Sacando chispas a la tierra

SACANDO CHISPAS A LA TIERRA

(Una historia de marinera norteña, inspirada en hechos reales)

Terminaba febrero. El calor era terrible.  Había sido un año difícil, para todo el mundo, para toda la humanidad, pero eso no la detenía, al contrario, le daba más ánimos.

Arelis estaba acostumbrada a bailar descalza en cualquier tipo de suelo, incluso en los más difíciles:  tierra, pistas rotas, con huecos, ásperas y calientes... El piso de cemento en el que ensayaba en casa era áspero como lija gruesa.  Años de ensayos y bailes le habían curtido las plantas de los pies, las habían hecho duras, fuertes, resistentes y hermosas, pero era su pasión y su fuerza de voluntad la que le permitía superar los desafíos más duros al bailar.  La emoción de bailar su amada marinera norteña hacía fluir la adrenalina, sus pies ya no sentían dolor... o cuando sí lo sentían, cuando el suelo estaba especialmente ardiente o pedregoso, ella lo ignoraba, seguía bailando aún con más fuerza, con más ganas, con más coquetería, gracia, alegría y femineidad...porque eso era la marinera norteña, un baile alegre de cortejo, una tradición de enamoramiento y conquista entre un hombre y una mujer.

Ella respetaba eso, las tradiciones, el mensaje, la gracia y la alegría, el disfrute de este contagioso baile de nuestro país.  No había sido fácil, constantemente sus pies sufrían ampollas, heridas.  La fuerza que ponía al zapatear maltrataba las plantas de sus pies, que ya se habían encallecido, se habían convertido en verdadero cuero.  Sólo los arcos de sus pies aún permanecían suaves y delicados.  Miró las plantas de sus pies y sonrió:  le gustaba verlas así, sentirlas duras y ásperas, listas para todo, para lo que fuera.  Ella jamás había rechazado una invitación a bailar, jamás se había negado ni siquiera al ver los suelos más terribles ante sí. La marinera norteña es un baile de tierra, bailarlo así era lo auténtico, lo tradicional.

Se había preparado para este momento, ensayando en casa, en su piso áspero y lleno de huecos, irregular.  Su familia era de condición humilde, no tenía muchos recursos... pero era de alma noble y generosa, siempre dispuesta a compartir y a ayudar, siempre con una sonrisa.  Preparó todo, colocó su celular en posición, puso la música y se acercó al centro.  La tierra caliente y con piedrecitas dio la bienvenida a sus pies desnudos, desafiante, retadora.  Arelis sonrió.  Imaginó que la invitaban a bailar. Y en eso empezó:  de forma espontánea, al ritmo de la música, su cuerpo empezó a vibrar, sus pies empezaron a danzar.  No le importó la tierra caliente ni las piedrecillas, su zapateo era fuerte, valeroso, atrevido.  La tierra empezó a levantarse como en nubecillas, daba la impresión de ser humo y de que ella estuviese bailando sobre el fuego, sobre brasas.  Estaba feliz de bailar nuevamente, su sonrisa auténtica de chica buena lo gritaba al viento.  Era una alegría auténtica, sana.  Por un momento se olvidó del mundo, de los problemas, de los pesares.  Era sólo ella y la Marinera Norteña, hechas una, era la música hecha mujer.  La sangre norteña hervía en sus venas, mientras sus pies le sacaban chispas a la tierra.

La música terminó.  Cansada, agitada y feliz, Arelis apagó el celular.  En un rato editaría el video para enviarlo al concurso.  Había bailado espectacularmente, se había entregado a la tradición.  Tenía grandes posibilidades de ganar...pero eso no era lo más importante.  Dentro de sí, ya había ganado, ya había triunfado, había recuperado su alegría y sus ganas de vivir al máximo cada día.  Recogió todo y sus pies desnudos la llevaron nuevamente al interior de la casa.  Sí, se quedaría descalza todo el día, todo el fin de semana... sería como seguir bailando la marinera que tanto amaba.

FIN

Para Arelis, digna cultora de nuestra Marinera Norteña, con admiración y aprecio. 

20210301