Ana Lucía

ANA LUCÍA

(Inspirada en hechos reales)

"A mis pies les digo que son todos unos guerreros, porque me ayudan a librar cada batalla, cada obstáculo que se me presenta en la pista de baile, porque solo ellos saben todo lo que hemos vivido juntos, solo por ellos soy lo que soy: una bailarina de Marinera Norteña, solo por ellos puedo hacer lo que más me apasiona, gracias a su fuerza y valentía para soportar hasta el suelo más vil, más áspero y ardiente que pueda existir, porque con ellos no solo bailo en las cerámicas más suaves, limpias, frescas, radiantes; sino en los campos más ardientes, más fervorosos, llenos de obstáculos que puedan existir.  Por ellos puedo salir invicta de cada batalla, porque tengo los pies más valientes de la tierra, ¡porque con ellos no solo bailo sino vivo!"

Su sonrisa era enorme, sonreía hasta con los ojos, esos ojos grandes y hermosos de chica buena.  Se notaba su pasión, su amor por la marinera norteña en cada palabra, en cada gesto. 

-¡Mira!  me dijo, y colocó sus pies desnudos sobre un murito.  ¡Mira mis plantas!

Sus pies eran hermosos:  largos, delgados, de arcos pronunciados.  Los dedos eran parejitos, derechitos, se notaba que estos pies estaban acostumbrados a la libertad.  Obedecí y miré sus plantas.  ¡Eran bellísimas!  Ana Lucía llevaba la marinera grabada en las plantas de sus pies:  eran fuertes, duras, ásperas, algo encallecidas.  Pies de auténtica bailarina, pies de mochera, pies de trujillana.

-¿Ves esas cicatrices?  Asentí, había unas pequeñas marcas en sus plantas.  -Me las hice al bailar en vidrios rotos, agregó

-¿Cómo, sobre vidrios rotos, descalza?

-¡Sí!  Hace años, era pequeña, tendría unos ocho años.  Era medio día, en mi tierra, en Moche.  La pista estaba destrozada y además quemaba tremendamente, ya sabes cómo es el calor allá.  Había habido una pelea hacía un rato y el suelo estaba lleno de vidrios rotos, de botellas rotas.  No me importó.  Mi amor por la marinera pudo más.  La música empezó y bailé y bailé... Por supuesto que bailaba y sangraba a la vez, pero la sangre que corría por mis pies me calmaba el dolor y el ardor de la pista. Fue un momento único, en verdad supe que era más fuerte de lo que me veía a pesar de la corta edad que tenía.

-¡Increíble!  ¿Y sigues bailando aún en suelos tan ardientes, tan calientes?

-Si, aún bailo.  No dejaré jamás de hacerlo ¡Bailaré aquí y en cielo!

-Admirable, en serio.  Amas la marinera con tu vida.  Es como si le entregaras tus pies a ella, como una ofrenda

Sentir el suelo ardiente, sentir que te quemas las plantas de los pies....te da fuerza, lo disfrutas ¿no?

Ella bajó los ojos un momento. Pero luego levantó el rostro, orgullosa...

-¡Sí, lo recontra disfruto, me encanta quemarme las plantas de los pies por mi marinera!

Es más que una pasión, ¡Es mi vida!  ¿Sabes?  Una buena bailarina de marinera disfruta poniéndole retos duros a sus pies

es mágico...Mientras más te duelen las plantas, más gozas, más placer sientes, y mejor bailas....

-¿Es en serio?  ¿Te gusta bailar en pista muy caliente, quemarte las plantas de los pies, sientes placer al quemártelas, que te ardan?

-Sí me gusta, es algo que no cambiaría por nada. Me encanta sentir el calor del suelo, sentir que las plantas de mis pies me ardan, verlas enrojecidas.  ¡Me hace bailar mejor, con más ganas, con más pasión!

-¿Te gusta ver las plantas de tus pies enrojecidas, sentir que te arden?

-Sí me gusta, es algo único que siento cuando los veo, no me interesa las ampollas de sangre que me puedan salir, el solo hecho de bailar me transforma.  ¿Sabes?  Me encantaría poder vivir descalza, no volver a usar zapatos nunca más...pero trabajo y con tacos y mi trabajo no me lo permite por desgracia

Me causó gracia la forma que lo dijo, en verdad lamentaba muchísimo tener que usar zapatos, como si le aprisionaran los pies, como si le quitaran la libertad.   En eso volvió a sonreir y agregó:

-¡Pero siempre que puedo salgo sin zapatos a la calle!  Voy descalza a los negocios, a las plazas, al mercado.  Y eso que aquí en Chile el sol es mucho más fuerte... la pista quema un montón ¡Es rico!

