Comentario del poema "Para que yo me llame Ángel González"

Cuando Ángel González sube con paso lento a un escenario para leer sus poemas, tose, se mete en la boca un caramelo de menta que no engaña a sus pulmones de fumador, vuelve a toser, da las gracias al público asistente y comienza con unos versos de su primer libro, "Áspero Mundo" (1956). Es, dice el poeta, algo así como su sintonía oficial.

Los versos de que nos habla L. García Montero1 en su novela biográfica sobre Ángel González, Mañana no será lo que Dios quiera, son, efectivamente, los de este poema que nos ocupa (Para que yo me llame Ángel González, seguir enlace)

Áspero Mundo fue premiado con el accésit al premio Adonáis, y publicado en 1956, cuando el autor ya tenía 31 años. Es una obra, pues, de un hombre maduro, de un poeta ya hecho, menos expuesto, por tanto, a cambios e influencias pasajeras. Sin embargo, en este primer libro se recogen poemas anteriores, los que empezó a escribir "desde experiencias casi de adolescente todavía y con un bagaje de lecturas muy incompletas", según él mismo cuenta en la revista Papeles de Son Armadans 2 (junio, 70).

Su amigo Paco Ignacio Taibo, en la introducción de A todo Amor, Antología Personal (Visor, 1997), nos hace un vívido retrato de esa época. Son los años 40 y 50. Justo después de la guerra, Maruja, la hermana de Ángel González, es depurada del magisterio español, y condenada a no poder dar clase a niños asturianos. Encuentra un destino en Páramo del Sil, (León), y a ese pueblo irá a acompañarla su hermano Ángel cuando, a los 17 años, le diagnostiquen tuberculosis. En ese retiro nuestro poeta aprovechará para empezar a estudiar para los exámenes de magisterio, y luego de derecho, que irá a hacer a Oviedo.

Quizá sea en Páramo del Sil donde Ángel González se hace poeta. Desde entonces hasta la aparición de Áspero Mundo, pasan más de diez años, tiempo en que el adolescente madura, en que el poeta se muestra ya, como cuenta su amigo P.I.T., "no cuajado de vanidades del día que se descubrieron poetas", sino un poeta-hombre que se "incluye a sí mismo en lo más esencial y doméstico". Cuando el poeta se reconoce como tal, y se atreve a presentar su obra al premio Adonáis, "ya ha perdido el amor por la gloria del oficio y se ha quedado con lo que el oficio tiene de humilde y penetrante".

A. Sánchez Zamarreño y V. García de la Concha incluyen a Ángel González dentro de la generación de los 50, y trazan de él una evolución hacia los juegos de palabras sorprendentes (como el del inicio de Cementerio en Collioure --Camposanto en Colliure, seguir enlace--), siempre en un "cauce formal de intensificado experimentalismo fónico y eutrapélicoa", que lleva, no obstante, a apoyar una cosmovisión pesimista.

En Áspero Mundo se revelan las claves de la posterior producción de Ángel González. Nos encontramos en esta obra varios ejes temáticos. Por un lado la oposición entre "un acariciado mundo", desvanecido e irrecuperable (la infancia), y el áspero mundo con el que el adulto se ha de enfrentar. En este sentido, la poesía de Ángel González se inserta de lleno en la poesía española de postguerra, que cultivó ampliamente el tema de la añoranza y la nostalgia por un mundo perdido. Sirva como ejemplo la obra de Vicente Aleixandre publicada en los primeros años cuarenta titulada Sombra del paraíso, dominada por la pintura de los paisajes andaluces del sur en los que el poeta vivió su niñez, así como por el melancólico recuerdo de la infancia como una "edad de oro" o como un paraíso del que ya no se goza. No en vano, Leopoldo de Luis ha afirmado que Sombra del paraíso, de Aleixandre, y el libro de Dámaso Alonso Hijos de la ira (seguir enlace: Insomnio de Dámaso Alonso), son las dos grandes deudas que la juventud de postguerra tiene con el 27. El motivo del recuerdo recorre sin duda la poesía española de postguerra, pero al mismo tiempo ejemplifica de un modo claro la coherencia existente a lo largo de toda la trayectoria literaria del poeta que nos ocupa. Así, la memoria vuelve a ser el asunto principal del poema titulado Estampa de invierno, en el que el poeta rememora con dolor los difíciles años de la guerra civil española y se acerca a un tema que los integrantes de la Generación del 50, tanto los narradores como los poetas, han cultivado en sus obras: la potencia del recuerdo para lograr la identidad individual. El modo de tratar esos dos temas (infancia-madurez) también es doble, por lo que tenemos poemas de perspectiva metafísica, en los que el poeta es un ser perdido a merced del tiempo; y otros poemas con una perspectiva histórica cercana, en los que el poeta se presenta bien enraizado en este mundo.

