Hacia Arriba

HACIA ARRIBA

(Inspirado en una historia real)

Ella sonrió.   Lo había decidido.  El calor era intenso y recién eran las 11 de la mañana. Se aseguró de tener las llaves en el bolsillo de sus shorts de jean y cerró la puerta tras de sí.  No había ya marcha atrás.

Empezó a caminar, absorta en sus pensamientos.  Trujillo era su meta.  Iba tarareando la melodía de su marinera favorita.  La calle estaba llena de gente, cada una preocupada en sus cosas, apresurada, pasando por la vida o dejando a la vida pasar.  Pocos se fijaban en ella.  Algunos miraban hacia abajo y ponían cara de sorpresa, otros, en especial las señoras, de desaprobación.  Pero a ella no le importaba eso.

Mientras caminaba era como haber ganado un sentido nuevo.  No sólo miraba la calle, la sentía, percibía las distintas texturas del suelo a través de las plantas de sus pies desnudos.  Las veredas, lisas y suaves en algunas partes, ásperas en otras.  Las pistas, siempre ásperas, y muchas veces rotas, llenas de piedrecitas filosas, pequeñas y puntiagudas que se empeñaban en lastimarle los pies.  Y el calor... era cada vez más intenso, más fuerte... el suelo se tornaba más y más ardiente conforme avanzaba.   Recién iba 5 minutos y ya le dolía, le ardían las plantas de los pies.  Pero era solo el comienzo, lo peor ¿o era lo mejor? estaba aún por venir.

Continuó caminando por todo el Jirón Fitzcarrald.  Ya había menos gente en la calle.  Volteó en 17 de Diciembre hasta llegar a la calle Huarmey.  La pista quemaba intensamente, pero eso no la detuvo, al contrario, la motivaba aún más.    Se detuvo un momento  para mirar, una a una, las plantas de sus pies.  Bajo la capa gris oscura de polvo se notaban rojas, coloradas.  Le ardían, y mucho, pero extrañamente esa sensación era agradable, le gustaba, la hacía sentirse viva.  Le gustó la silueta de sus plantas, de sus pies esbeltos y largos, bien formados, sólo sus arcos se mantenían limpios, blancos, delicados.  Respiró hondo al ver el cerro frente a ella.

Avanzó.  Había llegado el momento, la verdadera prueba estaba por empezar.  Despacio, poco a poco, empezó a subir por las faldas del pequeño cerro, que aún no eran empinadas.  A cada paso el suelo se volvía más y más pedregoso.  Las piedras le hacían doler los pies, pero ella seguía, como en trance.  El dolor en sus pies, su sufrimiento la animaban a continuar, y la hacían pensar más y más en Trujillo y en la marinera que tanto amaba.

Algunas personas que pasaban por allí se detenían un momento para ver a la hermosa joven que, descalza, había empezado ya su ascensión al cerro. ¿Sería una penitencia, una promesa? ¿Algún tipo de voto?  ¿Una apuesta quizás? ¿Por qué estaba sin zapatos, por qué le hacía eso a sus pies?

No tenían idea de lo que la pasión por la marinera norteña realmente representaba.  Ella sabía que no era sólo bailar, que la marinera era un estilo de vida, que era su vida, su razón de existir.  Y que tener los pies fuertes era la mejor forma de bailarla, de danzar descalza en cualquier terreno, en los peores suelos como este hermoso baile exigía constantemente.  Lo había meditado durante varios días, hasta que había tomado la decisión de subir al cerro sin zapatos, de ponerle ese reto a sus pies para fortalecer no sólo la piel de sus plantas, no sólo los músculos de sus pies, sino sobre todo para templar su espíritu, para demostrarse a sí misma que podía hacerlo, que era capaz no de soportar el dolor, sino de doblegarlo, de domarlo, de dominarlo.   De domesticarlo hasta el punto de volverlo motivación y de convertirlo en arte, en baile, ¡en marinera!

