La Elegida

LA ELEGIDA

(Una historia inspirada en hechos reales)

Inspeccionaron el lugar:  la pista estaba rota, llena de piedras.  Tremendamente áspera.  Aquí y allá se veían brillar algunos pedazos de vidrio, restos de botellas de fiestas anteriores.  Además de ello en estos días el calor era terrible.  Al medio día este suelo terrible quemaría muchísimo, como si fuesen brasas ardientes.

-¡La fiesta es en tres días, es imposible! ¡Ninguna bailarina aceptará esta pista!

-Pero pueden bailar con ballerinas señora...

-¡Ni hablar, la marinera norteña se baila sin zapatos! ¿Y has visto este suelo? ¡Imposible!

El teniente alcalde asintió.  Ninguna bailarina aceptaría bailar descalza en un suelo así.

-¿Cambiamos el programa señora? ¿Ponemos otro número en lugar de la marinera?

La alcaldesa lo miró. Su rostro mostraba tristeza, preocupación y frustración a la vez. Lo pensó.  Tendría que ser así, tendrían que cambiar el programa.

Y en eso, en cuanto ya estaba a punto de aceptar la modificación, se escuchó una voz.

-Conozco a alguien que puede hacerlo

Era el segundo teniente alcalde

-¿Lo dice en serio?

-Sí señora, es en serio.  Se llama Yuditza, y es única. Vayamos a la oficina y lo verá usted misma.

***

-¡Esta muchacha es increíble!

La alcaldesa estaba sorprendida, admirada por lo que acababa de ver.  Las fotos y los videos de Yuditza en Facebook y en YouTube la habían dejado con la boca abierta

-¡Esta es nuestra chica, contáctela de inmediato, la voy a entrevistar!

***

-¡Encantada de conocerte Yuditza, adelante, siéntate!

-Muchas gracias señora Alcaldesa.  ¿En qué la puedo ayudar? Me dijeron que hay una presentación pasado mañana.

-Así es hija, así es. Y tú eres la única que puede ayudarnos. 

-¿Yo? ¿La única? ¿Y eso por qué?

-Verás... la presentación será en la plaza al medio día, en una de las calles laterales...y, francamente, el suelo allí está destrozado.  Además ya sabes que en estos días el calor está tremendo, y el baile será al medio día. He visto tus videos en Facebook y en YouTube, y lo que tú le haces a tus pies es increíble, me he vuelto una ferviente admiradora tuya.  Cuéntame más de estos retos, estos desafíos por favor.

Yuditza sonrió. Le contó a la Alcaldesa sobre su pasión por la marinera norteña, sobre cuánto amaba este baile, que era realmente su vida. Le contó que para bailarla hacía falta mucha fuerza de voluntad, dedicación... y fuerza en los pies también.  Le contó cómo se había propuesto entrenar hasta convertir las plantas de sus  pies en cuero, para poder bailarla en donde fuese.  Le contó como se había convertido en barefooter, cómo había empezado a salir a caminar sin zapatos a la calle, en el campo, en lugares agrestes, por caminos pedregosos y calientes, y cómo todo esto le había endurecido las plantas de los pies.  Luego, con más emoción, le contó sobre los retos, los desafíos que le ponía a sus pies para vencer sus miedos.  De aquélla vez en la que se había bajado del bus para caminar descalza en la nieve. De cómo sus amigos le apagaban cigarrillos en las plantas de los pies.  Le contó sobre las caminatas sobre vidrios rotos y cómo los golpeaba con sus pies desnudos para romperlos en trozos más pequeños, sin hacerse daño. Le contó sobre el bastinado, la falaka, los latigazos en las plantas de sus pies para hacerlas más fuertes y para fortalecer su voluntad.  Le contó de cómo había subido sin zapatos, a pleno sol, a las cuevas de Pikimachay, mientras el suelo le quemaba las plantas de los pies y las piedras puntiagudas hacían la subida aún más incómoda, mientras los turistas la miraban admirados.  Le contó sobre la cama de clavos, su desafío más difícil y doloroso, pero cómo ella lo había vencido en varias ocasiones. 

-Amo la marinera señora, como nadie tiene idea ¡Es mi vida!

La alcaldesa miraba a Yuditza a los ojos, conmovida. Vio la pasión palpitar en esos ojos grandes y bonitos, y le dijo:

-Yuditza, te admiro.  ¿Me permites ver tus pies por favor?

Yuditza no dijo nada.  Se quitó los zapatos y puso los pies sobre el escritorio, como le indicaba la Alcaldesa.  La Alcaldesa se acercó para apreciar la belleza de esos pies, fuertes y resistentes, valientes.  Apreció sus dedos largos, los arcos pronunciados. Observó sus plantas encallecidas y las tocó. Sintió la piel curtida, dura, áspera...fuerte y flexible, como cuero, a prueba de todo. Sintió también la piel en los arcos, que aún seguían suaves y delicados, como alguna vez, tiempo atrás, habían sido las plantas de esos pies.

