La profesora de Marinera

La profesora de marinera

-La marinera tiene que decir algo.  Ustedes tienen que decir algo con el pañuelo, con su sonrisa, con sus pies

Y diciendo esto movió los pies con gracia, dándoles el ejemplo.

Las muchachas miraron y empezaron a bailar al ritmo de la música. Los pañuelos giraron en el aire mientras los pies descalzos levantaban polvo en el piso de cascajo.

Ella observaba con atención, siguiendo los movimientos de sus alumnas.  Las chicas tenían pasta.  Hacía calor y el piso áspero estaba además caliente.  Muy caliente.  Sus plantas duras, algo ásperas, lo sentían, pero ella lo ignoraba.  Sabía que para las muchachas era aún más difícil, sus pies todavían no estaban del todo acostumbrados.  Pero ellas no se quejaban, seguía bailando, practicando, aprendiendo.

Sólo cuatro chicas habían pasado de la clase intermedia a esta avanzada.  saber que los ensayos serían en el patio de cascajo desanimaba hasta a la más valiente.  Pero estas cuatro se habían atrevido, y ahora ensayaban con ella, aprendían de ella los secretos de cómo conquistar con la sonrisa, con los pies, con el pañuelo, con el vuelo de la falda. Estoicas soportaban el suelo agreste, puntiagudo, y las piedrecillas que se esmeraban en morder sus pies descalzos.  Habían aprendido a ignorarlas, concentrándose en la música, en el baile.  Cada ensayo fortalecía más sus pies y afinaba sus movimientos.

La profesora, en la última clase de intermedios, les había mostrado las plantas de sus pies, diciéndoles

-Una verdadera bailarina lo entrega todo.  Si quieren bailar de verdad, si aman el baile, estarán dispuestas a ello

Y diciendo esto les enseño las plantas de sus pies.  Duras, algo ásperas, tenían un ligero aspecto de cuero.  Sus pies eran esbeltos, bien formados, de arcos altos y dedos algo largos.  Pies armoniosos, bonitos y que parecían delicados... cuando la realidad era que el baile los había entrenado y fortalecido al punto de que era capaz de bailar incluso en la pista áspera  y caliente durante un medio día de verano.

Las chicas se acercaron y observaron las plantas de su joven profesora.  Algunas las tocaron, para sentir su textura.

-Hoy terminamos la fase intermedia.  La próxima semana empezamos la avanzada.  De ahora en adelante, las clases serán en el patio.  De 1 a 3 pm, como siempre

El patio era de cascajo.  El sol del norte calentaba las piedrecitas puntiagudas.

La semana siguiente sólo cuatro chicas se presentaron.  Ella sonrío, y les dijo

-Aprendamos

La música y el baile empezó, mientras ella corregía posturas y movimientos, y les mostraba cómo enseñar el corazón y la emoción con la danza.

De esto hacían ya tres semanas.  Las muchachas no se habían rendido.  Tenían pasta. Dos de ellas, que vivían a pocas cuadras de la academia, incluso venían desde sus casas caminando sin zapatos, para fortalecer las plantas de sus pies. Ella sonrío al enterarse.  Ella misma hacía igual, recorriendo diariamente los dos kilómetros que separaban su casa de la academia.  Claro, no iba por la calle vistiendo el traje con el que bailaba, sino jeans remangados y una blusa o polo.  Sus vecinos y los de la academia ya estaban acostumbrados a ver a "la profesora" yendo y viniendo con los pies descalzos por la calle, hiciera calor o lloviera.  De hecho ya casi no usaba zapatos, sólo cuando era indispensable.  En casa, en la academia, por su barrio o hasta cuando iba de compras lo hacía descalza, a tal punto estaba acostumbrada a ello, y además de este modo mantenía sus pies en forma para los concursos.

Sus chicas tenían madera, y lo sabía.  Pronto se estarían codeando de igual a igual con las mejores en los distintos concursos que empezarían en un par de meses.  Pero no eran sólo poses, voleos y movimientos lo que ella les enseñaba, sino que les mostraba cómo sacar la pasión de su interior y mostrarla con el baile, como coquetear a la pareja con el pañuelo, con los pies y con los ojos, con una sonrisa, con un quiebre.

Sonrió.  La marinera era su pasión.  Bailar era su vida, y enseñar, su legado.  La tradición estaba asegurada.

***

Para Tatiana y las profesoras de Marinera Norteña que mantienen intacta la tradición y la herencia de nuestro baile.