Huanchaco

HUANCHACO

(Inspirada en una historia real)

-¿Huanchaco, mañana al medio día?  OK, allí estaré

Colgó el teléfono.  Era su pareja de baile, les acababan de avisar de un contrato para bailar en una boda.  Cada vez era más popular casarse en la playa y que una pareja bailando marinera amenizara la reunión.  Después de todo era Trujillo, cuna de nuestro baile nacional, y era una bonita costumbre que ya se había vuelto tradición.  La paga era buena, aunque le gustaría que fuese un poco más, claro...pero después de todo ella no lo hacía por el dinero.  La marinera norteña era su pasión, su vida, no un trabajo.

Ingrid había aprendido a bailar sola, mirando, practicando.  Recién hacía un tiempo había pisado una academia por primera vez, para pulir un poco su estilo.  Ella no era de concursos, su baile no era para competir, sino para disfrutar.  En restaurantes campestres y ahora con los caballos de paso.  El verano pasado había participado en una coreografía con el Ejército, y no le había ido nada mal...¡Segundo puesto!  Eso y un bonito premio en efectivo.  Nada mal para una joven y linda estudiante de turismo que amaba la marinera más que nada en el mundo.

Preparó su traje de marinera: una bonita blusa blanca y un sencillo anaco. Nada recargado ni ostentoso, un traje sencillo que hacía que fuese el baile y la bailarina quienes se lucieran, no el vestido.

Al día siguiente se levantó temprano, como siempre.  Preparó el desayuno para la familia y luego de vestirse con un polo blanco y shorts de jean se puso las sandalias, cogió su maletín y salió a la calle a tomar la combi que la llevaría a Huanchaco.

El sol estaba esplendoroso.  Las casonas de Trujillo lucían radiantes bajo el sol del norte.  Aunque recién eran las 10:30 el calor ya arreciaba:  sería un día especialmente caluroso.  "¡Pobres novios!" pensó, imaginando al joven enternado y a la muchacha en vaporoso vestido blanco bajo el sol, al igual que a los invitados elegantemente ataviados para la ceremonia. 

Había llegado.  Bajó de la combi y se encontró con su pareja, que ya la esperaba vestido con atuendo de chalán. 

-Apúrate, es en media hora.

-OK, no demoro

Se encontró con la responsable de la organización quien la llevó hacia los vestuarios.  Se puso el traje de marinera y guardó su ropa en el maletín, se lo dio junto con las sandalias a la joven y le encargó que se los cuidara hasta más tarde.

Lucía hermosa:  la blusa, el vestido, el adorno en el cabello, todo contribuía a hacer aún más bella su elegante figura, su porte y su bonito rostro. Sus ojazos oscuros miraron a su pareja sonriéndole.  Salió del restaurante y sintió bajo los pies desnudos la pista áspera e hirviente que le daba la bienvenida.   Quemaba. Hacía muchísimo calor.  Pero ella ya estaba acostumbrada.  Años de bailar marinera habían curtido las plantas de sus pies hasta convertirlas en verdadero cuero, hasta volverlas ásperas y duras, lo que no hacía sino aumentar la belleza y gracia de sus pies, esbeltos y elegantes, de deditos largos y arcos pronunciados.  Caminó con gracia sobre la pista hirviente aguantando el dolor, como siempre.  Era parte de la marinera quemarse los pies, bailar en piedras y cosas así.  La gente aplaudía más cuando el suelo era particularmente difícil para la bailarina, mientras esta, a pie desnudo, desafiaba valiente el dolor sin dejar de sonreir.  Ya hasta se había acostumbrado a que los más entusiastas, luego de bailar, le pidiesen ver las plantas de sus pies, incluso sentirlas, a lo que ella accedía siempre con una sonrisa, respondiendo "Ya estoy acostumbrada" "Sí, duele un poco pero así es la marinera" "Si no se baila sin zapatos, no es marinera" ante las preguntas curiosas de la gente sorprendida al ver como una guapa joven podía desafíar a pie descalzo aún los peores suelos.

