de oírlas, y moví las cejas, mandando a los compañeros que me desatasen; pero todos se inclinaron y se pusieron a remar. Y, levantándose al punto Perimedes y Euríloco, atáronme con nuevos lazos, que me sujetaban más reciamente. Cuando dejamos atrás las sirenas y ni su voz ni su canto se oían ya, quitáronse mis fieles compañeros la cera con que había yo tapado sus oídos y me soltaron las ligaduras.

201 Al poco rato de haber dejado atrás la isla de las sirenas, vi humo e ingentes olas y percibí fuerte estruendo. Los míos, amedrentados, hicieron volar los remos, que cayeron con gran fragor en la corriente; y la nave se detuvo porque ya las manos no batían los largos remos.

206 A la hora anduve por la embarcación y amonesté a los compañeros, acercándome a ellos y hablándoles con dulces palabras:

208 —¡Oh amigos! No somos novatos en padecer desgracias y la que se nos presenta no es mayor que la experimentada cuando el Ciclope, valiéndose de su poderosa fuerza, nos encerró en la excavada gruta. Pero de allí nos escapamos también por mi valor, decisión y prudencia, como me figuro que todos recordaréis. Ahora, hagamos todos lo que voy a decir. Vosotros, sentados en los bancos, batid con los remos las grandes olas del mar, por si acaso Zeus nos concede que escapemos de esta desgracia, librándonos de la muerte.

217 Y a ti, piloto, voy a darte una orden que fijarás en tu memoria puesto que gobiernas el timón de la nave. Apártala de ese humo y de esas olas, y procura acercarla al escollo, no sea que la nave se lance allá, sin que tú lo adviertas, y a todos nos lleves a la ruina.

222 Así les dije, y obedecieron sin tardanza mi mandato. No les hablé de Escila, azar inevitable, para que los compañeros no dejaran de remar, escondiéndose dentro del navío.

226 Olvidé entonces la penosa recomendación de Circe de que no me armase de ningún modo; y, poniéndome la magnífica armadura, tomé dos grandes lanzas y subí al tablado de proa, lugar desde donde esperaba ver primeramente a la pétrea Escila que iba a producir tal estrago en mis compañeros. Mas no pude verla en lado alguno y mis ojos se cansaron de mirar a todas partes registrando la oscura peña.

234 Pasábamos el estrecho llorando, pues a un lado estaba Escila y al otro la divina Caribdis, que sorbía de horrible manera la salobre agua del mar. Al vomitarla dejaba oír sordo murmurio, revolviéndose toda como una caldera que está sobre un gran fuego, y la espuma caía sobre las cumbres de ambos escollos. Mas, apenas sorbía la salobre agua del mar, mostrábase agitada interiormente, el peñasco sonaba alrededor con espantoso ruido y en lo hondo se descubría la tierra mezclada con cerúlea arena. El pálido temor se enseñoreó de los míos, y mientras contemplábamos a Caribdis, temerosos de la muerte, Escila me arrebato de la embarcación los seis compañeros que más sobresalían por sus manos y por su fuerza. Cuando quise volver los ojos a la velera nave y a los amigos, ya vi en el aire los pies y las manos de los que eran arrebatados a lo alto y me llamaban con el corazón afligido, pronunciando mi nombre por la vez postrera.

251 De la suerte que el pescador, al echar desde un promontorio el cebo a los pececillos valiéndose de la luenga caña, arroja al ponto el cuerno de un toro montaraz y así que coge un pez lo saca palpitante de esta manera, mis compañeros, palpitantes también, eran llevados a las rocas y allí, en la entrada de la cueva, devorábalos Escila mientras gritaban y me tendían los brazos en aquella lucha horrible. De todo lo que padecí peregrinando por el mar, fue este espectáculo el más lastimoso que vieron mis ojos.

260 Después que nos hubimos escapado de aquellas rocas, de la horrenda Caribdis y de Escila, llegamos muy pronto a la intachable isla del dios, donde estaban las hermosas vacas de ancha frente, y muchas pingües ovejas de Helios, hijo de Hiperión.

