En el campus

EN EL CAMPUS

"Tan tan"

¡Aplausos, vítores!  La presentación había sido un éxito, al público le había encantado.  Más aplausos. Bajó el telón.  Los aplausos seguían.  De manera informal, espontánea, los integrantes de los grupos de danzas de las otras universidades se acercaban al estrado nuevamente, en un desorden integrador, todos eran uno por el baile, la música los unía. Sin importar qué hubiesen bailado, sin importar qué traje típico llevaran o si ya estuviesen con el polo de sus respectivas universidades, todos empezaron a bailar el popurrí de danzas folklóricas de Costa, Sierra y Selva, en un hermoso fin de fiesta.

La marinera norteña era su vida, su pasión.  La llenaba.  La completaba.  La ayudaba a tener disciplina, a manejar sus tiempos. Sí, tenía que madrugar, y también acostarse tarde para poder cumplir con los trabajos, los ensayos, los exámenes y todo lo que representaba estar en la universidad.  Ya iba a media carrera y le encantaba.  El ambiente, la infraestructura, las clases, los talleres, las aulas bien implementadas, las áreas verdes.  Era duro, ejercicios y lecturas sin fin, actividades y trabajos a entregar en grupos que no siempre respondían como debían, plazos que se cumplían y que siempre parecían demasiado cortos, pero igual lo disfrutaba, a pesar del cansancio. Se sentía en casa.  Y la marinera, los ensayos, la agrupación folklórica a la que pertenecía la ayudaban a sobrellevar todo eso, la mantenían alerta, la hacían sentirse viva.

La bulliciosa agrupación se deshizo una vez que terminó la música, nuevamente entre aplausos y despedidas, sin importar de qué universidad fuesen.  Tenía los pies cansados de tanto bailar y ensayar.

-¡Vamos vamos, apúrense, a los vestuarios, no dejen nada: maletines, celulares, cargadores, faldas, cintas!

Tuvo que apresurarse, cogió el maletín y aún vestida con el anaco enrumbó hacia los vestuario.  El suelo fresco le alivió los pies cansados y calientes ¡Se sentía bien!  Miró hacia abajo ¡Estaba descalza!  Con el apuro hasta se había olvidado de ponerse los zapatos...hizo un inventario mental. No había dejado nada. ¡Ah! Sí, estaban en el maletín. Todo OK.

Se sentía bien.  El suelo liso de cemento dio paso a otro algo más rugoso, con texturas, pero igual de fresco.  Traviesa, caminó un tramo en el pasto ¡Fue delicioso!  Era la primera vez que iba descalza por los pasillos de la universidad.  No había peligro, el suelo era parejo y bien mantenido, y además sólo serían unas dos o quizás tres cuadras hasta la zona de actividades en donde tenían que cambiarse y dejar los vestuarios para que los lavaran, para dejarlos listos para la próxima presentación.  Se sentía rebelde así, caminando sin zapatos por la universidad.  Algunos chicos la miraban, veían sus pies desnudos, su traje de marinera y sonreían.  ¿Serían graciosos sus pies?  Los miró con más atención.  Eran bonitos.  Esbeltos, largos, de dedos algo alargados, arcos pronunciados.  Sólo sus plantas eran horribles:  rudas, ásperas, duras, encallecidas... únicamente sus arcos se mantenían suaves y delicados, el resto de la piel de sus plantas se había convertido prácticamente en cuero de tanto ensayar y bailar sin zapatos.  ¿Horribles?  Lo pensó dos veces... no, tenían una belleza especial, reflejaban su esfuerzo, las horas de ensayos sin fin.  Meditó.  Le gustaban así, no las cambiaría por nada.  Esos callos, esa piel fuerte le permitían bailar en los suelos más difíciles, le permitían expresarse y dibujar filigranas, coquetear y conquistar a su pareja a ritmo de marinera.