Pero es en Para que yo me llame Ángel González donde las vemos expresadas por primera vez. Ángel González es consciente en todo momento de los dos grandes fracasos del ser humano: uno, ante la historia, limitación temporal ante la que no cabe sino resignarse con humor; y el otro gran fracaso es la limitación absoluta ante la muerte, sin tener, además, el consuelo de la religión. De ahí que se dedique a estos dos temas, a estos dos fracasos, poniéndose a sí mismo como punto de partida. Y es así como comienza este poema de 26 versos, desde el yo del poeta, un yo con nombre y apellido que, a la vez que lo identifica, parece alejarlo al observarse como a una persona ajena.

Podemos dividir el texto en cuatro partes, que tienen, no obstante, referencias cruzadas, ecos e imágenes especulares, desembocando todo en los últimos versos, abiertos en puntos suspensivos, que sirven de resumen y de invitación a continuar.

La primera parte comprende del verso 1 al 4, y presenta el tema, que se desarrollará a partir de los dos puntos del verso 4. Desde una humildad yo diría que cósmica Ángel González nos presenta su nombre, en el verso 1, y su materia, en el verso 2. Parece que no nos presenta su esencia, que se reconoce casual, fruto de la conjunción de astros a lo "largo y ancho" de la historia. No es ni maestro ni abogado, ni funcionario ni poeta, es simplemente un nombre y un peso sobre el suelo, frutos ambos de la casualidad del espacio y del tiempo. Precisamente Leopoldo de Luis ha señalado también este aspecto como otro de los rasgos esenciales de la poesía de Vicente Aleixandre que comporta una moral, "la de sentirse integrado en un mundo común, la de reconocerse en los demás, en una libertad hacia lo unitario. Supone también un sentido religioso (de una religiosidad que proviene de la moral, y no a la inversa), aunque el dios de estos poemas es la fuerza cósmica en la que el hombre se sumerge definitivamente, y allí se encuentra". La obra de ambos poetas expresa, a mi parecer, que el hombre no tiene más que su historia, cuya elaboración reside, en parte, en sus propias manos y en las manos de quienes le han precedido.

La conjunción espacio-temporal es la que nos explica la segunda parte, de los versos 5 al 12. El espacio tiene las referencias a la tierra y también al mar esenciales a Asturias (verso 5); y en los tres versos siguientes (6-8) nos sorprende la "localización" del vientre de la mujer, que deja de ser humano para ser un espacio, un lugar fértil, eso sí, o la sucesión de cuerpos y más cuerpos (fuerte encabalgamiento que agranda la idea de amontonamiento), convirtiendo toda la línea de antepasados (de los que el poeta, sabemos, tan orgulloso estaba), en lo que aparece como una aglomeración de carne, materia, como la que pesa sobre el suelo del verso 2.

Al tiempo se refiere de los versos 9 al 12, en los que sigue abundando en la idea de su materia a través de los años, a los que cita con términos astronómicos (solsticios y equinoccios) o con el sintagma « viaje milenario », contraponiendo esa magnitud cósmica a la pequeñez modesta de su ser.

En la tercera parte del poema (versos 13 al 20), hace un viaje inverso al de la parte anterior: recoge de una forma especular las referencias espacio-temporales, y acaba presentándose él mismo (verso 16) como resultado, fruto, despojo. La cada vez más reducida extensión de los versos 18, 19 y 20, de 11, 7 y 5 sílabas, ayuda a la idea de humildad, pequeñez, conectada con la visión existencialista del poema.

