La Promesa

LA PROMESA

-¿Usted es la hija?

-Sí doctor

Se acercó temerosa de lo peor.  El doctor la miró a los ojos, y le dijo

-Todo salió bien, se va a recuperar

-¡Gracias doctor!  le dijo ella entre lágrimas, abrazándolo

-Su mamá es fuerte, pero necesitará cuidados y algunas medicinas algo caras

-La cuidaré muy bien, le conseguiré las medicinas ¡Gracias, gracias!

***

-Gracias, Señor, gracias, Virgencita, por salvar a mi mamita,   dijo ella entre lágrimas, con las manos juntas en oración, de rodillas en la capilla.  Y agregó

-Ustedes me cumplieron, yo también sé cumplir

Y tras decir esto, desató los cordones de sus zapatillas, se quitó las medias y guardó todo en su mochila.

***

Otro ciclo empezaba. Aún hacía calor, las ventanas eran amplias y la luz entraba a raudales.  Era lo óptimo en una sala de arte.  Los alumnos iban llegando, faltaban cinco minutos para comenzar la clase.  En eso empezó el bullicio general

-¿Cómo, todavía?  ¡Yo pensé que sería flor de un día!  ¿No era sólo un ciclo?  ¡Tu sí!  ¡Mis respetos!  ¿No te quemas?

-Una promesa es una promesa, respondió ella, con una sonrisa.

El levantó la cara para ver por qué tanto alboroto.  Conocía solo a algunos en esta clase.  Y en eso vio a la causa de todo el ruido:  una chica delgada, de ojos grandes, bonita, acaba de entrar al salón y sus amigos y conocidos la bombardeaban a preguntas, entre curiosos y sorprendidos.  Ella se sentó dos lugares delante de él, y recién entonces él comprendió el motivo de tanta bulla: estaba descalza.

***

Dos días después la clase ya discurría normal.   Había pasado la novedad del primer día.  Hoy tendrían que formar los equipos de trabajo para el proyecto de ciclo.  Era la escuela de arte, y tenían que trabajar muchos proyectos en los distintos cursos a lo largo del ciclo.  Tomaba tiempo y había que comprar materiales, era algo costoso, pero, bueno, aprender valía la pena.  Cada alumno iba tomando los mismos lugares del primer día.  Y en eso la vio.  Llevaba un vestido negro corto, el cabello suelto, un collar delgado con un dije que hacía juego con sus aretes.  Y a excepción de una discreta tobillera, nada en los pies.  Seguía descalza.  Le causaba curiosidad.  Al rato ella cruzó los pies bajo la silla, y pudo ver sus plantas negrísimas, bien definidas.  Sólo sus arcos seguían blancos, el resto de sus plantas era de un negro intenso.  Era gracioso, esa silueta era atractiva, llamaba la atención.  Además de ser bonita, tenía bonitos pies.  Eran delgados, esbeltos.  Largos, de dedos derechitos.  Se veían fuertes, como atléticos.  Y la piel de sus plantas, a pesar del polvo que las cubría, se notaba resistente.

***

Tercera clase. El profesor ya había formado los grupos y lo primero que indicó al llegar fue que se juntaran por equipos para asignarles los proyectos de ciclo.  Llamó por apellidos, Grupo 1, Grupo 2, Grupo 3...  Se acercó con los compañeros, a algunos ya los conocía, a otros no. Eran grupos de 6, 3 chicos y 3 chicas.  Y entre ellas estaba ella, la chica descalza.  Sí, seguía sin zapatos, sus pies seguían desnudos como el primer día.

-Hola, soy Martín, mucho gusto

-¡Hola!  Soy María Paz, pero me dicen Mari

-¿Y tus zapatos?

-No tengo

¿No tenía zapatos?  Era extraño.  En fin, empezaron a organizarse.  El profesor había repartido los proyectos. Había que comprar algunos materiales (no muchos, felizmente) y el jefe del equipo le encargó la compra a Mari y a él. 

-Haremos chanchita, 30 soles por cabeza, dijo el líder

-Aquí afuera los venden, dijo Martín

-¿Estás loco? ¡Son carísimos!  Los compraremos en el centro, por Bellas Artes, allí saldrán mucho más baratos

Era Mari.  Chica ahorradora por lo visto.  Eso era bueno después de todo. El presupuesto de un estudiante siempre está ajustado, a veces hay que elegir entre almorzar o comprar materiales.  Y no te reprueban por tener hambre, pero sí por no presentar los trabajos.