***

Tres días más tarde ya estaba ensayando de nuevo.  La práctica hace al maestro, decían, y era cierto.  Tenía que practicar constantemente para aprender nuevos pasos, nuevas coreografías, para mejorar y no olvidar lo que ya sabía. No era cuestión nada más que de repetir, sino de crear, de sentir, de expresar.  Su cuerpo era el instrumento, así era la danza. La memoria corporal tenía que desarrollarse y mantenerse, recordar cada posición, "sentirla" en los músculos, en los tendones, pero sobre todo se trataba de mantener la tradición, la esencia del baile.  La marinera norteña era un enamoramiento, un flirteo, un coqueteo entre un hombre y una mujer que se repetía una y otra vez desde hacía más de cien años.  No era un juego, no era para tomarla a la ligera, tenía que preservarla.  Y además era más que un baile, era una pasión, era un estilo de vida

¡Era su vida!

El ensayo había terminado. Ya era tarde, casi las diez de la noche.  Estaba exhausta pero feliz.  Se sentía emocionada, el corazón le palpitaba agitado. Sí, lo haría ahora.  Sentía como si fuese a hacer algo prohibido, cuando sabía que realmente no tenía nada de malo.

-¿Y tus zapatos?  Le dijo su amiga, mientras bajaban las escaleras saliendo del ensayo

-¡Estoy muerta!  Me duelen los pies, y el estacionamiento está aquí nada más.

-Sí, tienes razón, así se te deshinchan.  ¡Nos vemos!

Y eso fue todo.  No hubo más.  La primera prueba había pasado.  Bueno, era su amiga y bailaba con ella, así que tampoco era para tanto.  Caminó descalza por el estacionamiento.  Sintió el suelo tibio y algo áspero bajo los pies desnudos.  ¡Le encantó!  Era como seguir bailando.  Se sentía libre y feliz.  Sí, eso era. Se sentía liberada, como si hubiese salido de un encierro. Sonrió, pensando "Acabo de sacar a mis pies de su prisión".  Desactivó la alarma, abrió la maletera, metió todo allí y subió al auto.  Ya antes había manejado descalza, pero esto era nuevo.  ¡Salía de su universidad sin zapatos!  Y claro, iba en auto, nadie se daría cuenta.  Llevaba una enorme sonrisa en el rostro, iba como embobada.  El vigilante de la salida la miró, algo extrañado, le dio las buenas noches y eso fue todo.  Era tarde, no había demasiado tráfico ya, no le tomaría mucho tiempo llegar a casa en el auto que había sido alguna vez el auto familiar, y que ahora era suyo, SU carro.  Sí, era afortunada, y eso la hizo sonreír una vez más.

***

-¡Tengo examen, me voy, me voy!

Apenas se despidió a la volada.  Se le hacía tarde, pero no mucho.  Si corría llegaría a tiempo.  Metió los cuadernos a la mala en la mochila, se la puso y empezó a correr.  Aún estaban tomando lista.  Ya habían llamado a su nombre, pero no habían terminado de entrar.  Mostró su carnet, la marcaron en la lista y entró.  Se ubicó donde le indicaron, recibió el examen y empezó a resolverlo.  Había que leer bien antes de contestar, organizar sus ideas para dar una respuesta adecuada.  Pregunta uno, pregunta tres, la dos la dejaría para luego...

-Señorita, ¿y sus zapatos?

-¿Perdón?  Una voz la había sacado de su concentración justo cuando estaba inspirada

-Sus zapatos ¿está bien, le robaron, se le rompieron los tacos?

¡Seguía descalza!  Había salido tan rápido, tan apresurada del ensayo que ni pensó en ponerse los zapatos.  Había corrido así cerca de tres cuadras dentro del campus hasta llegar al examen.  ¡Habrían pensado que estaba loca!

-¡Perdón!  Salí corriendo de mi ensayo y me los olvidé ¿Me los pongo?  Los tengo en la mochila y....

-Olvídelo, siga con su examen.

Se había puesto roja como un tomate de la vergüenza.  ¡Estaba descalza en clase, en pleno examen!

El tiempo había terminado.  Uno a uno, todos empezaron a salir.  Ella entregó primero y salió con la cabeza gacha, no quería esperar a sus amigos y responder preguntas incómodas.  ¡Qué vergüenza, dando examen sin zapatos!