La última parte es una explicación de sí mismo. Son versos en los que asistimos a una lucha existencial por explicarse el sentido de la vida, por comprender la esencia humana, por asumir la lucha del hombre: lucha contra el fracaso de la historia y de la muerte, lucha tenaz, enloquecida, que se resiste, que saca fuerzas del propio desaliento. El oxímoron y la antítesis son constantes en estos últimos versos, así como los encabalgamientos (vv. 21, 23, 25), 6 ayudados por la variación en la medida de los versos (de 11, 8, 13, 7 sílabas). Nótese también la presencia en estos versos de una enumeración cuyos elementos, como ya hemos afirmado, pretenden definir al yo lírico. Los semas que predominan son los mismos que los aparecían ya en la parte comprendida entre los versos 16 y 19: ahora tenemos « escombro », « ruina », « caminos que no llevan a ningún sitio », « fracasos », « desaliento ».

La conexión con la visión pesimista de la vida que recorre gran parte de la poesía española es evidente. Y no es casual, en mi opinión, que esa misma figura estilística, la enumeración, haya sido elegida por otros poetas para expresar su concepción amarga de la existencia humana. Podemos citar, a modo de ejemplos, el último verso del famoso soneto gongorino en el que se recoge todo aquello en lo que se va a convertir el yo lírico cuando muera: « en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada ». Y también, el poema de Antonio Machado que concluye con la siguiente enumeración: « Por estos campos de la tierra mía,/ bordados de olivares polvorientos,/ voy caminando solo,/ triste, cansado, pensativo y viejo ». En este poema, como luego en tantos en toda su obra, Ángel González experimenta con el juego de palabras. Muy característico del poeta es romper las frases hechas, los refranes, cambiando una palabra, utilizándolas en un contexto diferente, de modo que se llenen de un sentido nuevo y distinto, más profundo. Efectivamente, en un contexto de lengua normal, tras escuchar una frase como la del primer verso, nos esperamos una explicación sobre la genealogía familiar, o la casualidad con el santo del día del nacimiento. Esta ruptura viene a apoyar la idea de alejamiento, de extrañamiento ante su propio yo, que nos está presentando. Este tipo de juego también lo encontramos en los versos 3 y 4, en los que vemos parafraseada la expresión « a lo largo y ancho », normalmente utilizada para referirse a espacios, y que es utilizada aquí en orden inverso, para hablar también del tiempo; o en los versos 23 y 24, donde la expresión « no llevan a ningún sitio » alcanza un sentido último, existencial, apoyada, además, por el encabalgamiento.

Desde el punto de vista formal, a simple vista, podría parecer que nos encontramos ante una sucesión de versos libres, sin rima, versos que se escapan de medidas convencionales. Si tenemos en cuenta que hay versos de 5, 7, 8, 11 y 13 sílabas, bien podría ser como esperábamos. Pero la inmensa mayoría de versos del poema (18) son de 11 sílabas, con un ritmo fuertemente marcado. Además, solo hay dos versos que no acaben en palabra llana; el 19, que acaba en aguda, y el 24 en esdrújula. Esto indica la dominación férrea del poeta sobre las palabras, obligándolas con enorme maestría a parecer puestas de forma natural, sin esfuerzo. El trabajo y la depuración formal lo vemos reflejado también en la rima asonante en los versos pares, que se sigue sin pausa en todo el poema, independientemente de la medida del verso. Los términos que reciben la rima han sido elegidos de manera que se lanzan referencias, -muertos-restos-solo esto-, o se muestran en contraposición, haciendo juego de espejos, -éxito-desaliento-.

Ángel González nos ha llevado en este poema a un viaje desde el origen de los tiempos hasta su momento presente, que también es el del lector; hasta presentarse a sí mismo no como poeta, sino como ser humano, con el que cada se puede igualar. Se plantea la lucha contra la historia, « pasaje lento y doloroso », y contra la muerte, « último suspiro de los muertos ». Pero, aunque salga perdiendo, sigue luchando, haciendo de esa lucha « el éxito de todos los fracasos », la esencia de la condición humana, dotada de « la enloquecida fuerza del desaliento ».

Fuente: MEMORIA Grupo de trabajo Materiales para el nuevo programa de Literatura en las Secciones Internacionales Españolas en Francia en la clase de Terminales