Y luego Mari agregó:

-Saliendo de la clase iremos a comprar los materiales, y podemos reunirnos el fin de semana para empezar el proyecto.

-¡Perfecto!  En mi casa tengo espacio, y no está lejos de la Universidad.  Era Jorge, el líder del equipo.  A todos les pareció bien, acordaron reunirse el sábado a las 9 en casa de Jorge.  El les dio la dirección, intercambiaron números de teléfono, formaron un grupo en WhatsApp para coordinar. Estaban listos para el proyecto.  Sí, era un buen equipo, todo saldría bien.

***

-¿Iremos hasta Bellas Artes?  ¡Está lejos, el taxi nos saldrá caro!  Dijo Martín

-¿Cuál taxi? ¡Iremos en bus, ven!

Cogieron sus mochilas y caminaron por el campus. Salieron por la puerta principal y enrumbaron al paradero.  Hacía calor, el sol estaba en pleno.  Era medio día.

-Oye, ¿no te quemas los pies?

-Un poco

-¿No te duelen?

-Sí, me arden un poco, por eso camino rápido ¡apúrate!

El bus paró ¡Sube, sube, es éste! dijo Mari.  El sólo atinó a obedecer.  Felizmente no estaba lleno y consiguieron asiento.

-¿Por qué caminas descalza?

-Ya te dije, no tengo zapatos

-¿No tienes zapatos, por qué?

-Los vendí o regalé todos

-¿En serio?

-Sí, en serio.

-¿Y eso por qué?

Ella lo miró a los ojos.  El se fijó en cómo sus bonitos ojos grandes lo escaneaban.  Sí, lo estaba observando.  La mirada de Mari se relajó, parecía haberlo aprobado.

-OK, el camino es largo, así que te contaré...

***

Y efectivamente, era largo el camino.  Y así él se enteró de por qué Mari no usaba zapatos, por qué era barefooter, como ella le había dicho. 

El papá de Mari había fallecido en un accidente cuando ella estaba en el segundo año de la carrera de Arte.  Había sido un duro golpe para la familia.  No sólo emocional, sino también económico.  La universidad no era barata, y Mari había pensado seriamente dejarla y conseguir trabajo en lo que sea, pero su mamá se había negado rotundamente.  "Tu papá querría que termines tu carrera, y yo también.  No te preocupes, ya veremos"

Había gestionado una beca y felizmente la había conseguido.  Pero seguía el problema de los materiales.  La mamá hacía turnos extra y Mari consiguió un trabajo a medio tiempo en un local de hamburguesas, y felizmente la plata parecía alcanzar.  Además del arte, la marinera norteña era su pasión.  Tres veces por semana iba a los ensayos, y de vez en cuando participaba en algún concurso.  Bailaba bien, con ganas, con pasión, con naturalidad.  Cada paso que daba lo sentía en el corazón, sus gestos, sus movimientos, su sonrisa eran espontáneas, auténticas, y eso el profesor y el público lo notaban.

Y en eso ocurrió.  Su mamá cayó enferma.  Día a día la vio debilitarse ante sus ojos.  Fueron a ver a un médico y luego a otro. Y ocurrió lo que temían. Había que operar. Felizmente algunos familiares les dieron la mano y lograron reunir el dinero necesario para la operación, pero siempre había el riesgo. No quería ni pensar qué pasaría si su mamá no resistiese la operación.  Era todo lo que le quedaba en el mundo, y la amaba muchísimo.

El Domingo en el concurso de marinera, Mari fue escalando posiciones.  Pero la tristeza embargaba su corazón.  Al día siguiente, lunes, operarían a su mamá.  Era una operación delicada, y ella estaba débil.  Levantó los ojos al cielo, rogando

-Señor, Virgencita, curen a mi mami, por favor, se los suplico.

Tenía los ojos en lágrimas.  El corazón le oprimía.  Y en eso se le ocurrió.  Tenía que dar lo mejor de sí, tenía que ofrecer algo. 

-Sálvenla, por favor, y les prometo que no volveré a usar zapatos, que viviré descalza.

Al decirlo su espíritu se tranquilizó. Sintió como una paz interior.  Bailó y bailó, y siguió subiendo posiciones.  Bailó con más ganas que nunca, con más gusto que nunca. La música y los pañuelos revoloteaban, era como si estuviese llena de una energía especial.