***

Llegó temprano a la clase siguiente.

-Señorita, ¿y sus zapatos?

La clase estalló en risas.  Ella sólo hizo un gesto y señaló sus pies.  Llevaba sus zapatillas favoritas, las más cómodas.

-Aquí están

Todos rieron

-¡Oye, te pasas, dar examen sin zapatos!  Eso sí que fue épico

Era Gianfranco, su amigo.

-¡Salí volando de mi ensayo y me los olvidé, te lo juro!  No fue a propósito...

-Hiciste historia, seguro que eres la primera alumna en la Universidad que ha dado un examen descalza

-¡Perdón!

-Bueno, tampoco es para tanto ¿no?

El tenía razón.  No era para tanto, después de todo.  No estaba en la calle, las veredas eran suaves, los suelos eran frescos y estaban siempre limpios.  Ir descalza en clase y por los pasillos era casi igual que ensayar sin zapatos.  Era como bailar en público.  Imaginó la escena, una chica loca con una mochila corriendo por los pasillos descalza.  Recordó.  Casi nadie la había mirado, todos estaban ocupados en sus asuntos, mirando sus celulares, chateando, o caminando apresurados hacia sus aulas.  Nadie le había mirado los pies, ni siquiera al entrar al salón antes del examen.

***

El ensayo había terminado.  Se lavó rápidamente, tomó su mochila y fue a la cafetería a tomar algo.  Esta vez era premeditado. Pero igual se sentía extraña, como culpable, como haciendo algo prohibido.  El suelo le dio la bienvenida.  Pero ya no estaba fresco, estaba más que tibio.  El clima ya empezaba a cambiar y hoy había salido el sol, tímido al inicio, pero ahora ya con más fuerza. Quemaba un poco, pero se sentía bien.  No era tan difícil, ella caminaba rápido, y además en sus presentaciones al aire libre más de una vez había bailado sin zapatos en la pista caliente y áspera.  Aquí el suelo era liso y no quemaba tanto. Era gracioso, cuando la pista quemaba eso le daba más ánimos para bailar, más ganas, la hacía coquetear más.

Entró a la cafetería, hizo la cola y compró su menú.  Se sentó en una de las mesas a disfrutarlo, estaba bueno, se sentía mejor que antes.  Era un poco como volver a la normalidad, como hacer lo de siempre, y eso la hacía tranquilizarse.  Dos o tres personas habían volteado a mirarla mientras hacía la cola, le vieron los pies y luego miraron a sus teléfonos, como siempre.  Eso había sido todo.  Su corazón empezó a latir menos agitado, su respiración empezó a normalizarse otra vez.  Sí, estaba descalza en la cafetería, y no pasaba nada...

***

Buscó un lugar para estacionar.  Cada vez era más difícil, habían más alumnos, más autos.  Finalmente encontró un sitio.  Bajó del auto, abrió la maletera y sacó sus cosas, enrumbando hacia su primera clase.  Hoy sería un día largo.

-¡Oye! ¿Y tus zapatos?

-En casa

-¿En casa, en qué casa?

-¡En mi casa pues!

-¿Estás loca?

-No creo, ¿a tí te lo parece?

-No sé, creo que sí

-¡Fuera de acá!

Había llegado a clases descalza, luego de atravesar los pasillos hasta el aula.  Pocas miradas, nada más. Nadie o casi nadie se fijaba en ella, y menos en sus pies.  Y no era por ser fea.  Al contrario, era bonita, y bastante.  Un poco alta, delgada, espigada, y caminaba con esa gracia, flexibilidad y elegancia que sólo el baile, la danza podían dar.  Llevaba jeans algo apretados, ligeramente remangados en la basta.  Se había puesto unas pititas y cadenitas en los tobillos, como para mostrar que no estaba desalza por accidente.  No, no se le habían roto los tacos.  Iba descalza porque así lo quería, y las pititas de colores que adornaban sus tobillos lo mostraban perfectamente, era parte de su look.  Una blusa blanca y una chompa delgada de hilo completaban su atuendo.  Tenía puesto el collar de terciopelo  que usaba para bailar.  Parecía un choker.  Era bonito y le quedaba bien, le gustaba usarlo. 

