Katia

KATIA

(Una historia inspirada en hechos reales)

Terminó de acomodarse el traje de marinera.  Le quedaba precioso:  blusa blanca con bordados, vestido negro con adornos de bronce brillante, un fajín entre rojo y fucsia, el mantón, los aretes, el tocado de flores y las cintas que adornaban sus trenzas.  Acabaron de maquillarla.  Sonrió al ver la belleza natural de su rostro, su sonrisa y sus grandes y bonitos ojos realzada por un maquillaje sutil y bien hecho.

Estaba lista.  Miró los zapatos en el rincón durante un momento y se dio la media vuelta.

-¿Y tus zapatos, no te los pones? le preguntaron

-No hoy, no los necesitaré

Y diciendo eso salió del cuarto descalza.  Sus pies desnudos sintieron el frescor del piso.  Atravesó la sala y luego la puerta principal, abierta para ella.  Posó el pie sobre la vereda, que ya se sentía tibia.  Le gustó esa sensación de libertad única que le daba el ir descalza.  Subió al carro y luego de que este arrancó miró sus pies sobre la alfombra del piso del auto.  Le gustó lo que veía:  tenía bonitos pies.  A pesar de enfrentarlos permanentemente a desafíos terribles, a suelos extremadamente calientes, pedregosos e irregulares todo el tiempo, por amor a la marinera, sus pies eran finitos y de apariencia delicada...Sólo en apariencia, pues sus plantas eran fuertes y resistentes...pero por sobre todo, más que la fuerza de sus pies, lo que le permitía soportar todo esto y más era su fuerza de voluntad.

Más de una vez se había abrasado las plantas de los pies al bailar descalza en una pista áspera, rota y caliente a pleno medio día.  Las plantas se le habían puesto rojas, le ardían y le dolían, como si se las estuviesen quemando con un hierro al rojo...pero eso jamás la detenía.  ¿Para qué quejarse?

-Sí, duele... había respondido una vez, cuando le preguntaron si acaso no le dolían las plantas de sus bonitos pies al bailar en suelos tan terribles

-Pero...Quejándome no gano nada.  Una puede soportar el dolor con la mente.

Tal respuesta había dejado admirado a su interlocutor, sorprendido y fascinado.  Y era exactamente así.  Era su mente la que dominaba a sus pies y no al revés.  Era su mente la que dominaba al dolor, la que lo domaba y lo vencía.

Hoy sería difícil para sus pies.  Lo sabía.  Estaría todo el día descalza, caminando, posando y bailando en terrenos pedregosos.  Eso la emocionaba.  Y pensar en el lugar principal que había elegido junto con su fotógrafo de hoy la llenó aún más de emoción y expectativas.  Ir descalza allí sería un gran desafío, un reto terrible para sus pies desnudos y para su mente entrenada.

-¿En qué otros suelos difíciles bailas y caminas sin zapatos? ¿Pistas muy calientes, con piedras?, recordó que le preguntaron

-En todo tipo.. Ni yo me lo creo a veces

-¿Tanto así?

-¡Sí¡... Pistas.. Veredas... Tierra... Incluso he llegado a tener heridas con vidrios o alambres

-¿Seguirás poniéndole retos difíciles a las plantas de tus pies?

-Sí, eso siempre

Sonrió, le gustaba eso, desafiar a sus pies, desafiarse a sí misma, ponerse retos duros... pero lo que más le gustaba era vencerlos.  Más de una vez se sorprendía de todo lo que las plantas de sus pies y su mente eran capaces de soportar, al ver los suelos terribles en los que bailaba descalza, siempre descalza.  Y el reto de hoy sería uno de los más difíciles...y eso le encantaba.  

-Bailar me hace sentir viva, me hace SENTIR, y eso en sí mismo ya es mucho.

La música me motiva, me provoca, me seduce...

