El reencuentro

EL REENCUENTRO

La música era alegre, al igual que el grupo de gente buena y sencilla que se divertía sanamente.  Desde su caballo, él veía a la pareja bailar, levantando el polvo.  El con ojotas sencillas, ella con los pies descalzos, sin importarle lo caliente que estaba el suelo al medio día. Todos en la hacienda celebraban las Fiestas Patrias ese día, los cien años de independencia.  Les había dado descanso a sus trabajadores y había hecho preparar comida para ellos, para que se divirtieran sanamente.  La gente lo apreciaba por ser una persona buena, justa y generosa, y trabajaban duro y parejo pero contentos para él y por el bienestar de la hacienda y sus familias.

-¡Patrón, patrón, venga patroncito!

El sonrió mientras la gente lo invitaba a la celebración, se apeó del caballo y se acercó al grupo

-¡Baile, diviértase!

El joven que había estado bailando le cedió el paso mientras la guapa muchacha le sonreía.  La música empezó y él, tomando su sombrero con elegancia, se acercó a la muchacha.  Empezó el cortejo, las idas y venidas, la muchacha coqueta lo enamoraba con los pies desnudos y con la mirada, él se acercaba y ella se le escapaba.  El no se rendía e insistía, con pasos firmes.  El calor era cada vez más intenso y a él le sorprendía ver cómo la linda joven podía bailar sin zapatos en aquél suelo tremendamente ardiente y lleno de piedras.  La música continuaba, era una marinera alegre pero elegante, sencilla, como todos la bailaban.  Finalmente llegó el momento, ella fue finalmente conquistada.  Era la marinera en su mejor momento, el baile de campo, de pueblo, que todos disfrutaban, espontáneo, natural, nacido de la tierra y de su gente.

Todos aplaudieron.  La reunión y la algarabía continuaron.  El se acercó a su gente, a sus trabajadores, a departir con ellos, a conocerlos más, a saber de sus familias, de sus alegrías, de cómo les iba a sus hijos en el colegio que su padre les había construído hacía una década.  Estaban contentos, el profesor era bueno y dedicado y los muchachos aprendían.  "Algún día mi hijo será ingeniero como usted Patrón"  El sonrió y le dijo "¡Claro! ¿Y por qué no?  Los chicos tienen que aprender, tienen que estudiar y superarse, aquí tendrá trabajo siempre"  Y era cierto.  Dos de los ingenieros agrónomos que lo ayudaban a mantener la propiedad produciendo eran hijos de trabajadores.  Las oportunidades estaban allí, para el que quisiera aprovecharlas.

Aprovechando la llegada de la comida, él se retiró un momento a dar una vuelta por el lugar.  Vio a la joven con la que había bailado.  Era linda.  Tendría unos 19 años. Ella le sonrió

-¡Baila muy bien patrón!

-¡Gracias! Hago lo que puedo. Tu papá me enseñó hace algunos años atrás, cuando volví de la capital al terminar la universidad.  ¡Pero tú bailas mejor!

-Gracias patrón

Observó que ella seguía descalza, a pesar de llevar su mejor vestido, un traje blanco, sencillo pero bien cuidado

-¿Y tus zapatos muchacha?

-No tengo patrón

-¿Hablas en serio?

-Sí patron, siempre he andado sin zapatos

-Le diré al capataz que te consiga un par hoy mismo

-No patrón, no hace falta.  No necesito zapatos.  Al terminar la secundaria me hicieron ponérmelos para la fiesta de graduación, y la verdad no me gustaron.  Me aprietan, me incomodan, siento mis pies como enjaulados.  Fue la primera y única vez que me puse zapatos.  Déjeme así patroncito.

El vio a la muchacha que lo miraba suplicante.  Era cierto, no quería zapatos.

-¿Estás segura?

-Totalmente patrón, de verdad que no los necesito, mis plantas ya son como suelas, mire

Y diciendo esto se sentó en un muro cercano y levantó sus pies para que él pudiese ver sus plantas.  Sus pies eran bonitos, sus dedos eran largos y rectos, ligeramente separados.  Sus arcos eran pronunciados, sus talones delgados...y sus plantas... Se veían sanas, fuertes, vigorosas... con un dedo se las tocó...se sentían firmes, duras, ásperas. 

-Tienes razón, de verdad que tú no necesitas zapatos

La joven sonrió.  Un olor a tierra húmeda, fértil, de campo llenaba el ambiente.  "¡Mire patrón!" dijo ella mientras arrancó a correr sobre un terreno pedregoso, rumbo al cerro.  Era rápida, ágil, como una vicuña.  Llegó hasta el algarrobo que estaba como a cien metros de allí, dio la vuelta y volvió corriendo.

-¡Mire!

Le dijo ella, levantando el pie para que le vea la planta

-¡Nada! ¿Ve?

Efectivamente.  La muchacha había corrido descalza unos doscientos metros en un terreno eriazo, ardiente, lleno de grava y piedras puntiagudas.  Sus plantas sólo tenían algunos arañazos superficiales, pero nada más.

-¡Mire esto patrón!

Y sin darle tiempo a responder, la chica fue y se paró sobre una plancha metálica que había estado al sol todo el día

-¿No te duele, en serio?

-Sí duele, pero no me hace nada patrón, yo aguanto

Sonrió nuevamente.  Dos, tres, cinco minutos habían pasado ya, mientras conversaban, mientras ella le contaba de sus hermanos, de la chacra, de su familia, de cuánto le gustaba bailar la marinera...al rato ella se bajó de la plancha metálica, se arrodilló en el suelo y le dijo

-¿Ve?

El miró sus plantas.  Estaban tremendamente enrojecidas. Sólo sus arcos permanecían intactos, blancos. Pero no había ni una sola ampolla, nada.

-Arde, pero nada más, no me lastima patrón, yo aguanto.  Y sonrojándose y bajando la mirada, agregó  -Me gusta quemarme los pies, patrón, se siente bien.

El sonrió y la ayudó a levantarse.  Siguieron caminando hasta llegar nuevamente donde estaba el grupo.  La joven lo había sorprendido.  Sus bonitos pies eran fuertes, pero sobre todo ella era valiente y sabía lo que quería.

-Hasta pronto, ya nos volveremos a encontrar

-Hasta pronto patrón, gracias por la fiesta

Subió a su caballo y se dirigió al galope hacia la casa hacienda.

*****

Había llegado el día. Ambos llegaron temprano, como tenían costumbre. Hasta en eso coincidían. Se reconocieron mútuamente y se saludaron. Parecían conocerse de años, cuando la verdad es que sólo hacía dos semanas que habían empezado a hablarse, realmente a escribirse. La marinera los había unido, ambos tenían una especial pasión por este baile.

Ella se quitó las sandalias que llevaba y sonrió, y empezó a caminar descalza por el centro comercial mientras conversaban.

Repentinamente un olor a tierra húmeda, fértil, de campo llenó el ambiente. El miró sus pies descalzos, la miró a los ojos y le dijo

-Siento como si ya hubiese hecho esto antes, largo tiempo atrás

-Yo también, es extraño, siento como si nos conociéramos de mucho tiempo.

*****

La marinera los había vuelto a unir en esta vida al igual que lo había hecho en la anterior.  Su amistad perduraba, trascendía el tiempo y el espacio a pesar del siglo que había transcurrido.

FIN

2016-01-26