Antonella

ANTONELLA

Cruzó la calle presurosa, con el maletín deportivo en las manos. La berma central de la avenida era ancha.  Enrumbó por el camino de tierra.  Las piedrecitas puntiagudas insistían en clavársele en las plantas de los pies descalzos.  Miró a ambos lados para asegurarse de que no venía ningún camión.  Mientras atravesaba la ancha pista el asfalto caliente le quemaba las plantas de los pies.  A ella no le importaba, ya estaba acostumbrada.

Finalmente llegó a la academia y tras pasar por recepción fue a los vestuarios.  Las alumnas la saludaron sonriendo.  Algunas aún se sorprendían al ver llegar a su profesora de marinera sin zapatos. Ella lo prefería así, caminar descalza en la calle era la mejor manera de mantener sus pies en forma, de fortalecer sus plantas para hacer lo que más amaba en la vida...bailar marinera.

Ya en los vestuarios se cambió el jean y el polo por el anaco y la blusa.  Se miró al espejo y sonrió.  Curiosa, levantó el pie para ver su planta. Era perfecta.  Le gustaba la silueta negra de sus pies, cómo el polvo realzaba su forma, sus curvas, dejando sólo sus arcos limpios y blancos.

Salió para dirigirse a su clase.  Rumbo al salón se cruzó con Hugo, su amigo y el dueño de la academia.  Se saludaron con una sonrisa y él le dijo

-A ver, veamos tus progresos

Ella se apoyó en la pared y levantó un pie y luego el otro, para permitirle inspeccionar sus plantas.

-¡Muy bien! Vas muy bien Antonella, tus plantas están duras, ásperas, se nota tu progreso.

-¡Gracias!  Llevo dos meses yendo y viniendo de casa a la academia descalza.  También camino bastante por mi barrio sin zapatos, y los fines de semana los paso completamente descalza.

-Eso está muy bien, una buena bailarina debe estar siempre lista para bailar en cualquier suelo, te felicito.

Ella le sonrió y se despidieron.  Entró al salón en donde la esperaban sus alumnas.  Empezó a mostrarles los pasos, que ellas, atentas, repetían una y otra vez.  Pero no era sólo eso, era transmitirles la emoción por esa pasión que era la marinera norteña.  Mientras caminaba revisando las posturas, sonrió...sí, era posible...un breve pensamiento había cruzado su mente...sí, quizás, algún día, pronto... sería capaz de vivir descalza, de dejar de usar zapatos, por su amada marinera norteña...

Lima, 29 de junio de 2013

Para Jesselin Balbuena, apasionada de la marinera.