1 río Océano era un enorme río que circundaba el mundo.

2 Eos, en la mitología griega era la diosa de la aurora, que salía de su hogar al borde del océano para anunciar a su hermano Helios, el Sol.

3 orto, salida o aparición del Sol o de otro astro por el horizonte.

4 Circe era una diosa y hechicera que vivió en la isla de Eea

5 Elpénor es un miembro de la tripulación de las naves de Odiseo. Es un remero, el más joven de todos los compañeros y uno de los que Circe transforma en cerdo. La noche anterior a la partida de Odiseo y los suyos, Elpénor se excede con el vino y duerme en el tejado del palacio de la maga. A la mañana siguiente cae desde lo alto y muere.

6 cipo, pilastra o trozo de columna erigido en memoria de alguna persona difunta.

7 Hades alude al antiguo inframundo griego.

8 Anfitríte era una antigua diosa del mar tranquilo, que se convertiría en consorte de Poseidón

9 ponto, 'el mar'.

10 Argo el nombre de la nave en que Jasón y sus compañeros argonautas navegaron desde Yolco en busca del vellocino de oro.

11 Erebo era un dios primordial, personificación de la oscuridad y la sombra, que llenaba todos los rincones y agujeros del mundo.

12 Escila era un monstruo marino, que anteriormente había sido una hermosa ninfa. Escila y Caribdis estaban situados en orillas opuestas de un estrecho canal de agua, tan cerca que los marineros intentando evitar a Caribdis pasarían muy cerca de Escila y viceversa. La tradición identificó a este lugar con el Estrecho de Mesina, entre Italia y Sicilia.

13 Caribdis es un horrible monstruo marino, que tragaba enormes cantidades de agua tres veces al día y las devolvía otras tantas veces, adoptando así la forma de un remolino que devoraba todo lo que se ponía a su alcance.

14 ineluctabe, se dice de aquello contra lo cual no puede lucharse; inevitable.

15 Trinacia es Sicilia

16. solio, trono, silla real con dosel.

17 Las Moiras eran las personificaciones del destino. Sus equivalentes en la mitología romana eran las Parcas o Fata.

18 numen, cualquiera de los dioses de la mitología clásica.

19 amainar, recoger en todo o en parte las velas de una embarcación.

20 teucro, natural de Troya.

Canto XXIII.

[Penélope reconoce a Ulises]

209 —No te enojes conmigo, Odiseo, ya que eres en todo el más circunspecto de los hombres y las deidades nos enviaron la desgracia y no quisieron que gozásemos juntos de nuestra mocedad, ni que juntos llegáramos al umbral de la vejez. Pero no te enfades conmigo, ni te irrites si no te abracé, como ahora tan pronto como estuviste en mi presencia; que mi ánimo acá dentro del pecho, temía horrorizado que viniese algún hombre a engañarme con sus palabras, pues son muchos los que traman perversas astucias. La argiva1 Helena2, hija de Zeus, no se hubiera juntado nunca en amor y cama con un extraño, si hubiese sabido que los belicosos aqueos habían de traerle nuevamente a su casa y a su patria tierra. Algún dios debió incitarla a ejecutar aquella vergonzosa acción; pues antes nunca había pensado cometer la deplorable falta que fue el origen de nuestras penas. Ahora, como acabas de referirme las señales evidentes de nuestra cama, que no vio mortal alguno sino solos tú y yo, y una esclava, Atoris, que me había dado mi padre al venirme acá y custodiaba la puerta de nuestra sólida estancia, has logrado dar el convencimiento a mi ánimo, con tenerlo yo tan obstinado.