-Tus pies son hermosos, pies de verdadera bailarina de marinera norteña.  Eres la elegida.

-¡Gracias señora!

Yuditza sonreía feliz, mientras la Alcaldesa le explicaba los detalles de la presentación.

***

El día había llegado.  Yuditza estaba lista. Había dejado los zapatos en casa y había llegado caminando hasta el lugar.  Sí, la pista quemaba, y cada vez más.  Era áspera.  Observó la pista en donde bailaría.  La Alcaldesa no había exagerado en absoluto:  el piso allí estaba destrozado, lleno de cascajo y piedras puntiagudas.  Observó algunos pedazos de vidrio brillar bajo el sol intenso, inclemente.  Recordó sus ensayos, sus entrenamientos, los retos que le ponía a sus pies, a sus plantas para hacerlas cada vez más fuertes.  Recordó las caminatas sin zapatos en la calle, por los alrededores de la ciudad.  Recordó su visita descalza a Huari, la subida a Pikimachay a pleno sol, la caminata por aquél camino rural tremendamente caliente.  Recordó a sus amigos echándole la cera caliente en las plantas de los pies y apagándole cigarrillos en ellas, como si fuesen simples ceniceros, maravillados por la resistencia de Yuditza.

La música empezó.  Ella y su pareja se acercaron lentamente hasta el centro de aquella terrible pista de baile.  "¡Está descalza!"  "¡Está sin zapatos!"  "¡Pobre chica!"  "¡Pobres sus pies!"  "¡Se va a quemar!".  Escuchó las exclamaciones de sorpresa y admiración del público, que no comprendían como esta guapa muchacha podía caminar con los pies desnudos sobre aquél suelo terrible y ardiente.

El baile empezó.  El coqueteo, las ideas y venidas, la elegancia del chalán.  La coquetería de la bailarina.  El zapateo, fuerte y elegante.

"¡Dios, mira cómo zapatea, pobres sus pies!"

La gente exclamba al ver a Yuditza zapateando descalza en aquél suelo.  Dolía.  Quemaba.  Las plantas de los pies le ardían.  Sentía como si se las estuviesen quemando con carbones encendidos. Sentía como si se las azotaran, se las flagelaran, como si le dieran de latigazos en las plantas de los pies.  Y eso la motivaba a seguir, a bailar con más ganas, con más fuerza, con más alegría y gracia.  La gente aplaudía con ganas al ritmo de la música, hasta que la pareja se fundió en un beso simulado al término del baile.

Una gran ovación surgió espontánea del público.  Los "bravos" y los "vivas" se escuchaban con fuerza.

El redoble del tambor anunció la siguiente pieza.  "¡No hay primera sin segunda!" dijo alegre el presentador.  La gente aplaudió.  La tortura a los pies de Yuditza continuaba.  El ardor, el dolor en sus plantas era intenso, insoportable...Yuditza recordó los vidrios rotos, la cama de clavos, sentía el dolor de las plantas de sus pies que le recorría la espina dorsal y la hacía sonreir, bailar con más ganas.  El público observaba admirado a esta hermosa y valiente bailarina que torturaba sus pies con ganas, con pasión por la marinera norteña.  Tomaban fotos y grababan videos con sus celulares.  El revoloteo de pañuelos y del sombrero continuaba, hasta que la música terminó.

La multitud estalló en aplausos. Yuditza y su pareja sonreían.  La Alcaldesa se acercó a abrazar a ambos y los acompaño hasta los vestuarios improvisados que habían armado cerca a la pista de baile.

-¿Estás bien Yuditza?

-Sí señora

-¿A ver?

Yuditza se arrodilló sobre una silla para que la Alcaldesa pudiese verle las plantas de los pies.  Estaban negrísimas, sólo sus arcos estaban blancos.  Pero no se habían lastimado en absoluto, ni una ampolla, ni un raspón, aquéllas plantas curtidas lo habían aguantado todo.

-¿No te duelen?

Yuditza miró a la Alcaldesa, que la observaba sorprendida.

-Muchísimo.  Me arden tremendamente.  Fue justo como usted lo dijo.  Sentí como si me azotaran las plantas de los pies, como si bailase sobre carbones ardientes.

-¡Discúlpame Yuditza!

-¡Señora, no se preocupe!  Dijo Yuditza.  Así es la marinera norteña.  Esto es lo que me da fuerzas, lo que me motiva.  Lo volvería a hacer, una y otra vez.

Ambas mujeres se abrazaron.  La Marinera Norteña había hecho magia otra vez.

FIN

20180806