Carolina

CAROLINA

(Inspirado en una historia real)

"Para mí la marinera lo es todo, sin ella me siento incompleta"

Recordó con una sonrisa lo que le había dicho al joven que sorprendido le había preguntado cómo podía hacer todo eso. Miró las plantas de sus pies...enrojecidas, ampolladas.  Llevaba ya cuatro horas bailando en la pista caliente.  El suelo áspero ardía bajo el sol norteño, pero ella se repetía una y otra vez "no hay dolor, no hay dolor, no hay dolor...¡a seguir!"  Escuchar la música, bailar la marinera que tanto amaba, que la hacía sentir completa, la llevaba a una especie de trance.

"Al hacer cepillados y machetes yo soy feliz"

Pero por más que se lo repetía..."No hay dolor, no hay dolor, no hay dolor" la verdad es que sí lo había...y era cada vez más intenso.  Estaba allí, pero a ella no le importaba.  Seguía adelante, seguía bailando, el dolor no podía contra ella.  Era ella la que lo dominaba, no al revés.  Su pasión era tal que había domesticado al monstruo, había dominado al dolor, lo había modelado a su antojo, al punto que eso la hacía sentir más viva, le daba más fuerzas, más ganas de seguir bailando... mientras la pista ardiente se empeñaba inútilmente en detener sus pies descalzos, desde hacía ya cuatro horas, ella sonreía...¡lo disfrutaba!  Era un reto emocionante que la hacía vibrar desde la punta de los pies hasta la punta del pelo, que hacía que su espalda se erizara. 

Le encantaba, le fascinaba ponerse esos retos, esos desafíos, bailar en suelos cada vez más difíciles, ver la cara, la reacción de la gente que se quedaba con la boca abierta al ver cómo esta hermosa muchacha, de bellos pies, pies esbeltos, bonitos, delicados e indefensos en apariencia, era capaz de sonreir y jaranearse mientras bailaba sin zapatos, a pie pelado, en los más inusuales y agrestes terrenos.  Ni la tierra endurecida plagada de piedras afiladas, ni el cemento caliente de un patio de colegio, ni la pista áspera eran capaces de detenerla. 

"Yo no tengo un estilo elegante,  yo soy chola para bailar y como buena chola aguanto el dolor.  No me importa si mis dedos y plantas ya no son las mismas, no importa si mis pies no son lindos"

Pero paradójicamente sí que lo eran.  A pesar de todo el maltrato, el abuso, de las torturas a las que volutariamente sometía sus pies al bailar, estos eran cada vez más bellos.  Largos, esbeltos, de formas armoniosas, dedos largos...pies elegantes.  Sus plantas eran gruesas, flexibles, duras y ásperas.  Tenían todo el aspecto del cuero.  Sólo sus arcos se mantenían suaves y tersos, delicados, como el único recuerdo de cómo fueron alguna vez las plantas de esos pies.  El resultado sin embargo era sorprendentemente armonioso, estético.  Tenía bellos pies.  Se lo decían a cada rato, pasada la sorpresa inicial al verla caminar descalza por la calle, en algún centro comercial, en el supermercado, o simplemente paseando o haciendo compras.  

Sí, ella caminaba descalza en la calle, era barefooter.  Lo disfrutaba, le encantaba hacerlo.  Disfrutaba sentir las texturas diversas del suelo, de la tierra, del pasto. Sentir la temperatura caliente del piso en verano y helada en el invierno.  Era gracioso verla salir en invierno, bien abrigada, hasta con chalina, pero con los jeans remangados y los pies descalzos.  En contadas ocasiones, sólo cuando realmente era indispensable, usaba los zapatos.  Le molestaba usarlos, no se sentía cómoda, sentía que sus pies y su alma eran prisioneros, pero tenía que aguantarlo y a la primera oportunidad sus bonitos pies abandonaban la prisión para jugar libres otra vez.

Bailar marinera la hacía feliz. Era su vida.  Gozaba bailándola, poniéndole desafíos a las plantas de sus pies, retos duros en verdad, que ella gozaba venciendo.  Sus amigos hasta le decían que era masoquista, y ella les respondía riendo que sí, que lo era, y a veces hasta les decía, muerta de la risa, que iba a caminar sin zapatos en vidrios rotos para demostrárselos, y que si ellos se lo pedían y le invitaban una pizza también sobre carbones encendidos.  Ellos se iban moviendo la cabeza y diciéndole que estaba loca, y ella simplemente seguía riéndose.

La música la sacó de su ensueño.  Había terminado el último baile.  Agitada, feliz, se retiró junto con su pareja del centro de la pista, esperando el veredicto del jurado.

Lágrimas rodaron de sus ojos, cayendo al piso y evaporándose de inmediato al tocar la ardiente superficie. Gritos, saltos y un gran abrazo con su pareja.

¡Ganamos, ganamos, ganamos!

La marinera era su vida, su pasión, su gran alegría.

Agosto 2014

Para Carolina Muñoz, como un pequeño reconocimiento a su inmenso amor por nuestro baile nacional.