Andrea

ANDREA

"La marinera norteña es la forma más hermosa de torturar los pies de una mujer" recordó Andrea. Sonrió. Cuánto significado había en ello, cuánta razón.

Era medio día y el sol radiante estaba en lo alto. El público esperaba, expectante. El suelo de cemento, áspero como lija, ardiente como carbones, calentado por el intenso sol durante toda la mañana, la llamaba...la esperaba...la provocaba...la tentaba. Ella sabía lo que ocurriría, como siempre. Estaba consciente de que aquel suelo desafiante le abrasaría las plantas de los pies, se las quemaría sin piedad. Y era eso justo lo que deseaba, lo que ella anhelaba. Años de ensayos y bailes le habían curtido las plantas de los pies hasta convertírselas en cuero, hasta volverlas duras y ásperas. Pero esos suelos siempre eran una auténtica tortura. El calor intenso le quemaba las plantas de los pies, las volvía tremendamente rojas, el ardor y el dolor eran intensos, casi insoportables...pero deliciosos a la vez, exquisitos, inspiradores.

Sus plantas ya no se ampollaban, estaban tan duras, tan fuertes que ya no se lastimaban....pero igual dolían...y gozaban. Andrea tenía el Don, ese poder casi mágico, casi místico de las buenas bailarinas, que eran capaces de convertir el dolor de las plantas de sus pies en placer. A más dolor, más gozo, más inspiración. Quemarse las plantas de los pies en el suelo caliente le hacía sentir como mariposas en el estómago....como cuando la besaban, como cuando se enamoraba, como cuando la acariciaban y abrazaban...porque eso era...la marinera norteña era su amor, su pasión, su vida.

La música empezó y la sacó de su ensueño. Sonriendo, la mano en alto, el pañuelo blanco volando, posó su pie de apariencia delicada sobre el suelo caliente que le dio la bienvenida. El calor intenso fue como un beso apasionado para las plantas de sus pies. Miró de arriba a abajo a su pareja y empezaron a bailar, con gracia, con elegancia, coqueteándose y conquistándose mútuamente al ritmo de la música y ante la mirada asombrada de la gente, que estaba sorprendida y fascinada a la vez al ver cómo esta hermosa joven desafiaba el suelo ardiente con los pies desnudos, sin quejarse, al contrario, sonriendo, gozando, disfrutando...jaraneándose de lo lindo...

La música terminó, la conquista se había dado una vez más. Los aplausos espontáneos y calurosos del público fueron su mejor recompensa. Despacio, lentamente, como saboreando el intenso calor en las plantas de sus pies, Andrea se encaminó al camerino. Allí se lavó, se cambió de ropa, guardó con cariño su traje de marinera norteña, cogió el maletín de mano y empezó a caminar rumbo a casa... descalza...como siempre...

FIN

20170520