La ceremonia había terminado.  Los novios ya eran esposos, una nueva familia acaba de nacer, en medio de la alegría de los concurrentes.  Ella y su pareja sonreían, de pie sobre la pista.  El acalorado bajo el traje de chalán pero felizmente protegido por el sombrero de ala ancha.  Ella en cambio, dulce, delicada, indefensa bajo el sol, con los pies desnudos sobre el pavimento cada vez más caliente.  Sólo atinaba a mover los pies para poder soportar el calor intenso. No sabía lo que vendría después.

-¡Y ahora, marinera norteña!

dijo el animador, a lo que le siguió una salva de aplausos.  Su turno había llegado.  Era el momento de hacer lo que sabía, de demostrar su amor por la marinera.  Sonriendo se acercaron hacia donde señalaba el animador, una explanada de arena, en la playa.  Caminaron lentamente sin dejar de sonreír. La arena hervía bajo el sol de medio día.  Era aún peor que la pista caliente y áspera.  Quemaba terriblemente, haciendo sufrir sus bellos pies tremendamente.   Pero se aguantó y siguió sonriendo.

Llegaron al lugar designado y empezó la música, con banda en vivo.  La sangre empezó a correr por sus venas con más intensidad, la música que amaba se apropió de su cuerpo, de su ser, de su alma.  Levantó el pañuelo y empezó a bailar, con gracia, con coquetería femenina, provocando al chalán, haciendo requiebres, cepillados y zapateos.  La arena caliente se empeñaba en torturar sus pies, en abrasárselos.  Sentía como si bailara sobre carbones al rojo, pero no le importaba.  Las plantas de sus pies sufrían un dolor terrible, pero ella seguía bailando. La música, el baile podían más que el sufrimiento, la adrenalina corría por sus venas y su inconciente le ordenaba bailar, bailar y bailar.  Sus pies ya no importaban, le hubiera dado igual si estuviese bailando sobre una alfombra de vidrios rotos.  La marinera era primero.  La marinera lo era todo en ese momento, no existía nada más.  Idas y venidas, el chalán se acercaba y con un quiebre de cintura y una sonrisa coqueta ella se le escapaba una y otra vez.  Finalmente el caballero lograba su cometido y ella aceptaba sus envites, subyugada, conquistada, mientras un amplio sombrero ocultaba el beso con el que terminaban el baile.

Aplausos generales, la pareja se había lucido, sin exageraciones, sin acrobacias, con una marinera elegante, alegre, bonita, auténtica.  No, no era de concurso.  No era de exhibición.  Era marinera norteña en su más pura expresión, mostrando el ancestrarl ritual de cortejo entre un caballero y una dama de campo.

Tras saludar al público y recibir el beso de la novia y el abrazo del novio, con un sincero "¡Gracias, estuvo hermoso!" ambos se alejaron a los vestuarios.  La arena caliente y luego la pista áspera, rota, hirviente, continuaron atormentando las plantas de sus pies.  Ingrid estaba al borde de las lágrimas, jamás había sentido un dolor tan intenso en los pies como esta vez.  Pero había valido la pena.  Ver los rostros de los novios, los aplausos del público, bailar como ella bailaba, amando su marinera... eso lo valía todo.

-¿Estás bien?

Su pareja la sacó de sus meditaciones

-Duele

-El sol estuvo terrible hoy. Déjame ver

Ya en el restaurante, ella se arrodilló sobre una silla para mostrarle las plantas de los pies

-¡Dios, están rojísimas!  Dijo él

Ella vio sus pies.  Efectivamente, sus plantas estaban tremendamente enrojecidas.  Felizmente eran fuertes, resistentes, encallecidas. No estaban ampolladas.  Dolía, y mucho.  Verdaderamente bailar allí había sido una tortura

-Sí, me duele un montón.  Esto fue peor que aquélla vez que bailé sobre la brea caliente, ¿te acuerdas?