-¿Qué haces sin zapatos?

-Vengo a clase

-¿Descalza?

-Sí, es cómodo, me gusta ¿algún problema?

-Bueno, supongo que no, es tu vida...

Llegó la profesora y empezaron las clases. Mientras explicaba y caminaba por los pasillos se fijó en los pies descalzos, sin decir nada. Notó sus plantas negras, con sólo sus arcos blancos.  No, esta joven no se había descalzado en clase, había caminado así un buen trecho, sus plantas la delataban.  ¡Chicos de ahora! Pensó.  Todo esto en fracciones de segundo, la mente es así, rápida como el rayo... y sin perder la hilación de la clase.

***

Y así había transcurrido la semana.  Descalza, siempre descalza, a todas sus clases.  El clima ayudaba, ya no hacía frío, empezaba el calor, el sol salía a diario.  Ya casi no le preguntaban por sus zapatos, se habían acostumbrado a verla así.  Además ella iba y venía en su auto, no era como viajar en micro, en combi, allí sí usaría zapatos ¿o no?  Se quedó pensando...¿iría descalza por la calle también, se atrevería?

Fue caminando hacia el aula.  Se sentía bien, cómoda.  Miró sus pies.  Sí, eran bonitos ¡ya se lo habían dicho!  "Te ves graciosa, pero te sienta"  "No sabía que tenías bonitos pies"  "Me gustan tus tobilleras" "¿Habían anillos para los dedos de los pies? Ni idea, pero te quedan bien" "Tus huellas son bonitas, ¡tienes arcos bien pronunciados!" "Tienes pies de princesa, aunque tus plantas son duras"

Sonrió.  Sí, sus plantas eran duras, y desde que había empezado a ir a clases sin zapatos, todo el día, lo estaban aún más.  "Las estoy convirtiendo en cuero, para bailar mejor" le había dicho a alguien, pero no recordaba qué le habían preguntado.  No importaba.

Varias chicas usaban piercings, a nadie le interesaba.  Otras se hacían cortes de pelo raros.  La vida continuaba.  Otras, varias, se pintaban el pelo de morado, de azul, de verde... a algunas les quedaba bien, a otras, no tanto, pero a nadie le interesaba.  Muchas iban con los jeans rasgados, cada vez más rotos... nada pasaba.  Y una, sólo una, caminaba sin zapatos por la universidad, iba descalza a clases... y nada pasaba.  Así era la universidad, cada uno hacía su vida, cada uno tenía trabajos que hacer, exámenes que rendir, cómo te vistieras no importaba demasiado.

***

-¿Salimos a almorzar?  Tengo hueco de tres horas

-¿Al centro comercial?

-¡Sí!  Hay descuento con los vales, y está cerca...¡ah!  pero estás sin zapatos ¿no los trajiste en tu mochila?

-No, sabes que siempre los dejo en casa

-¿Y en tu carro?

-Ya te dije, los dejo en casa...

-¿Y si vamos en tu carro?

-¡Está a unas cuadras!  ¿Estás loca? Más vamos a demorar entre lo que salimos, entramos y buscamos donde estacionar.

-Bueno, será otro día entonces

-¡Vamos!

-¿Sin zapatos?

-¡Sin zapatos!  Son sólo pocas cuadras, el día está bonito y ya estoy acostumbrada

-OK...

Y salieron de la universidad, enrumbando hacia el centro comercial.  Fue como al inicio. El corazón le palpitaba rápidamente, su respiración estaba agitada... pero al poco rato se calmó.  Sí, la pista era áspera, y quemaba. Las veredas estaban rotas por tramos. Algunas personas en la calle la miraban, le miraban los pies... Y eso había sido todo.  Sus pies eran fuertes, se adaptaban al suelo caliente, a la pista pedregosa.  ¡En peores lugares había bailado!  Recordó esa vez en Piura, al medio día  ¡La pista quemaba como una plancha!  Pero las puntitas y pasos rápidos la habían salvado.  Además sus plantas eran gruesas, fuertes, no se ampollaban...dolía, sí...ardía, un montón...se ponían rojas...y nada más.  Ni una ampolla ¡Gracias a Dios!  Y sí, ese ardor la hacía bailar mejor, era como sentir el picante en el cebiche, que le daba sabor, que le daba ganas de seguir comiendo... el ardor en sus pies, ese dolorcito rico en sus plantas le daba más ganas de bailar, de coquetear a su pareja... Esta pista caliente no era nada en comparación a Piura...

