Señorita Fexticum

SEÑORITA FEXTICUM

¡Señorita Fexticum, había ganado!  Alisson estaba feliz, lo había logrado.  No había sido fácil.  Las concursantes eran todas de gran nivel, y totalmente identificadas con su tierra, con su amado Monsefú. Eran Monsefuanas de pura cepa.  Habían pasado toda clase de pruebas de habilidad y destreza, desde usar traje típico monsefuano hasta preparar y servir los deliciosos potajes de esa hermosa tierra norteña.

Era una alegría, también un honor... y una gran responsabilidad.  La Señorita Fexticum era la responsable de presidir los eventos, de inaugurar cada acto oficial, era la representante de todo un pueblo orgulloso de su historia y su tradición.

Y claro, tendría que usar el hermoso vestido de monsefuana.  Sonrió.  Pero también le dio un poco de temor... El sol norteño era hermoso, pero a la vez temible. El calor lo inundaba todo, su luz llenaba el ambiente y le daba alegría y belleza... pero también calcinaba el suelo.  La pista, el cascajo, la tierra apisonada se convertían en verdaderas brasas ardientes desde las diez de la mañana... y ella estaría descalza...todo el tiempo...todos los días... Los eventos en su gran mayoría eran de día y al aire libre, y ella iría con los pies desnudos, abrasándose las plantas en el pavimento, en el asfalto, en el cascajo hirviente.  Tendría que bailar la marinera norteña sobre esas superficies calientes, una y otra vez.  Atender a la gente, abrir los eventos...sonriendo siempre, mientras se freía las plantas de los pies. 

Un temblor la recorrió desde la cabeza a los pies.  Sabía que el dolor en sus plantas serían intenso, casi insoportable.  Claro, ya lo había hecho antes, había bailado y caminado sin zapatos como buena monsefuana, pero a lo sumo una hora o dos...no todo el día.  Miró sus pies.  Eran bonitos.  Miró sus plantas, que estaban duras, ásperas y curtidas.  Recordó la última vez, la semana pasada, cuando había bailado en la pista caliente... las plantas le habían quedado completamente enrojecidas.   Le ardían tremendamente, el dolor era intenso...era como bailar sobre carbones encendidos.  Pero sus plantas lo habían soportado bien, sin ampollarse, sin lastimarse.  Sí, el dolor había sido intenso, pero sus plantas curtidas, encallecidas, no se ampollaban ya. 

Sonrió.  Estaría descalza.  Todo el día.  Todos los días, quemándose las plantas de los pies.  Bailaría marinera una y otra vez en el suelo ardiente.  Tendría que hacerlo, era la Señorita Fexticum, y esto era parte de la responsabilidad.  A la gente la emocionaba ver a su representante bailar la hermosa marinera descalza, soportando estoica el suelo caliente, sonriendo...disfrutándolo... sí, amaba la marinera, disfrutaba cada paso... y realmente bailar en piso caliente, mientras se quemaba las plantas de los pies, le daba más fuerza, más ánimo, más emoción y la hacía bailar mejor, entregarse del todo. 

¿Masoquismo?  Algunos lo pensaban así, que las bailarinas de marinera norteña eran masoquistas, por gozar del dolor en las plantas de sus pies, por desearlo, por necesitarlo.  Era más que eso, la marinera norteña no es sólo un baile, es una pasión, un estilo de vida, casi un ritual.  Quienes la bailan viven para ella, viven por ella, es parte de su vida...¡es SU vida!   Y para bailarla había que hacer sacrificios, sobre todo las bailarinas, quienes entregaban sus pies, como una ofrenda sagrada, a este hermoso baile.  Y es lo que Alisson, como miles de chicas a lo largo del tiempo y en todo el territorio patrio, había hecho.  Voluntariamente, a punta de esfuerzo, dedicación, ensayos sin fin, había convertido las plantas de sus pies en verdadero cuero.  Sus arcos permanecían aún suaves y delicados, realzando más la fortaleza, la dureza y resistencia de sus plantas ásperas y curtidas, capaces de soportarlo todo, de enfrentar los suelos más terribles y los desafíos más duros una vez que la música empezaba a sonar.  Miró de nuevo las plantas de sus pies... eran hermosas, tenían carácter... duras, ásperas, fuertes, poseían una gran y única belleza.  La gente le había pedido ver las plantas de sus pies en varias ocasiones, para saber de primera mano cómo lucían y se sentían los pies de una verdadera bailarina, de una verdadera monsefuana.  Y le habían expresado admiración y afecto al sentir la textura de aquellas plantas ásperas y resistentes, al verla bailar con bravura sobre el suelo caliente, a medio día.

Y ahora era la Señorita Fexticum, y pasaría varios días descalza. 

Todos esos pensamientos pasaron como un flash por su mente, todas esas imágenes pasaron por sus ojos, todos esos recuerdos y vivencias vueltas a vivir mientras sonreía y recibía la banda, el nombramiento oficial.

Y el día había llegado.  Se vistió orgullosa con el traje monsefuano, dejó los zapatos en casa... no los necesitaría, no los quería.  El pavimento caliente le dio la bienvenida a sus pies desnudos.  De inmediato sintió el calor intenso, el ardor.  La banda empezó a tocar la marinera inaugural.  Un estremecimiento le recorrió las venas.  La música era como un himno de peruanidad.  Y en eso ocurrió, una vez más... el ardor, el dolor intenso de las plantas de sus pies se transformaron en placer, en gozo... en Marinera Norteña.  Gozaba con cada paso, cada esquive, sintiendo cómo el suelo se empeñaba en torturarle los pies, dándole placer y motivación para bailar cada vez mejor.  Y mientras bailaba sintió en lo más hondo de su ser que así es como tenía que ser, que eso era lo que anhelaba...pasar todos estos días descalza, sobre el suelo ardiente... con los pies libres y el amor de su gente, de su pueblo.

La marinera había hecho su magia una vez más.

FIN

Para Alisson Lluen Yaipén, Señorita Fexticum y monsefuana ejemplar.

20180524