-Claro que me acuerdo, eso fue increíble

le respondió él mientras acariciaba las plantas de los pies de ella, como en trance, sintiendo la piel dura y flexible como cuero, áspera como lija.

-Pobrecitos tus pies

-No te preocupes, ya pasará.  Siempre pasa, ya estoy acostumbrada

Dijo ella mientras le sonreía.

-Aunque ahora casi lloro, me tuve que aguantar, esta vez el dolor fue demasiado intenso, más que otras veces.  En fin, así es la marinera.

Al escucharla, él le sonrió. 

-Vamos

Se acercaron donde la señorita, quien le entregó el maletín deportivo.

-¿Y mis sandalias?  Dijo Ingrid

-¿Sandalias?

-Sí, mis sandalias, se las dí con el maletín

La joven lucía preocupada. Se puso a buscar por todas partes.  Ni rastro de las sandalias.

-Señorita, no las encuentro.  ¡Discúlpeme!

-¿No están mis sandalias?

Dijo Ingrid, con una expresión de súplica

-Perdóneme, no las encuentro

-Pero eran casi nuevas, me costaron caro...

-Se las repondremos, no se preocupe.  Vaya a cambiarse y regrese por favor, le daremos solución.

Llamó al administrador y hablaron un rato, mientras Ingrid se dirigía al vestuario, con pies adoloridos. 

Se quitó la blusa y el anaco y los guardó en el maletín, luego de ponerse la camiseta y el short de jeans.  Saliendo del vestuario se encontró con su pareja y ambos se acercaron de nuevo al mostrador.

El administrador se acercó.  Mientras caminaba hacia ella veía a la guapa joven, sus bonitos pies descalzos sobre el frío suelo de loseta, mientras los ojazos de ella lo miraban preocupados.

-Mil disculpas por lo ocurrido, me indica mi asistente que sus sandalias se han extraviado.  Sinceramente lamento lo ocurrido, por favor acepte esto para que pueda comprarse unas nuevas

dijo, mientras le entregaba un billete con la imagen de Santa Rosa de Lima grabada. 

-Y por favor acepte esto también con nuestras disculpas

Esta vez le entregó una invitación para dos personas a una cena en el restaurante.

-Gracias señor

Dijo Ingrid, sonriéndole.  Su sonrisa iluminó su rostro y el del administrador también.

Ella y su pareja se despidieron y se encaminaron a la puerta del local.

-Doscientos soles, nada mal por un par de sandalias viejas, ¿no?

bromeó él

-¡Callate! Estaban casi nuevas, y me costaron 100  dijo ella riendo.

Estaba contenta después de todo.  El mal rato ya había pasado.  O casi... mientras caminaba hacia el paradero de la combi, sus pies desnudos seguían sintiendo el abrasador calor de la pista irregular.

-¿Podrás hacerlo? dijo él, señalando sus pies descalzos

-Tengo que, no me queda de otra.  Y tengo doscientos soles y tú no

Agregó riendo. 

-¿No te duele?

-¡Claro que sí!  ¿Crees que soy de fierro?  Quema.  Un montón. 

Le dijo, mientras le mostraba la planta del pie, enrojecida.

-Pero no voy a andar llorando por allí, ¿no? Tampoco es para tanto.  Cuéntame chistes para que no me duela tanto

Agregó sonriendo.  El miró sus ojos enormes, hermosos, que estaban a punto de llorar.  Las plantas de los pies le dolían un montón, se dio cuenta.  Le quemaban, le ardían, pero ella sonreía y bromeaba.  ¡Dios!  Cómo le gustaba esta muchacha.  Algún día se lo díría...pronto...

Subieron a la combi que los llevaría de vuelta a Trujillo, conversando, bromeando, como buenos amigos ¿O algo más quizás?

FIN

Para Ingrid, una buena amiga y excelente bailarina de marinera norteña.  ¡Feliz Navidad!