La Inauguración

LA INAUGURACIÓN

(Una historia inspirada en hechos reales)

Era un día especial para la comunidad.  Un día de festejo, de celebración.  Se pondría el nombre a un pueblo, a un grupo de personas unidas por una tradición, por un sentimiento mútuo.  Y nada mejor que celebrar este nacimiento con nuestro baile nacional, con un sentimiento...con Marinera Norteña.

Adriana había sido invitada a la inauguración, el encargado le había pedido que bailase marinera para este magno evento, y ella había aceptado feliz y orgullosa.

Y así llegó el gran día.  Había jolgorio y algarabía, alegría entre todas las personas que se habían reunido para la inauguración, para verla bailar.  Sonriendo, caminando despacio, se acercó al lugar que habían elegido para su baile.  Al llegar se sorprendió: no había escenario, no había vereda, no había pista... el lugar donde bailaría era precario, agreste... tierra afirmada, llena de piedrecitas pequeñas y puntiagudas.  Había sido elegido con cuidado, ex profeso, para hacer del baile un desafío aún más difícil.  Sería doloroso, lo sabía...extremadamente doloroso.

Sintió miedo al ver el terreno pedregoso esperando a sus pies descalzos, indefensos.  Una especie de electricidad le recorrió la espalda.  Pero decir NO, no es opción. Lo haría, tenía que hacerlo...deseaba hacerlo.

-Adriana, ponte los zapatos, este suelo es terrible, está lleno de piedras

Adriana lo miró a los ojos.  Vio su mirada de auténtica preocupación. 

-No, la marinera se baila sin zapatos

Y luego de decirle esto, le sonrió.

La banda empezó, y con ella el baile.  La cadencia, el ritmo, el coqueteo... las idas y venidas.  El ritual de cortejo y conquista se repetía una vez más, como se venía haciendo durante generaciones.  Las piedrecillas se esmeraban en enterrarse en las plantas de sus pies.  El dolor, el sufrimiento era intenso, tremendo...cada paso era una auténtica tortura.  Pero aún así Adriana, valiente, no se rindió.  Sonreía mientras sus pies descalzos volaban sobre el suelo terrible que intentaba en vano vencerla.  Ella zapateaba con ganas.  Siempre había bailado con anaco, el traje más tradicional y auténtico de la marinera, y eso exigía el máximo esfuerzo de sus pies al bailar.  Sus pies se lucían en todo momento.  Entre sonrisa y sonrisa, el público notaba por momentos la expresión de dolor de su rostro al ver como ella ajustaba los labios para aguantar el dolor y al notar al vuelo como una lágrima se escapaba de sus ojos.

La Pachamama estaba servida, había recibido su ofrenda.  En honor a la nueva comunidad, Adriana había entregado sus pies en sacrificio, para protegerla, para augurarle un buen futuro a este pueblo que acababa de nacer.  Había valido la pena, y lo volvería a hacer una y mil veces más.

El baile había terminado. La gente aplaudió a rabiar, entusiasta, sabiendo la magnitud de tal sacrificio, el dolor intenso en sus plantas enrojecidas y con algunos arañazos.  Adriana agradeció los aplausos con una gran sonrisa, sintiendo el reconocimiento y el cariño de la gente.  

-¿Estás bien?  ¡Pobres tus pies!

la gente le preguntaba y comentaba, pero Adriana respondía que sí

-Te habrá dolido mucho, le dijo su pareja al dejar el lugar

-Terriblemente

-La próxima vez usa zapatos

-¡Jamás!  Lo volvería a hacer y con más ganas.

-¡Te creo!

Y ambos rieron, cómplices en la marinera, mientras caminaban por la carretera áspera y caliente. Adriana seguía descalza, tal como había llegado.  No había traído zapatos, no los quería, no los necesitaba. Los había dejado en casa.

FIN

20200825