Flavia

FLAVIA

El pavimento ardiente quemaba como si fueran brasas ardientes.

Le raspaba las plantas de sus pies, permanentemente desnudos, como si fuese lija gruesa.

Cada paso, cada zancada era una verdadera tortura, aún para las plantas de sus pies, fuertes, duras y curtidas como el cuero.  Pero también cada paso de esta hermosa tortura a la que voluntariamente sometía a sus pies la acercaba más y más a la meta.

Todo estaba en la mente, en el corazón, en el alma... era un reto, un desafío auto impuesto, que la hacía superarse, ser mejor, vencerse a sí misma.  No competía contra nadie más, sino consigo misma.  Hacía ya más de un año que, por amor, había dejado de usar calzado.  Desde entonces vivía descalza.  Sus pies desnudos, hermosos, se habían hecho cada día más fuertes y la llevaban a donde sea.  En el Perú había desafiado y vencido a las ardientes arenas del desierto de Ica.  Ahora no sería menos. Sabía que sus pies aguantarían. Le gustaba ponerle esos retos a sus pies, desafíos cada vez más fuertes que le templaban el espíritu.  Y sus pies, obedientes, no se rendían jamás ante ningún tormento a los que ella los sometía...y de manera increíble, casi mágica, se volvían más y más hermosos mientras más fuerte era el reto.

Con estos pensamientos en la mente, y luego de casi doce horas de golpear el suelo, había cruzado la meta.  Todo fue un estallido de abrazos y de alegría.  ¡Lo había logrado!

Sí, una vez más, había vencido, se había vencido a sí misma.  Y sus pies, fieles, con las plantas palpitándole de dolor y de placer, la habían llevado una vez más a la meta.

Flavia vivía descalza... libre... feliz.  Esos pies desnudos, esas plantas fuertes que soportaban el dolor más intenso, merecían ahora el premio de las caricias y los besos.

FIN

20200725