-¿Y qué te dice la gente, tu familia, tus amigos, al verte sin zapatos en la calle?

-Que estoy loca ¡ja ja ja!

-¡Loca por la marinera!

-Sí, creo que sí, loca por la marinera. Sólo las que bailan marinera pueden entender esto.  ¡Mira!

Sonreía. Parecía una niña feliz con un juguete nuevo.  No me había dado cuenta, nos habíamos detenido mientras caminábamos por la calle.  Llevábamos ya más de una hora caminando.  Ella iba descalza, parecía una gacela al caminar, con gracia, como si bailara marinera a cada paso.  El sol era fuertísimo, el suelo quemaba tremendamente, pero a ella le gustaba. 

-¿Qué, qué quieres que mire?

-¿No te das cuenta? ¡Mira abajo!

Y en eso me percaté. Ella estaba parada sobre una tapa metálica de alcantarilla.  Llevábamos más de 5 minutos allí, hablando.  Lo había hecho intencionalmente, había esperado a encontrar una para pararse allí, con los pies desnudos, para sentir el calor terrible del metal abrasarle los pies. 

-¡Dios, sal de allí, te vas a lastimar!

-¡Para nada!  Mis pies son fuertes, ya viste mis plantas, son como cuero.  No pasa nada.

-¡Pero eso quema un montón!

-Claro que sí...muchísimo... es puro fierro, y es medio día...

-¿Y no te duele?

-Sí...un poco...  Arde... pero me gusta, es rico...Necesito sentir este ardor en las plantas de mis pies, me llena de energía, me hace sentir viva.  Mira...

Salió lentamente de la tapa caliente, caminó unos pasos y se arrodilló en el pasto, para mostrarme las plantas de sus pies.  Estaban tremendamente enrojecidas.  Sólo sus arcos pronunciados se mantenían blancos, intactos.  Pero no había ni una ampolla, nada...la piel sólo estaba roja, rojísima, pero no se había lastimado.

-¿Lo ves?  No pasa nada.  Me gusta verlas así, rojitas, se ven más bonitas...

Increíblemente, era cierto.  Sus plantas enrojecidas lucían preciosas, sus arcos destacaban aún más.

-Sí que amas la marinera norteña...

-¡Es mi vida!  Ya te lo dije...

-Eres admirable...

-Para nada... sólo amo la marinera.  Aquí en Santiago me preguntan a veces por qué camino sin zapatos, si no me duelen los pies... y les cuento que soy peruana, que bailo marinera, que así fortalezco mis pies para bailar descalza, que sin zapatos me siento libre... Muchos no entienden, otros sí... pero igual, lo seguiré haciendo.  Ahora me pongo los zapatos sólo para el trabajo...llego descalza, me pongo los tacos y empiezo a trabajar... Y cuando termino, me los quito y salgo sin zapatos de la oficina, me voy descalza a casa... Bueno, aquí me quedo

Habíamos llegado a su trabajo.  Ella suspiró.  Abrió su bolso y saco los tacos. Los miró un momento, como si fuesen una prisión.  Lentamente, se los puso.  Fue triste ver desaparecer aquellos pies tan hermosos, tan perfectos, en esas prisiones. Era como si los zapatos se hubiesen tragado sus pies.  Su rostro mostró tristeza por un momento, por ir calzada.  Realmente amaba la marinera, y amaba vivir sin zapatos.  Luego sonrió de nuevo, y dijo.

-A la salida me los quitaré de nuevo.  Así es todos los días.  Y a veces, cuando no se dan cuenta, me los quito mientras trabajo también.  ¿Sabes? Creo que voy a pedir permiso para venir a trabajar descalza.

Nos despedimos y entró a su trabajo.  Lucía bien con los tacos, pero lucía aún más hermosa descalza...como una diosa de la marinera norteña.

FIN

Para Ana Lucía, con admiración y aprecio, por su amor y su pasión por la marinera norteña y por caminar descalza, libre y feliz.

Marzo 2018

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