La magia de la Marinera

LA MAGIA DE LA MARINERA

Faltaba poco para el concurso.  Quitando tiempo al sueño, empezaron a ensayar. Eran buenos amigos ahora, poco tiempo atrás habían sido algo más.  Las cosas no habían funcionado como quisieron y se habían separado. Pero el destino, la Marinera, los había vuelto a juntar.  Eran la pareja de baile perfecta, había química entre ambos, se complementaban perfectamente. Sin verse, el uno ya sabía qué paso haría el otro.

Ensayos, ensayos y más ensayos. El, elegante, con su poncho de chalán y su sombrero.  Ella, coqueta, sonriente, bailaba con los pies desnudos sobre el patio de cascajo, para fortalecer sus plantas, para prepararlas para cualquier cosa, para ganar.

La música los transportaba. Como en trance, el ritmo iba a la par de los latidos de su corazón.  Sus pies firmes y delicados, bellamente formados y de arcos pronunciados, dibujaban filigranas en el piso áspero y agreste.  De tanto ensayar, sus plantas se habían vuelto ya cuero vivo, lo que no hacía sino incrementar su belleza.  El veía su sonrisa, sus giros, y como ella le coqueteaba con los pies desnudos y gráciles.

Poco a poco, como en una canción, se fueron acercando otra vez.  El muchacho amable y bueno sucumbía nuevamente a sus encantos.  La música se volvía pasión otra vez.  La chispa del amor había regresado.  En uno de los giros, él le robó un beso.  Ella se sorprendió, pero sólo atinó a sonreir.  Dejó caer el pañuelo al piso para luego tomarlo suavemente con los dedos de su pie. El se arrodilló ante ella, sin dejar de mirarla a los ojos, mientras el delicado pie de ella depositaba con suavidad el blanco pañuelo en su mano. El sintió su planta desnuda, áspera y dura acariciando su mano. Recordó entonces esos momentos en que él, durante horas, le acariciaba los pies después de bailar.  Y fue entonces que sólo atinó a besar esos pies hermosos que los habían unido otra vez. La Marinera había hecho su magia nuevamente.