Habían llegado a la primera locación. Era un pueblo pequeño, no demasiado lejos de la ciudad de Tacna, pero ya inmerso en la campiña.  Bajó del auto y el suelo de tierra con piedras dio la bienvenida a sus pies.  SENTIR...sí, era eso... sentía la tierra bajo sus pies desnudos, cómo las piedrecitas se enterraban en sus plantas duras y flexibles y le daban masaje, como si fuese reflexología.  El suelo empezaba ya a calentarse, era sólo un adelanto de lo que estaba por venir en este día especial.  Las casas de adobe eran hermosas, rústicas y fuertes, construidas con dedicación y para durar.

-Tienes bonitos pies, le dijo su amigo el fotógrafo, mientras caminaban por el lugar 

-¡Gracias!, sí, creo que sí, respondió Katia, con una sonrisa, mientras miraba sus pies por un momento.

La sesión de fotos empezó, aprovechando el paisaje, el lugar, las antiguas construcciones que eran el recuerdo de un pasado tranquilo que a su manera luchaba por quedarse, por permanecer, por perdurar.  Mientras caminaban de uno a otro lugar, el tiempo iba pasando, raudo, y el medio día se acercaba.  El suelo se iba calentando cada vez más, no en vano estaban bien al sur y cerca, muy cerca al desierto costeño.  Sus plantas sentían el suelo cada vez más caliente y empezaban ya a arderle un poco, pero eso a ella no le molestó, al contrario...sentir ese ardor, ese pequeño dolor en sus plantas era como la música... la provocaba, la seducía, la hacía gozar y disfrutar...

-¡Listo!  Terminamos aquí, vamos

Subieron al auto nuevamente.  ¡El aire acondicionado se sentía tan bien!

Se fueron alejando del pueblito.  El paisaje iba cambiando, se hacía más árido, más agreste.  La vegetación cambiaba y daba paso a un paisaje cada vez más rocoso que tenía una belleza salvaje de lo hostil qué era.  Si no fuese por el cielo azul y por algunas tímidas florecitas que asomaban aquí y allá, uno podría haber asegurado que ya no estaban en Tacna sino en Marte.

El sol estaba ya en toda su fuerza cuando llegaron.  Katia bajó del auto y de repente una sensación como de electricidad estremeció su cuerpo:  al posar el pie desnudo en el pavimento ardiente, el calor intenso le había quemado las plantas de los pies.  La sensación la cogió por sorpresa.  Respiró hondo y se concentró, dejando que su mente domara al dolor.  Empezó a caminar:  cada paso que daba era como hacerlo sobre brasas ardientes.  El dolor intenso hacía difícil el caminar, pero ella se sobreponía estoica.  Le gustaba este juego en el que iba ganando.  El calor no la detendría.  Además sabía muy bien que las plantas de sus pies eran fuertes, no se ampollarían.  Sí, dolía, ardía muchísimo, pero su piel no se ampollaría.  Si bien esto no disminuyó el dolor sí la calmó, al menos en el sentido lógico.  No habría de qué preocuparse, no se lastimaría los pies, su lucha era sólo con el dolor.  

Su amigo el fotógrafo no dejaba de mirarle los pies, admirado de ver a su guapa amiga desafíar el suelo ardiente descalza, sin quejarse.  No tenía necesidad de preguntárselo, sabía muy bien que le dolía, que el ardor era intenso, pero la conocía muy bien también, y sabía que ella no se quejaría, sin importar qué tanto sufrieran sus pies. Sin decirle nada, buscó algo de música en su celular y puso la marinera favorita de Katia. Ella, que iba adelante, volteó a mirarlo con una sonrisa de agradecimiento y lo sorprendió atento mirándole los pies.  Paró en seco, levantó un pie para mostrarle la planta a él y le dijo

-Son lindos ¿no?

El dejó de miarle las plantas, que estaban entre enrojecidas y algo negras de polvo, y sólo atinó a afirmar con la cabeza y a sonreir.

