Soberana

SOBERANA

El público esperaba ansioso la salida de su Reina.  Stephanie sonrió, mirando a la gente, y se adelantó lentamente, pañuelo en alto, hacia el centro de la plaza, bajo la mirada atenta de cientos de ojos que se regocijaban ante su presencia.

El sol de medio día se había esmerado en calentar el suelo áspero como lija, pero a ella no le importó.  Sus delicados y bellos pies acariciaron lentamente el pavimento hirviente, saboreando el calor intenso, lo que le daba aún más ganas de bailar.  Era como un duelo, el sol se empeñaba en freir las plantas de los pies de la reina, pero ella no se rendía, al contrario, sonreía aún más ante este desafío, como tantas otras veces. 

Recordó la vez en que bailó en el muelle de cemento... el sol casi había ganado la partida esa vez.  Las plantas de los pies le quedaron llenas de ampollas y tuvieron que aplicarle hielo para refrescarlas, pero no se había dejado vencer, a pesar del dolor había bailado la marinera que tanto amaba, sin dejar de sonreir.  "No, Sol, no me vencerás esta vez" se dijo, mientras sus pies desnudos absorbían, indefensos, el calor intenso de la pista de cemento.

La música empezó, y con ella la sangre le comenzó a hervir. Sus pies delicados se movieron gráciles al ritmo del baile, conquistando al chalán con idas y venidas.  Sus ojos grandes y hermosos se clavaron en los de él, quien elegantemente vestido, era incapaz de escapar a su conjuro.  Las plantas de los pies le dolían, como todo el tiempo, incluso cuando no bailaba... el dolor de sus pies era permanente, ya se había acostumbrado a él, era parte de su vida.

La gente aplaudía. Sabía cuán terriblemente quemaba el piso y reconocía el sacrificio de la hermosa joven descalza para conquistar a su chalán y deleitarlos una vez más con su baile.  La muchacha zapateaba con fuerza, sus plantas duras y ásperas desafiaban al suelo áspero como lija y ardiente como brasas encendidas. Tras varios requiebres y vueltas, el chalán quedó rendido a sus pies, una vez más, como siempre había ocurrido durante más de cien años, en esa historia sin fin en la que una humilde campesina descalza conquistaba a un orgulloso chalán de noble cuna.

La música había terminado.  La pareja se unió en un breve beso oculto tras un sombrero de ala ancha y un par de pañuelos.  Agradecieron al público, a su pueblo, que aplaudía a rabiar, y se retiraron lentamente hacia los vestuarios.  Las jóvenes se arremolinaron ante Stephanie, pidiéndole autógrafos, tomándose fotos.  "¿No te duelen los pies, cómo lo soportas?" le preguntó una joven.  "Pues sí, y mucho, pero ya estoy acostumbrada, y por la marinera todo vale la pena" le respondió Stephanie sonriendo, mientras le mostraba la planta de su pie a la jovencita.  La muchacha se arrodilló para ver mejor.  Bajo la sombra del polvo que dibujaba la grácil silueta de su pie se apreciaba claramente la piel enrojecida.  La chica la tocó como si fuese un objeto sagrado, sintió la piel caliente, dura, áspera y flexible, como cuero.  Stephanie sonrió y le dijo "¿Ves? Ya tengo los pies curtidos"   La chiquilla sonrió y se puso de pie, y sin mayor advertencia la abrazó y le dijo "Gracias por bailar como bailas, por darnos tanta alegría"

Sólo por eso valía la pena, sentir el cariño de la gente, sentir el pulso del Perú en cada presentación, en cada concurso.  Sólo por eso valía la pena freírse las plantas de los pies una, diez, cien veces, tenerlas duras y ásperas, curtidas como cuero.  Todo por su marinera,todo por el Perú.

Perú, 22 de abril de 2013

Para Stephanie Jones, con profundo agradecimiento y admiración.