Sandra

SANDRA

 

(Inspirada en una historia real)

 

Sus bonitos pies tocaron el suelo de cemento áspero. ¡Quemaba como brasas ardientes! Ajustó los dientes para soportarlo mejor. El calor era demasiado, jamás antes había pisado un suelo tan, tan caliente

Vió a las otras concursantes. Se movían inquietas sobre el suelo que se empeñaba en freírles los pies.  Levantaban un pie y luego el otro, para enfriarlo. Daban como saltitos.  Sus rostros, sus gestos y movimientos reflejaban el dolor intenso que sufrían. Los organizadores se dieron cuenta. Era increíble, no se habían percatado que en marzo, en el norte, el sol calcina el pavimento.

Fue entonces que vio a algunas personas, seguramente familiares o amigos de las concursantes, que presurosos se acercaban llevándoles ballerinas o hasta zapatillas.  Escuchó a algunas chicas decir que los organizadores habían autorizado que bailaran con calzado, dado lo ardiente del piso. Se escucharon expresiones de alivio entre las concursantes, que empezaron a aplaudir a los organizadores en señal de agradecimiento, por haberse compadecido de sus pobres pies, sometidos a una verdadera tortura.

El suelo se empeñaba en quemarle las plantas de los pies. Dolía terriblemente, le ardían como jamás antes le habían ardido. Levantó un pie para observar su planta. Estaba completamente enrojecida.  Sólo su arco pronunciado se mantenía blanco. Todo el resto de la planta lucía de un rojo carmesí. Posó el pie en el suelo para inspeccionar el otro. La misma visión. Sentía como si estuviese parada en una sartén caliente.

Pensó..."con zapatos no es marinera norteña". No, no usaría calzado alguno, bailaría como siempre, con los pies descalzos, como debe de ser.

Aún no llegaba su turno. Siguió esperando, moviendo los pies, aunque cada vez menos. De algún modo, su mente había logrado dominar el dolor intenso. No a bloquearlo, porque seguía sintiéndolo, cada vez más fuerte, pero sí a dominarlo.  Era la mente sobre la materia. Su mente ordenaba, dominaba a su cuerpo. No, no cedería. Resistiría, podía hacerlo. La marinera era más importante. Era su pasión, su amor, su vida.

Finalmente le llegó el turno. La gente la miraba asombrada cuando salió caminando lentamente sobre la pista ardiente, descalza, sonriendo.  Era la única participante que bailaría sin zapatos, todas las demás lo habían hecho con zapatillas o ballerinas.

Empezó la música, y con ella el eterno baile de cortejo. Se movió cadenciosa al ritmo de la música, de puntitas, haciendo zapateos, cepillados, machetes.

"Cuando se baila marinera no existe el dolor"

había dicho alguna vez Linda Reyes.  No era tan cierto después de todo....el dolor existía, estaba allí, y era cada vez más intenso, más fuerte.  Sentía como si las plantas de sus pies estuviesen siendo torturadas, como si algún verdugo cruel se empeñase en abrasarlas, disfrutándolo...pero ella no cedería. El dolor estaba allí, pero no le importaba.  La adrenalina fluía por sus venas. Sentía la música dentro de sí. Bailar era más importante, ni el sol ni el pavimento la vencerían. Bailó como nunca, hasta la última nota, hasta el último vuelo del pañuelo.

El público aplaudía a rabiar, mientras miraba absorto, como hipnotizado, los bellos pies de la hermosa muchacha desafíar el suelo ardiente, áspero como lija gruesa.

Las plantas de sus pies ya no lucían rojas, sino negras de polvo. Sólo sus arcos permanecían blancos.

La silueta de las plantas de sus pies se apreciaba hermosa, perfecta, bellamente marcada. Sus huellas eran preciosas.

Todo había terminado. El público estalló en una salva de aplausos, no sólo por la belleza del baile que habían acabado de presenciar, sino sabedores de lo que los pies de esta muchacha habían y seguían soportando. Sonrió e hizo una breve venia al público, para luego retirarse con su pareja, lentamente, como saboreando el calor del suelo que se había esforzado inútilmente en vencerla.

"Fotos, fotos, muéstranos tus pies" le decían varias personas. Ella accedió, se arrodilló sobre la silla que acababan de pasarle para mostrar las plantas de sus pies. La gente le tomaba fotos, asombrada.

Era increíble como unos pies tan hermosos, de apariencia tan delicada, podían haber soportado tanto, la tortura voluntaria a la que ella los había sometido inspirada en una pasión mayor, en algo sublime.

Le dolían..y mucho. Le ardían tremendamente. Pero ella sonreía. Lo había logrado...y lo volvería a hacer, diez, cien, mil veces se abrasaría las plantas de los pies nuevamente con tal de bailar la marinera, su marinera que tanto amaba.

El jurado anuncio a los ganadores....¡habían vencido! Era un reconocimiento justo no sólo a la belleza de su baile, sino a lo que acababa de hacer y soportar, con gusto, con amor, con pasión y placer.

Se acercó y feliz, con una tremenda sonrisa en los labios, subió al podio, al primer lugar, en medio de aplausos y sonrisas sinceras del público, su gente, su pueblo. Una nueva soberana, una nueva reina de pies descalzos acababa de nacer.

 

FIN

 

Para Sandra Sosa, apasionada bailarina de marinera norteña, cuyos pies no le huyen ni a los peores suelos.