La Regenta, reflejo de una época

A fin de cuentas una de las claves de la verosimilitud de la novela, de la profunda credibilidad de sus páginas, radica en la identidad generacional de Ana y de «Clarín», que participan de las mismas experiencias históricas. Si Ana nace hacia 1850 (IV, n. 9) y «Clarín» lo hace en 1852, los dos viven el largo y complejo proceso de la revolución burguesa, con sus conspiraciones románticas, y de las desamortizaciones, tantas veces aludidas en la novela (ns. I, 33; XII, 56 y 57; XX, 5 y 7), y que transformarán la estructura económica feudal del país en estructura capitalista. Los dos conocen los espectaculares procesos de acumulación de grandes fortunas por la especulación, la entrada del capital extranjero en la industria y en la infraestructura viaria, la formación de un proletariado industrial, proceso bien vislumbrado, en la novela (ns. I, 34; IX, 15; XV, 3; XX, 19 y 20; XXII, 35); los dos asisten a la revolución de 1868 y, posteriormente, a la Restauración, al nuevo entendimiento de Iglesia y Estado para consolidar el Régimen. A las remodelaciones urbanas incorporadas por el capitalismo. A la tercera guerra carlista (1872-1876), protagonizada por Carlos VII, y después de la cual tanto el partido como la Corte en el exilio pervivirían gracias a señores como don Francisco de Asís Carraspique (XII, n. 1). Los dos saben de indemnizaciones patrióticas (IV, n. 20), de amnistías (IV, n. 29), de Garibaldi y de la unificación italiana (IV, n. 36), de la guerra ruso-turca, en 1877-1878, paralela a la acción de la novela (VI, n. 18 y XIX, n. 15), de la rendición de Metz, de la caída de Napoleón III y de la unidad alemana (VI, n. 24), de la martirizada evangelización del Japón (XV, n. 10), de la «guerra chiquita» de Cuba (XVI, n. 52), de la política de unión ibérica, impulsada por S. Olózaga y por Prim (XX, n. 2), o de la amenazante prosperidad y de la diferencia civilizatoria de Estados Unidos de América (XVIII, n. 18). La Regenta es así un enorme depósito de materiales históricos profundamente compartidos por el autor y por la protagonista. Al contrario que en Su único hijo, en La Regenta subyace la necesidad de un balance vital, por el que la experiencia histórica y personal del autor es proyectada, de manera tan inevitable como oblicua, sobre la ficción.

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