Yuditza, pasión descalza

YUDITZA, PASIÓN DESCALZA

(Una historia real)

La marinera era su pasión, su amor.  Al escuchar las notas de la tarola nada la detenía.  Bailarla la hacía sentir viva, en ese momento lo único que le importaba era bailar.  La marinera era un sentimiento, no un baile para ella.  Yuditza era feliz bailando descalza su amada marinera, sin importarle el suelo que le tocara.  Pistas ásperas y calientes, tierra con piedras, lo que fuera...de hecho a ella le gustaban esos desafíos que le permitían demostrar su pasión y amor por este baile.

 

Fue así que un día, animada por amigos, decidió salir descalza a la calle.  No para bailar, sino para ejercitar sus pies, para fortalecer sus plantas.  La sensación de libertad fue indescriptible. Empezó a hacerlo cada vez más seguido...en Ayacucho, su tierra natal.  En el Cusco, visitando a su amado.  En Lima, luego de una presentación.  ¡En plena puna, sobre la nieve!  Caminar sin zapatos la hacía sentir que no dependía de ellos, la hacía sentirse más viva, más libre.  Le gustaba retar a sus pies, caminando en rocas, en las piedras afiladas de las vías del tren, en los caminos milenarios de Saccsayhuaman y del Cusco.  Incluso aceptó caminar sobre espinas... dolió al principio, pero lo superó y venció este desafío auto impuesto.  ¡Ese era el camino!  Eso era lo que hacía que la adrenalina fluyese... con la ayuda de sus buenos amigos empezó a ponerse retos, desafíos, a llevar a sus pies al extremo... No se contentó con pisar descalza varias botellas rotas, varios vidrios rotos, durante buen tiempo... fue más allá... empezó a golpear los vidrios con fuerza con sus talones desnudos, rompiéndolos en pedazos más pequeños.  Una de sus amigas se acercó a sus pies, para acomodar los vidrios de forma que las puntas estuviesen hacia arriba.  Eso no desanimó a Yuditza, al contrario, le dio más fuerzas.  

 

Hizo el reto aún más desafiante:  se paró sobre un solo pie, apoyando todo su peso en él sobre los vidrios...levantó el otro, exponiendo la hermosa planta de su pie, fuerte, dura, curtida... uno a uno, sus amigos empezaron a apagarle cigarrillos en ella.  Sintió un calorcito rico, que se hacía más intenso. Le gustó poder soportarlo. Una ceniza traviesa, incandescente, se alojó entre sus deditos, en la parte de la piel delicada, haciéndola gritar de dolor y reír de sorpresa.  Le causaba gracia, el dolorcito le daba risa y la hacía sentirse bien.  

 

Los retos continuaron.  Nuevamente el fuego de los cigarrillos acarició las plantas de sus pies.  Y Yuditza fue más allá... le pidió a sus amigos que le azotaran las plantas de los pies.  Compró un chicote pequeño, hecho a mano, de cuero trenzado y con nudos en los extremos.  Parecía una víbora de tres cabezas dispuesta a morderle los pies sin piedad.  Uno, dos, tres, cuatro...  los chicotazos empezaron a sonar en las plantas de sus pies, tímidamente al principio, pero cada vez con más fuerza.  Yuditza sentía el dolor....picaba, ardía...retiraba los pies a ratos, riendo, para luego, terca, obstinada, fuerte como buena ayacuchana, volver a exponer las plantas a los latigazos.  En cada oportunidad los azotes eran más fuertes, pero ella también era más fuerte... estos retos, estos desafíos no solo le fortalecían las plantas de los pies para bailar, sino y sobre todo fortalecían su espíritu, y estaba aprendiendo a disfrutarlos.

 

Sus fotos y sus videos dieron la vuelta al mundo gracias a la magia de la Internet.  Sin darse cuenta, sin buscarlo, Yuditza se hizo famosa... tenía admiradores en todo el planeta que apreciaban su estilo de vida descalza, la belleza de sus pies fuertes, su valor al afrontar retos cada vez más duros.  Este era su destino, siempre lo había sido.  Esta era su razón de ser, su misión en la vida.  Yuditza era barefooter.  Eso la había llevado a la marinera, y la marinera la había llevado a eso.  Los zapatos le resultaban incómodos ahora, necesitaba quitárselos, tener sus piecitos libres.  Necesitaba vivir descalza, sin importar si hiciera frío o calor, sin importar el lugar.  Hasta iba a clases a la universidad descalza, con la aprobación y la comprensión de sus profesores, profesionales de mente abierta que comprendían el valor de esta joven.  Yuditza necesitaba la adrenalina de caminar sin zapatos y de someter a sus pies a retos cada vez más desafiantes.  No había vuelta atrás, nada la detendría ahora...era una barefooter.

FIN