¡Y ganó!

Pisó podio, en el primer lugar.  ¡Mil soles de premio!  Abrazó a su pareja, con quien había campeonado

-Quédatelo todo, es para tí, para tu mamá, le había dicho él mientras les daban el cheque

-¡Gracias, gracias! le dijo ella, mientras lo abrazaba nuevamente con lágrimas en los ojos.

Al dia siguiente había llevado a su mamá al hospital.  Se había pasado rezando todo el tiempo que duró la operación.  Vio salir al doctor, y él le había dado la noticia:  Su mamá se había salvado.

Mari había vuelto a la capilla, a dar gracias, y se había quitado los zapatos.  De esto hacía ya un año. 

***

-¿Y tu mamá como está?

-Ya bien, gracias a Dios.  Salió bien de la operación.  La convalecencia y el tratamiento le tomaron unos tres meses, pero ya está bien, de buen ánimo y trabajando nuevamente.  Es una mujer trabajadora, es dura.

-¿Y llevas un año descalza?

-Sí, un año

-¿Qué te dijo ella?

-Que estaba loca.  Mari rio.  Pero le dije que era una promesa, y que Dios y la Virgen me habían cumplido, así que yo tenía que cumplir también.  Ella me miró, me abrazó y me dijo que me amaba, y que apoyaba siempre lo que yo hiciera. No he vuelto a usar zapatos desde entonces.

-¿Y la universidad?

-Estamos en la facultad de Arte.  Ya has visto... jeans rotos, cabellos pintados, cabezas rapadas...piercings, tatuajes... una chica descalza no llama la atención.  Ya antes otras chicas se han quitado los zapatos en clase, a los profes no les sorprende demasiado

-¿Y saben que tú no tienes zapatos? Porque una cosa es estar descalza en la clase, y otra llegar sin zapatos, estar así todo el día, todo el tiempo...

-Sí, ya saben.  Algunos preguntaron.  También fui a Secretaría Académica a explicarlo.  El reglamento no dice nada al respecto, no te obligan a usar zapatos, así que al final nadie se hizo problemas.

-Así que el tratamiento de tu mamá salió bien

-Sí, fue algo caro.  El dinero del premio lo usé todo en comprar sus medicinas.  Tenía algunas zapatillas buenas, en buen estado. Unas Converse, otras Adidas. Las vendí para comprar las medicinas.  También un par de botas Doc Martens nuevecitas, que fueron el último regalo que me dio mi papá.  Necesitaba el dinero para los medicamentos, y además había prometido no volver a usar zapatos, así que no los necesitaba.   Hablé con el local de hamburguesas y me dejaron estar descalza, pero sólo en caja. En verano conseguí un trabajo en un grifo del Sur.  Vendía gasolina, llenaba los tanques.  A los camioneros les sorprendía verme sin zapatos, pero al final la gente se acostumbró o no se daban cuenta.

-¿Y no es duro, vivir descalza?

-Ya no tanto.  Al principio fue algo más difícil.  Ya sabes, bailo marinera norteña, las plantas de mis pies ya eran fuertes, duras.  Me costó sobre todo superar la mirada de la gente en la calle, en la universidad, en el supermercado.  Pero poco a poco dejé el temor, me acostumbré a las miradas.  Total, no tener zapatos no es pecado, no es ilegal estar descalza.  Empecé en Abril, así que el clima estaba bueno.  Pero en Julio ya era otra cosa... Al principio tenía frío, los pies helados...pero me abrigaba más y poco a poco mis pies se acostumbraron al frío, a las pistas ásperas.  Luego volvió el calor.  Ya había bailado marinera sin zapatos en pistas calientes. Duele, pero es sólo un rato.  Era otra cosa caminar en la pista caliente durante varios minutos. Pero también me acostumbré.  Las plantas de mis pies se hicieron más fuertes, más duras. Mira:

Mari cruzó la pierna y la apoyó sobre su rodilla, para mostrarle su planta a Martín.

-Toca, sin miedo, le dijo

Y él así lo hizo.  Efectivamente, sus plantas eran duras, ásperas.  Gruesas y flexibles.

-Mis amigas me dicen que parecen lija.  Y es cierto, dijo Mari, sonriendo.

-A mí me parecen de cuero, dijo Martín

-Sí, tienes razón.  Ya se me han curtido, se han vuelto cuero, gracias a Dios.  Así aguantan todo.  Aunque el verano fue duro.

