Señor Cautivo

SEÑOR CAUTIVO

(Una historia real)

Había llegado el momento.  Era tiempo de volver a lo que tanto amaba, a su pasión, a su vida... Los estudios, las dificultades, las exigencias del mundo moderno en el que no hay tiempo para nada la habían alejado temporalmente de la marinera norteña, de SU marinera norteña a la que tanto amaba...y ya era hora de volver.

Recordó, cuando niña, aquéllos peregrinajes desde Paiva hasta Ayabaca, de la mano de su abuelita.  Fue como un flashback, una revelación, una señal de que esto era lo correcto, lo que debía de hacer.  Al llegar a Paiva miró el suelo, el camino rocoso, lleno de cascajo y piedras.  Se agachó y tocó el suelo.  El sol estaba en lo más alto y el piso quemaba horriblemente. Sonrió.  Uno a uno, se quitó los zapatos y las medias y los guardó en su mochila:

-Señor, Mi Señor Cautivo de Ayabaca... te ofrezco mis pies, acepta mi ofrenda, has de ellos lo que Tú quieras.

Sus plantas desnudas tocaron el suelo lleno de piedras... ¡Se sentía como si fuesen brasas, carbones ardientes!  María miró al cielo temerosa, diciéndose a sí misma "Ayúdame, sí puedo, mi fé me tiene que ayudar".

Y diciendo esto empezó el trayecto.  Sólo pensaba en su meta, en curtir las plantas de sus pies, en volverlas cada vez más duras, más ásperas, en curtirlas como cuero, en hacerlas más fuertes...y en que el Señor la ayudaría a lograrlo.

El suelo ardía... sus plantas se abrasaban... el dolor que sentían era intenso.  Se ampollaron...pero María seguía adelante, con fe, sin titubear.  Las ampollas empezaron a reventarse y esto intensificó aún más el dolor, el ardor intenso que las plantas de sus pies sentían.  Estaba como en trance, como en éxtasis... el dolor de las plantas de sus pies la motivaba a seguir caminando, a seguir adelante.  Las piedras del camino se empeñaban en torturar sus pies, en enterrársele en las heridas de sus plantas, pero ella sólo seguía, sin detenerse.  Era como una tortura autoimpuesta a sus pies, algo que deseaba y disfrutaba. María ofrendaba sus pies, sus plantas, al Señor de Ayabaca y a la Marinera.

-¡Señor, te entrego mis pies!  ¡Curte mis plantas Dios mío, ayúdame a convertirlas en cuero!

La gente observaba admirada a esta hermosa joven que iba con los pies desnudos por el camino agreste y extremadamente caliente, musitando una oración:  "Cúrteme los pies, cúrteme los pies Señor, convierte mis plantas en cuero".

Quienes iban detrás notaban las plantas de sus pies tremendamente enrojecidas, abrasadas, quemadas... quienes iban a su lado notaban la sonrisa en sus labios, la expresión de paz y de entrega en sus ojos, en su rostro.  Cada paso era una tortura aún más dura, más cruel para las plantas de sus pies, pero ella seguía y seguía.  El dolor iba en oleadas desde sus plantas lastimadas, viajando por su espalda y llegando a su cerebro, pero esto no hacía sino motivarla a seguir.  Empezó a tararear su marinera favorita, y esto le dio aún más ánimos.

Seis horas duró el trayecto, seis horas duró el tormento a las plantas de sus pies, seis horas de oración, de tortura, de entrega, de fe y de dicha, de pasión.  Finalmente había llegado.  Con fe, con amor, María se arrodilló y dijo:

-¡Acá estoy Negrito, pidiéndote de rodillas y con los pies molidos que me bendigas y me des la fuerza suficiente para hacer lo que tanto me apasiona! 

La gente detrás de ella observaba la escena en silencio, mirando los pies destrozados de la hermosa y valiente joven que había finalmente llegado hasta los pies del Señor.

¡Lo había logrado!  María había hecho el peregrinaje completo con los pies desnudos, humilde y con fe había llegado donde el Señor a hacer su pedido.  Tenía los pies deshechos, sus plantas destrozadas, llenas de heridas.  Se puso con dificultad las sandalias y emprendió el camino de retorno, hasta llegar a la Talara natal de su familia.

-¿De verdad hiciste el peregrinaje?

-¡En serio!

-¿Y sin zapatos? ¡no te lo creo!

-Mira

Y diciendo esto le mostró sus pies, sus plantas al primo incrédulo

-¡Dios! ¡Es cierto!

La fe y la marinera norteña habían obrado nuevamente.

Y antes del próximo Concurso Mundial de Marinera, María lo haría otra vez.  Era una promesa.

FIN

Para María Stephanie, mujer de fe, valiente y apasionada cultora de nuestra Marinera Norteña, con admiración y respeto.

Febrero de 2019