Llegaron al centro comercial.  Las pistas y veredas adentro eran algo mejores, pero no tanto.  Recién cuando entraron a la zona de tiendas el suelo cambió.  Porcelanato suave, fresco, liso.  Losetas nuevas. Cemento pulido  ¡Un alivio para los pies!  Buscaron algún lugar donde comer  ¡Pizza!  Sí, eso sería, a todas les gustaba.  Se pusieron de acuerdo para entrar en grupo, con ella al medio, para que nadie se diese cuenta de que estaba sin zapatos.  Ya tenían pensada la coartada, en caso de que alguien preguntara, dirían que se le habían roto los tacos. 

Pero nadie preguntó. Nadie se fijó.  Nadie se quejó ni dijo nada, ni siquiera cuando, después de almorzar, se fueron a dar una vuelta, a mirar tiendas.  Eran cuatro jóvenes universitarias, vestidas como universitarias, que hablaban y reían como universitarias.  Un grupo de chicas mirando tiendas, probándose ropa, sólo que una de ellas, la más bonita, no usaba zapatos...

***

Así había transcurrido el ciclo. Los exámenes finales habían llegado y habían terminado.  Había aprobado todos sus cursos, algunos con mejores notas que otros.  Y seguía descalza. Había sobrevivido. Ya se le había hecho costumbre salir al centro comercial con sus amigas, dos o tres veces por semana, para almorzar o despejarse un rato. Era gracioso, sus pies se habían puesto aún más bonitos de tanto andar descalza.  Sus dedos eran derechitos y se habían separado ligeramente. Sus arcos lucían aún más pronunciados.  Sus pies se veían sanos, fuertes, naturales... Y ella se sentía bien así.  Desde que dejó de usar zapatos no había vuelto a resfriarse.  Ni un estornudo.  No le dolía el cuello ni la espalda.  Bailaba mejor, con más garbo, con más gracia.  Dormía mejor, y sus notas habían mejorado.  Descalza, se sentía a gusto, en armonía con sí misma y la naturaleza.  Bueno, no es que hubiese demasiada naturaleza en la ciudad... el campus era bonito, sí, lleno de verdor, afuera, bueno, habían menos plantas, apenas algunas, y el tráfico era terrible... pero era su ciudad, y los alrededores de su universidad y su barrio no eran tan malos...para nada, eran bastante bonitos.  En casa, al principio, le hicieron algo de problemas por ir descalza.  Sí, había empezado a ir descalza por su barrio también, y luego, después de los parciales, había decidido dejar de usar zapatos e ir descalza a todas partes, todo el tiempo.  Se quejaron, la resondraron...pero luego conversaron... y la dejaron ser... así como a otras chicas las dejaban en sus casas pintarse el pelo, tatuarse, ponerse piercings...a ella la dejaron vivir descalza, hacer su vida.  Total, era joven, estaba en la universidad, era una etapa, tenía derecho a un tiempo de pequeñas rebeldías... ya cuando empezaran a trabajar se acabarían los piercings, los pelos teñidos, los peinados raros...y volverían los zapatos...

¿O quizás no? ¿Conseguiría trabajo descalza?  Tal vez no.

Pero no se trabajaba 24 horas ¿no?  Se graduaría en un par de años, conseguiría trabajo... tendría que volver a usar zapatos...¡Pero en sus ratos libres iría descalza a todas partes!

Ella bailaba marinera norteña. Y también era barefooter.  Una cosa la había llevado a la otra.  Bailar descalza, vivir descalza, era algo que se complementaba perfectamente.  Y las dos cosas la hacían feliz.

FIN

20171009