La subida continuó.  El camino era cada vez más rocoso.  Ya era medio día y el suelo lleno de piedras filosas y de rocas le quemaba las plantas de los pies sin piedad.  Era como caminar en carbones encendidos, sobre brasas ardientes.  Pero quería hacerlo, lo deseaba, y por eso había dejado a propósito los zapatos en casa, no había traído nada que ponerse en los pies para no ceder a la tentación de usarlos, para no tener opción a rendirse.  Era bailarina de marinera norteña, sabía que no debía usar zapatos, que sus pies no merecían protección.

"La marinera norteña es la forma más hermosa de torturar los pies de una mujer"  Recordó.

"La marinera norteña es la forma más hermosa de torturar los pies de una mujer" musitó.

"LA MARINERA NORTEÑA ES LA FORMA MÁS HERMOSA DE TORTURAR LOS PIES DE UNA MUJER" dijo en voz alta.

Sí, lo era.  Estaba convencida de ello.  Lo sentía dentro de sí.  Así tenía que ser, siempre había sido así.  El chalán desafiaba a la china norteña a bailar sin zapatos en suelos calientes y pedregosos, y ella aceptaba, coqueta, gustosa, sin dejar de mirarlo a los ojos con sensualidad.  La marinera norteña era un coqueteo, un desafío, un reto entre un chalán calzado y una campesina de pies desnudos....en los que siempre, inexplicablemente, la campesina vencía una y otra vez y se ganaba el amor del chalán y la admiración y el respeto del público.

Siguió subiendo.  Ya casi no sentía los pies.

Se detuvo y se sentó sobre una roca algo plana.  Miró sus pies, cubiertos de polvo.  Movió sus dedos largos, ágiles y flexibles.  Sus pies eran largos y delgados, elegantes, estilizados.  "Pies de princesa" le habían dicho más de una vez.  "Tienes bonitos pies" le decía su pareja.  "¡Pobres tus pies!  ¿Cómo puedes aguantar tanto?" le decían sus amigas.  Sonrió.  Cruzó una pierna y apoyó el pie sobre la rodilla, y luego de un rato repitió la operación para revisar la otra planta.   Lo que vió le gustó.  Sus plantas aguantaban bien.  Seguían cubiertas de polvo, esta vez más finito y de color marrón, y lucían aún más enrojecidas, pero aguantaban bien la tortura a la que voluntariamente las sometía.  No habían ampollas, ni una sola.  Recorrió sus plantas con el dedo y lo que sintió la satisfizo:  se sentían duras, ásperas, fuertes.  Ya se estaban convirtiendo en cuero, tal como quería, tal como había decidido algún tiempo atrás.  "Mira mis plantas, tócalas" le había dicho a su mejor amiga  "Voy a convertirlas en cuero, vas a ver" había agregado, ante la sorpresa de la muchacha a la que conocía de años y con quien compartía tantas cosas, tantas vivencias.

El sol estaba en el cénit, en su punto más alto.  Se levantó y continuó la subida.  El suelo rocoso seguía quemándole las plantas de los pies, y ella lo disfrutaba, había encontrado, como tantas otras bailarinas de marinera, la manera de convertir el dolor de las plantas de sus pies en placer, en gozo, en motivación.  Finalmente llegó al punto más alto.  El paisaje frente a ella era alucinante.  Casas por todas partes, algunos edificios, las avenidas, los autos y buses y combis que se peleaban entre sí por avanzar.  La imagen de Trujillo y del coliseo volvieron a su mente.  Lo había logrado, había subido al cerro sin zapatos, a pie desnudo, tal como se lo había propuesto.  "La marinera norteña es la forma más hermosa de torturar los pies de una mujer" recordó, sonriendo.  "Y me gusta torturar mis pies" agregó, en voz bajita, mientras emprendía el descenso.

FIN

20160629