-¿Duro?

-Sí. Como te comentaba, trabajaba en un grifo en la carretera al Sur.  El calor era intenso, y el suelo quemaba muchísimo.  Lo más doloroso era cuando tenía que ir a la oficina y pasar por las tapas esas de fierro, ¡Sentía como que caminara sobre una plancha caliente!  Pero no podía quejarme, me había costado conseguir ese trabajo y que me aceptaran trabajar sin zapatos, así que me aguantaba, bien macha.  Felizmente me acostumbré, mis plantas se curtieron, como ves, y nunca se me ampollan ya.

-¿Ya no te quemas los pies, se te han vuelto insensibles al dolor?

-¡Ja ja ja!  ¡Claro que duele!  Si el piso quema, me arden bastante, se ponen rojas.  Pero nada más.  No se lastiman, no se ampollan, nada.  Y ya me acostumbré, me aguanto y listo.

-¿Y sigues con la marinera?

-¡Claro!  La marinera norteña es mi vida, no la dejaría por nada.  Bailar me transporta, me hace feliz. Me saca de la realidad.  Y ahora que vivo sin zapatos, mis pies son más fuertes, los pasos me salen mejor, más naturales, y puedo bailar en presentaciones donde sea.

-¿Donde sea?

-Sí.  Pistas súper calientes, suelos rotos, cascajo, piedras... Yo bailo sin zapatos donde los organizadores quieran, al público le gustan esos retos, y las plantas de mis pies aguantan todo.  ¡Hasta vidrios rotos!

-¿En serio?

-¡De veras!  Un par de veces he caminado sobre vidrios rotos rumbo a la pista de baile.  Resulta que en el local había habido una fiesta la noche anterior, y se habían roto botellas y vasos.  Nadie había limpiado y el piso estaba lleno de pedazos de vidrio. Y para llegar a la pista de baile había que pasar por allí.  Yo no tengo zapatos, así que simplemente lo hice.

-¿Y no te cortaste?

-Para nada, ya has visto las plantas de mis pies.  Están curtidas, son cuero.

-¿También en pistas calientes, de verdad?

-¡Claro!  Muchas presentaciones son en la pista, o en patios de colegio, de cemento áspero.  Y son al medio día, para que vaya más gente, y también porque al medio día el suelo quema más. 

-¿Al medio día, cuando quema más?

-Exacto. Es para que vaya más gente, y porque así la bailarina se luce más también. Al público le admira que una bailarina de marinera pueda aguantar el suelo caliente, se sorprenden al verla sonreir y coquetear mientras se quema los pies.  Y el piso caliente te motiva, cuando te quemas los pies, cuando te arden, bailas mejor, con más ganas.  Es como el ají, cuando te pica el cebiche es más rico, lo comes con más gusto.  La marinera es igual.

-¿Y no extrañas los zapatos?

-Mmm...la verdad no, para nada.  Me gusta andar descalza, me gusta vivir descalza.  Sí, es una promesa, y debo hacerlo. Pero a la vez me gusta.  Mis pies se sienten libres.  Al levantarme no tengo que preocuparme por escoger zapatos que hagan juego con mi ropa.  Me siento más ágil descalza, más en contacto con la tierra.  Y hasta me dicen que tengo bonitos pies ¡Ja ja ja!  Con estas plantas ásperas y duras, mis pies son horribles.

-Para nada.  Tus pies son bonitos.  Tus plantas también, así, duras y ásperas, tienen personalidad, lucen bien.

-¡Gracias!  Bueno, sí, son pies de bailarina de marinera, son pies de barefooter.  -¡Aquí bajamos!

Apresurados, bajaron en la esquina, rumbo a la tienda para comprar los materiales necesarios.  Martín iba pensando en la historia de Mari.  Era admirable, una promesa.  Esta bonita joven vivía descalza, y era feliz.  Era una chica sencilla, sin poses.  Martín la miró en el mostrador, con la rodilla doblada.  Miró sus bonitos pies, de arcos pronunciados.  Miró la silueta de sus plantas, el polvo dibujaba las curvas de sus pies, realzando sus arcos. Miro su rostro, su cabello claro suelto, sus grandes ojos.  Recordó lo que le había contado, su forma de hablar, sus gestos.  Notó como ella se agarraba el cabello mientras lo miraba.  Se estaba empezando a enamorar de esta artista, de esta bailarina de marinera norteña.

FIN

20180330