Siguieron caminando y dejaron la carretera.  Katia ya se había acostumbrado al ardor, al dolor, lo había hecho suyo, era una sensación más que la acompañaba con frecuencia.  El paisaje ante sí era hermoso, espectacular, salvaje.  Le fascinaba la idea de someterse a este reto, de que las plantas de sus pies no sintiesen sólo el intenso calor, sino también las rocas, el cascajo. Empezó a caminar por aquel terreno. Era difícil: los guijarros se empeñaban en clavarse en las plantas de sus pies, sin éxito.  Al calor intenso ahora se le unía la sensación de agujas que le punzaban los pies.  Respiró aún más hondo. Recordó que no tenía zapatos, los había dejado adrede en casa.  Sólo le quedaba seguir caminando, caminando, caminando. La música de marinera continuaba y le daba ánimos, la motivaba y seducía.  Caminar descalza en aquél terreno agreste era como una tortura autoimpuesta, una expiación por un pecado no cometido, un castigo por un crimen inexistente... pero era también una entrega a la danza.  Era como si ofrendase sus pies a la marinera que tanto amaba y, de forma un tanto extraña, esta caminata extrema tenía también su carga de sensualidad, la hacía sentirse bien consigo misma, más plena, más mujer.

Se detuvieron en un lugar ideal para las fotos en donde el paisaje se lucía maravillosamente.  La sesión empezó.  Ella se veía preciosa con su gran sonrisa y su hermoso traje de marinera en ese terreno fantástico de apariencia extraterrestre.  Caminaron de aquí para allá, buscando locaciones, lugares apropiados para las fotos.  El sol de medio día campeaba en lo alto, empeñado en calcinar las rocas para abrasarle las plantas de los pies, cosa que estaba logrando...pero sin derrotarla, sin doblegarla.  Katia seguía sin hacer caso al intenso ardor que sus plantas sufrían, al contrario, lo convertía en inspiración, en motivación para posar, para lucirse y disfrutar.

La sesión de fotos había terminado.  Caminó por sobre las rocas por casi medio kilómetro, no se habían dado cuenta de que se habían alejado tanto de la carretera.  Se le veía aún más bella desafiando con sus pies desnudos las rocas filosas y calientes ataviada con su hermoso traje de marinera.  Llegaron a la pista, en donde el pavimento caliente y una que otra lagartija le dieron la bienvenida otra vez a sus  pies desnudos, torturados pero jamás vencidos. Luego de algunos metros llegaron nuevamente al auto.  Katia subió pero en lugar de sentarse se arrodilló en el asiento, para mostrarle coqueta a su amigo las plantas de sus pies

-¿Ves? Te dije que son bonitos

Sus plantas lucían enrojecidas, como abrasadas, pero sin mostrar ningún daño, ninguna ampolla. El dolor y el ardor intenso hacían que su corazón palpitase aún con más fuerza, siempre al ritmo de la marinera.  La adrenalina y la emoción la hacían disfrutar del momento. Sí, le gustaba caminar descalza, sentirse de cierto modo indefensa, sabiendo que sus zapatos estaban a varios kilómetros de allí, que sus pies estaban expuestos a todo pero que jamás se rendían, que era ella la dueña de su voluntad, de su cuerpo y de su espíritu, siempre capaz de vencer aún los retos más difíciles.

El encendió el auto y emprendieron el retorno a casa, felices y satisfechos del trabajo bien hecho, conversando y bromeando hasta que, de un momento a otro, todo fue silencio. Su última pregunta había quedado sin respuesta.  La muchacha fuerte, valiente, llena de vida, se había quedado dormida, rendida del cansancio y el calor, fatigada por el autocontrol que había ejercido a lo largo de todo el día, pero en especial en este último tramo, luego de haber vencido el desafío extremo de las rocas.  Así, dormida, quietecita, descalza, ella lucía tierna y delicada, dulce, como la joven mujer que era en realidad.

El se esmeró en manejar con cuidado por la carretera, sin sobresaltos, con total seguridad...llevaba consigo a una pasajera muy, muy valiosa, a una reina de la marinera norteña.

FIN

Para Katia, una valiente y talentosa bailarina, con admiración y aprecio.

20210304