Malabrigo

MALABRIGO

(Una historia real)

Malabrigo...puerto norteño...  Eran las 11 de la mañana, y el sol estaba ya en todo su esplendor. 

Nolly vio el mar.  Era como si la llamara, como si la fuerza de las olas se moviera al ritmo de la marinera que tanto amaba desde pequeña.  No se preocupó en calzarse, no lo necesitaba, le gustaba ir descalza, libre... Posó su pie desnudo sobre la vereda ardiente.  ¡Era casi como caminar sobre brasas!  Sonrió, mientras saboreaba el intenso calor del pavimento que trataba de abrasarle las plantas de los pies.  Ardía un poco.  Sabía que pronto estaría aún más caliente, al medio día...

Sus plantas curtidas, encallecidas, aguantaban bien.  Se detuvo un momento y levantó un pie para observar su planta:  lucía enrojecida, y mucho... le gustó lo que vio.  Sólo su arco se mantenía delicado, suave.  El otro pie estaba igual.  "Chucra", recordó con una sonrisa, "curtida", así la llamaba su esposo, al verla caminar y bailar sin zapatos en los suelos más terribles:  pistas rotas y ásperas, patios de colegio ardientes bajo el sol, en la arena de la playa mientras ensayaba.  El la fastidiaba, se reía...pero le gustaba verla así, descalza en las peores condiciones, saber que sus bonitos pies podían soportar todo eso y más. 

Nolly recordó cuando él le masajeaba los pies luego de los ensayos, acariciando sus plantas ásperas y duras, curtidas como el cuero.  Sabía que así le gustaban, que le gustaba ver que su mujer era ruda, como él, como buen pescador.  Estaba orgulloso de ella, de sus pies.  Recordó los ensayos con el mismisimo Chino Calderón, cuando notó que ella tenía pasta y decidió hacerla campeona, cuando el Chino se dio cuenta de que ella era valiente y nunca se rendía.  "Contreras" le había puesto como chapa, desde aquélla vez que la vio bailando sin zapatos en el piso caliente y cuando él le preguntó "¿No te duele, no quema?"  ella le había respondido "No, para nada".  Fue entonces cuando decidió hacerla campeona.

El "Chino" empezó a entrenarla, cual campeona.  La llevaba a la playa y la hacía bailar allí, en la arena caliente al medio día.  Notaba cómo las plantas de los pies de Nolly se ponían rojas, rojísimas.  Sabía que se estaba quemando los pies, que el dolor era intenso, y se admiraba de su valor.  Nolly jamás se rendía, jamás se quejaba... al contrario, parecía disfrutarlo.  Sí, era eso...tenía "El Don", esa particularidad casi mágica de las mejores bailarinas de marinera, que poseían la facultad de convertir el dolor de las plantas de sus pies en placer, en disfrute, en arte, en marinera.  La llevaba también a la orilla, para que bailara en la arena mojada.  Eso le refrescaba los pies, pero le daba el desafío adicional del peso al zapatear.  Nolly ensayaba y entrenaba con constancia de soldado, sin desanimarse, parecía incansable.  Para fortalecer el zapateo, el "Chino" enterraba chapitas y hacía que ella las sacase a punta de zapateo al bailar, eso le fortalecía los dedos.  Diariamente él verificaba sus progresos.  Cada día le revisaba los pies, y fue testigo de como las plantas de Nolly se fueron conviertiendo en auténtico cuero, de forma gradual pero constante.  Sus plantas eran gruesas pero flexibles, duras, ásperas, encallecidas... curtidas.  Sólo sus arcos pronunciados se mantenían delicados, finos, como el último recuerdo de cómo fueron alguna vez las plantas de aquellos pies, antes de ser ofrendados a la marinera norteña.

Un calor aún más intenso la sacó de su ensueño.  El ardor en sus plantas era terrible, casi insoportable, pero a la vez placentero.  Miró hacia abajo y vio sus pies desnudos sobre una tapa metálica de esas de alcantarilla.  Era medio día y el metal había estado absorbiendo el calor del sol norteño durante toda la mañana.  Nolly no tenía idea de cuánto tiempo había estado de pie allí, descalza...¿dos minutos, tres, cinco quizás?  Sonrió.  Lenta, delicadamente, se retiró  de la tapa de metal y observó nuevamente sus plantas, una a una.  Estaban aún más rojas, de color carmesí.  Sentía cómo le palpitaban.  Pero sus plantas eran fuertes, ya no se ampollaban.  El dolor de sus plantas le recorrió la espalda y la estremeció, haciéndola recordar los masajes, las caricias y los besos que su esposo le daba en las plantas de los pies.  ¿Dónde estaría ahora, en qué parte de altamar se encontraría?  Elevó los ojos al cielo y musitó una pequeña oración para que Dios lo mantuviera con bien.  Luego de ello, Nolly continuó caminando, esta vez por la pista áspera como lija gruesa, para luego enrumbar hacia el mar, que tanto le había dado:  la marinera, su esposo, su familia...

La marinera norteña era su pasión, y caminar descalza y desafiar sus pies, también.

FIN

20161228