MARI

MARI


El sol de verano estaba en lo alto, calcinando la pista y a los espectadores.  El pavimento roto, irregular, áspero como lija gruesa, le arañaba las plantas de los pies.  Era medio día y el suelo quemaba como si fuesen brasas ardientes, como carbones encendidos, como si estuviese parada con los pies desnudos sobre una parrilla encendida...El dolor era intenso, el ardor y el sufrimiento la hacían temblar por momentos...A pesar de tantos años de maltratos y abusos, las plantas de sus bonitos pies aún no terminaban de curtirse, de encallecerse, pero al menos sabía que tampoco se lastimarían.  Ya no se le ampollaban, sólo se le ponían rojas, casi como sangre, cuando las raspaba, arañaba y quemaba al bailar.  


La música empezó.  La marinera norteña era su pasión.  Coqueta empezó a moverse y a provocar al chalán.  El joven bailaba muy bien, excelentemente.  A pesar de sus zapatos de charol, él sentía que el suelo estaba quemando.  Le costaba entender como esta joven hermosa de pies desnudos que tenía frente a sí, bailando, coqueteándolo, sonreía mientras se quemaba los pies.  Era la magia de la marinera en pleno.


Mari tenía un don:  gozaba con el dolor de las plantas de sus pies, su mente y su alma lo transformaban en placer, en oleadas de gozo y pasión.  "Mientras peor el suelo, mejor la bailarina" dice el refrán, y en ella se cumplía a total cabalidad.  Suelos de cascajo, de piedras sueltas, de tierra con piedras.  Pistas ardientes, calcinadas bajo el sol de medio día.  Todo eso y más, Mari no sólo lo soportaba, sino que lo buscaba, lo deseaba y lo disfrutaba.  A sus amigos y familiares les sorprendía como ella maltrataba tanto sus pies, y les causaba gracia ver que mientras más abusaba de ellos, sus pies se ponían cada vez más bonitos, más gráciles.  


El pavimento inclemente, sin piedad, seguía torturándola.  Y ella gozaba con esa tortura autoimpuesta.  En un requiebre cerró los ojos y por un instante imaginó como si un verdugo le quemara los pies con un hierro al rojo vivo.  Sonrió.  Le gustaba retarse a sí misma, desafiarse y vencerse.  Y el gozo, el placer era real.  No era la simple satisfacción de vencer un reto o de ver la cara sorprendida del público que admiraba como una muchacha tan hermosa y delicada era a la vez tan fuerte y valiente. El quemarse las plantas de los pies, ese dolor intenso le causaba un placer de la misma intensidad.  Ella necesitaba sentir ardor y dolor en las plantas de sus pies para sentirse viva.


La música terminó. La oleada de aplausos fue impresionante. Agitada, saludó al público y se retiró lentamente, saboreando cada paso sobre el pavimento que seguía tostándole los pies...  La marinera norteña había vuelto a hacer su magia una vez más.


20230316