A diez mil kilómetros de casa

A DIEZ MIL KILOMETROS DE CASA

Pensé que sería más fácil ubicarse, que habrían más indicaciones en inglés.  Sí, habían algunas, pero en su gran mayoría estaban en alemán.  Era lógico, estaba en Alemania y, sin saber el idioma, era complicado viajar en tren, bus o metro. Todo era ordenado, lógico, civilizado.

Estaba parado frente al plano del metro, sin entender muy bien las líneas de colores, tratando de descifrar cómo llegar a mi destino

-¿Quieres que te ayude?

Escuché de repente, a mi espalda, en un correcto español con ligero acento germánico.  Me dí la vuelta, sorprendido al escuchar por fin mi idioma, y ví a una joven de aspecto agradable y amistoso, que me sonreía

-¿Te ayudo?

-¿Hablas español?

-Castellano

-Bueno, es lo mismo

-Sí, pero en el Perú le dicen castellano, no español

¡Perú!  La alegría al escuchar el nombre de mi país fue inmensa

-¿Conoces Perú?

-¡Claro!  Viví dos años allá, mientras preparaba mi tesis doctoral, ya casi la termino.

¿Doctorado?  La miré de pies a cabeza.  Era joven, no más de 22 años, y ya tenía un doctorado. Y su aspecto no era de "doctora", de académica...No era un día cálido, al contrario, era fresco, frío inclusive para los estándares de Lima, y la joven que gentilmente me ofrecía su ayuda llevaba una especie de camiseta sin mangas negras, unos pantalones ajustados del mismo color y lentes oscuros.  Su cabello era corto y de color castaño claro.  Tenía buen porte, parecía deportista, y su rostro era agradable. Pero lo que más me llamó la atención al dar esta rápida mirada fueron sus pies  ¡Iba descalza!

-¿A dónde quieres ir?  Me preguntó.  Lo había olvidado, me estaba ofreciendo ayudarme a encontrar mi camino

-Al museo, aquí, este - le dije, señalando un punto en el mapa.

-¡Ah!  Sí conozco.  Está en mi ruta, te puedo acompañar para que no te pierdas

-¡Gracias!  atiné a decir, es muy amable de tu parte.  Y felicitaciones por tu español, es muy bueno

-¡Castellano!  Dijo, sonriendo.

-Sí, castellano, es la costumbre.  Soy peruano

-¿Peruano? ¡Qué coincidencia?

-Sí, vine para averiguar sobre algunos cursos de postgrado, y me tomé unos días para conocer la ciudad.  Pero como vez no me resulta tan sencillo.

-¡El Perú es lindo!  Y me encanta su comida y su gente, en especial la del norte, son muy amables.

-¿Conoces el norte del Perú?

-¡Claro!  Pero vamos, hay que subir a este tren

Corrimos para alcanzar el vagón, justo a tiempo antes de que las puertas se cerraran.  No había mucha gente a esa hora así que alcanzamos asiento.

-¿Y tus zapatos?  Le pregunté, señalando sus pies desnudos

-No uso zapatos

-¿En serio, y por qué no usas zapatos?

-Porque no tengo zapatos

-Me estás bromeando, ¿no tienes zapatos, ni un solo par?

-Ni un solo par.  Hace cuatro años que decidí no volver a usarlos

-¿Y eso por qué?

-No me gustan los zapatos, siento que me aprietan, que me aprisionan los pies, y me gusta tener mis pies libres, sentir las texturas y temperaturas del suelo. 

-¿Y vives descalza, te dejan trabajar así?

-¡Claro!  Soy profesora de danza moderna y tengo mi propio estudio.  Así que trabajo descalza todo el día y soy mi propia jefa, nadie me puede obligar a usar zapatos

Dijo sonriendo.  Y agregó

-Y tampoco los necesito ¡Mira!

Y diciendo esto cruzó el pie, apoyándolo en la rodilla, para mostrarme la planta

-Toca

Sólo atiné a obedecer.  La alemana me ordenaba tocarle las plantas de sus pies y como zombie simplemente lo hice.  ¡Eran duras!  Duras, pero flexibles, y algo ásperas.

-¡Son duras!

-¡Son de cuero, son fuertes!  Dijo. Evidentemente estaba orgullosa de sus pies

-Llevo cuatro años viviendo sin zapatos, en el frío y en el calor.  Cuando estuve en Trujillo, en tu país, y también en Piura, fue difícil a veces ¡La carretera quema muchísimo al medio día!

-¿Caminabas sin zapatos por la carretera, en el norte? ¡Eso es el infierno!

-¡Es el paraíso!  La comida es deliciosa, y la gente es buenísima.  Pero sí, la pista quema muchísimo ¿ves?  -me dijo mientras señalaba sus plantas, específicamente la parte que toca el suelo-  Todo esto se me ponía rojísimo ¡Y ardía un montón!  Pero luego de una semana me acostumbré.  Seguía doliendo, pero ya no le hacía caso, y mis pies se volvieron más fuertes

-¿Y qué hacías en el Perú?