231 Diciendo de esta guisa, acrecentóle el deseo de sollozar; y Odiseo lloraba, abrazado a su dulce y honesta esposa. Así como la tierra aparece grata a los que vienen nadando porque Poseidón les hundió en el ponto3 la bien construida embarcación, haciéndola juguete del viento y del gran oleaje; y unos pocos, que consiguieron salir nadando del espumoso mar al continente, lleno el cuerpo de suciedad, pisan la tierra muy alegres porque se ven libres de aquel infortunio: pues de igual manera le era agradable a Penelope la vista del esposo y no le quitaba del cuello los níveos4 brazos. Llorando los hallara Eos5 de rosáceos dedos, si Atenea, la deidad de ojos de lechuza, no hubiese ordenado otra cosa; alargó la noche, cuando ya tocaba a su término, y detuvo en el Océano a Eos de áureo trono no permitiéndole uncir los caballos de pies ligeros que traen la luz a los hombres, Lampo y Faetonte, que son los corceles que conducen a Eos.

247 Y entonces dijo a su mujer el ingenioso Odiseo:

248 —¡Mujer! Aun no hemos llegado al fin de todos los trabajos, pues falta otra empresa muy grande, larga y difícil, que he de llevar a cumplimiento. Así me lo vaticinó el alma de Tiresias6 el día que bajé a la morada de Hades procurando la vuelta de mis compañeros y la mía propia. Mas, vámonos a la cama para que, acostándonos, nos regalemos con el dulce sueño.

256 Respondióle la discreta Penelope:

257 —El lecho lo tendrás cuando a tu ánimo le parezca bien, ya que los dioses te hicieron tornar a tu casa bien construida y a tu patria tierra. Mas, puesto que pensaste en ese trabajo, por haberte sugerido su memoria alguna deidad, explícame en qué consiste; me figuro que más tarde lo tengo de saber y no será malo que me entere desde ahora.

263 Respondióle el ingenioso Odiseo:

264 —¡Desdichada! ¿Por qué me incitas tanto, con tus súplicas, a que te lo explique? Voy a declarártelo sin omitir cosa alguna. No se alegrará tu ánimo de saberlo, como yo no me alegro tampoco, pues Tiresias me ordenó que recorriera muchísimas ciudades, llevando en la mano un remo, hasta llegar a aquellos hombres que nunca vieron el mar, ni comen manjares sazonados con sal, ni conocen las naves de purpúreos flancos, ni tienen noticia de los remos que son como las alas de los bajeles. Para ello me dio una señal muy manifiesta, que no te quiero ocultar. Me mandó que, cuando encuentre otro caminante y me diga que voy con un bieldo7 sobre el gallardo hombro, clave en tierra el remo, haga al soberano Poseidón hermosos sacrificios de un carnero, un toro y un verraco8, y vuelva a esta casa donde ofreceré sagradas hecatombes a los inmortales dioses que poseen el anchuroso cielo, a todos por su orden. Me vendrá más adelante, y lejos del mar, una muy suave muerte, que me quitará la vida cuando esté abrumado por placentera vejez y a mi alrededor los ciudadanos serán dichosos. Todas estas cosas aseguró Tiresias que habían de cumplirse.

1 argiva, natural de Argos o de la Argólida.

2. Helena es un personaje de la mitología griega. Considerada hija de Zeus y pretendida por muchos héroes debido a su gran belleza, fue seducida o raptada por Paris, príncipe de Troya, lo que dio origen a la Guerra de Troya.

3. ponto, [poético] 'mar', masa de agua salada en el planeta terrestre.

4. níveo, [poético] de nieve, o semejante a ella.

5. Eos, en la mitología griega era la diosa de la aurora, que salía de su hogar al borde del océano para anunciar a su hermano Helios, el Sol.

6. Tiresias, en la mitología griega, fue un adivino ciego de la ciudad de Tebas. Aparece este adivino en el Canto XI de la Odisea: Odiseo, con el fin de averiguar las circunstancias en que se desarrollará su regreso a Ítaca, viaja al Hades para consultar a Tiresias.

7. bieldo, instrumento para beldar, es decir, para aventar las mieses, legumbres, etc., trilladas, para separar del grano la paja.

8. verraco, 'cerdo'.