-Lo que te conté, mi tesis doctoral.  Me gradué en danzas modernas y folklóricas, así que decidí hacer mi tesis sobre las danzas de la costa norte de tu país, en especial sobre la marinera norteña ¡Es un baile precioso!

-Sí, lo es, hay concursos y mucha gente en el país lo cultiva

-¡Es lo máximo!  Empecé a investigar sobre sus raíces, sus orígenes, en el campo, en los pueblos y zonas rurales.  La gente al principio me miraba algo raro, pero luego me daban confianza y me contaban todo.  Historias de abuelas, como el baile pasa de madres a hijas, sus orígines en el campo. Y se quedaban fascinados por mis pies, comparaban mis plantas con las suyas y me decían que tenía pies de bailarina de marinera.  ¡Fue hermoso!  Lo mejor de todo fue que me enseñaron a bailar, la marinera tradicional, no la de concurso, no la de fantasía ¡la de verdad!  Es un baile lleno de significado, así es como enamoran las chicas a los chicos

Su rostro reflejaba alegría y pasión a la vez.  Amaba la danza, y realmente amaba nuestra marinera.  ¡Una alemana, hablándome en castellano sobre la marinera!

-¡Genial!

-Sí, y fue por eso que dejé de usar zapatos

-¿En serio?

-Sí, ¡Por la marinera!  En la universidad, a mitad de carrera, me enteré sobre esta danza, y me dije que tenía que conocerla más, saber todo sobre ella. Ví videos en Internet, leí libros, me empapé de información.  Fue increíble aprender que las chicas la bailaban sin zapatos, incluso en los suelos más difíciles, que para ellas es un orgullo tener pies fuertes y poder bailar descalzas en la pista caliente, en piedras, en tierra, en cascajo...¡lo que sea!  A mí siempre me ha gustado la danza, en especial la moderna, así que ya desde entonces sabía la libertad que se sentía al bailar si zapatos, al tener los pies libres.  Así que me dije "¡Tengo que aprender esta danza!"  Y ese mismo día dejé de usar zapatos.  En la universidad me miraban raro al principio, pensaban que era algo pasajero, pero luego se acostumbraron.  Además estaba en la escuela de artes, así que allí todo es posible ¡ja ja ja!  Dijo riendo.

Sonó un timbre y una grabación anunció primero en Alemán y luego en Inglés que habíamos llegado a nuestra estación

-Es aquí ¡baja!

Así que bajamos y enrumbamos al museo.  Parecía un gato al caminar, no hacía ruido y tenía una flexibilidad y un porte único.  Caminaba descalza con una naturalidad total sobre el empedrado de adoquines. Se le veía libre, cada paso que daba parecía uno de danza. 

-Ah, me llamo Enrique, perdona, no me había presentado

-Yo soy Majeira, mucho gusto

El museo fue espectacular.  Y más aún en su compañía ¡Sabía tanto de arte! 

-¿De verdad llevas cuatro años sin zapatos?

-¡De veras!

-¿Tan fuertes son tus pies?

-Sí.  A veces me duelen, claro, pero no se lastiman.  Y también se cansan...

Y diciendo esto levantó los pies y los apoyó en el borde de la mesa de cemento a las afueras del museo

-¡Hoy caminé tanto!

-¿Quieres un masaje?

-¿En serio?

-En serio

-¡Gracias!  Me encantaría

Así que puse manos a la obra y empecé a masajearle los pies cansados.  Realmente era una chica bonita, muy bonita, no sólo físicamente sino sobre todo en su forma de ser.  Sencilla, sincera, sin poses.  Y sus pies eran bonitos también.  Largos, delgados, de arcos pronunciados.  La piel de sus plantas era gruesa, dura pero flexible, y bastante áspera, pero sentía que así era como debía de ser, se veían unos pies naturales, saludables, fuertes... y tenían una belleza especial.  Sus plantas eran musculosas, se notaba que realmente esta linda chica a la que le estaba masajeando los pies llevaba varios años sin usar nada en ellos, en libertad total.

-¡Gracias!  Eso fue buenísimo, me siento mucho más descansada ahora.

Empezamos a caminar nuevamente, mientras me mostraba la ciudad, su ciudad... las iglesias de mil o más años de antiguedad, las casas antiguas, los parques, las callecitas empedradas.  Tenía 25 años, pero aparentaba menos.  Estaba a miles de kilómetros de mi país, paseando con una encantadora joven medio hippie a mi lado, que estaba fascinada por la marinera norteña.  Me hablaba de los vestidos y sus variedades, de los pasos de marinera, del pañuelo y los sombreros.  A ratos se detenía y me mostraba uno u otro paso.  Tenía mucha gracia al bailar, lo hacía realmente bien, y eso que no llevaba el traje adecuado.  Finalmente llegamos hasta la puerta de su casa.

-¿Podré verte nuevamente, Majeira?  le pregunté

Ella sonrió

-Esperaba que me lo preguntaras, peruano.

Apuntó su teléfono en un papelito y me lo dio.  Luego me dio un beso en la mejilla, sonrió y cerró la puerta.  Sentí una sensación de felicidad, de alegría.  Miré el papel y grabé el número en mi teléfono de inmediato.  La vería nuevamente, y pronto, era un hecho.

FIN

20170204