El paseo de la Bandera

El Paseo de la Bandera

(Inspirada en hechos reales)

Tacna, tierra orgullosa, valiente, de gente noble.  Isamar estaba orgullosa de ser tacneña.  El fervor patrio se sentía en el aire.  Era día de fiesta, de regocijo, de celebración del retorno de Tacna al seno patrio.  El desfile era solemne y a la vez alegre, se conmemoraba algo especial, y a pesar del tiempo transcurrido, las nuevas generaciones lo tenían muy presente. 

Con amor, con pasión, la gente veía el desfile, veía la enorme bandera peruana pasar.  El sol estaba en lo más alto, era medio día y el calor era insoportable, pero eso no detenía a la gente, al contrario, le daba más ganas y orgullo de estar allí, de soportar el inclemente calor por amor al Perú.

Todos, y en especial Isamar.  Vestida con su traje de Marinera Norteña, estaba de pie, con los pies desnudos, estoica, soportando el intenso calor del suelo ardiente que le quemaba las plantas de los pies.  El dolor era intenso, pero eso no la perturbaba.  Más podía el amor a la patria, a la bandera y al himno.  La gente la veía admirada.  ¿Cómo esta hermosa joven podía estar de pie en la pista calcinada? ¿Acaso no le dolían los pies, acaso era insensible al dolor?

No, no lo era.  El dolor estaba allí, presente.  Sentía como sus plantas desnudas, indefensas, se abrasaban en el pavimento, le parecía como si estuviese parada sobre brasas ardientes.  Sentía el calor abrasador, el ardor que le recorría desde las plantas de los pies, por toda la espalda hasta llegar al cerebro.   Pero ella podía soportarlo.  Su mente controlaba a su cuerpo, dominaba al dolor, lo había domesticado.  Años de bailar marinera, descalza siempre, en los suelos más agrestes y terribles habían fortalecido las plantas de sus bonitos pies hsta volverlas duras y ásperas, a prueba de los retos y desafíos más duros.  Media hora estuvo de pie en el suelo caliente, sin quejarse, al contrario, cuando la gente se le quedaba mirando, ella les sonreía.  Algunos le preguntaban despasito  "¿No te quemas los pies?" y ella respondía "Sí, duele, me arde" y nada más.

Y en eso llegó el momento.  Con el sol en lo más alto, la banda empezó las tonadas de la Marinera Norteña. Ella y su pareja levantaron los pañuelos en alto y se dirigieron lenta y elegantemente hacia el centro de la pista.  El suelo quemaba aún más allí, pero a ella no le importó.  Cada paso que daba hasta llegar al centro de la pista era como caminar sobre carbones ardientes.  La gente la miraba sorprendida, asombrada al ver el valor y la resistencia de esta hermosa joven.  El baile empezó, el cortejo eterno de un hombre y una mujer que buscan conquistarse en una danza de amor.  Al calor intenso se sumaba el zapateo sobre la pista áspera como lija gruesa, como esmeril.  Ella coqueteaba con idas y venidas, escapando de los cortejos del chalán.  A pesar de los zapatos de charol, el sentía el calor intenso del suelo ¿Cómo estarían sus pies? pensó el, al ver los hermosos pies desnudos de su pareja. La música cesó entre aplausos y vítores.  El público pedía más...

-¡No hay primera sin segunda!  dijo la banda, y empezaron otra marinera más.   Seguía el suplicio, la tortura a sus pies desnudos que ella tanto gozaba, que tanto disfrutaba por la marinera norteña.  Bien dice el refrán "La marinera norteña es la forma más hermosa de torturar los pies de una mujer" y era cierto, desde hacía años que ella venía torturando sus pies, sus plantas... pero con gusto, con pasión, con amor por la marinera y por el Perú.

La música continuaba, los cepillados y machetes, los revuelos de falda y movmientos alegres del sombrero.  Finalmente se dio la conquista, el chalán había sido aceptado una vez más por la china norteña.  Se unieron en un beso figurado, cubierto con el gran sombrero.  El público estalló en aplausos.  La pareja sonrió, y lentamente, sobre la pista ardiente, se retiraron de la pista.

-¡Bravo, bravo!  la gente decía

-¡Pobrecitos tus pies!  decían otros

-¿No te duelen, a ver?  le preguntó una joven al verla pasar.

Isamar sonrió y se detuvo un momento.  Levantó un pie y luego el otro, para permitirle a la chica verle las plantas de los pies.  Lucían de un rojo carmesí, abrasadas, sólo sus arcos permanecían blancos e intactos.  Pero no había ni una sola ampolla, nada... la piel de sus plantas era fuerte, dura, áspera... sí, le dolía, sí, le ardía tremendamente...pero no se había lastimado.  No era la primera, ni sería la última vez que bailara sobre suelos ardientes.  ¡Si esos hermosos pies hablaran, todo lo que contarían!  Hablarían de pistas ardientes, de suelos ásperos, de piedras filosas, de cascajo, de pasto seco, de suelos frescos en el coliseo...

-¿No te duelen?  preguntó la chica, fascinada

-Sí, me duelen mucho...me arden...¡pero es por la marinera, y me encanta!

Cruzaron miradas...la chica asintió.  Dejó los pies de Isamar, esos pies hermosos y elegantes, como si fuesen una joya, algo sagrado, luego de haberles tomado varias fotos.

Isamar siguió caminando, rumbo al vestuario.  En el camino miró sus pies.  Le gustaban.  Eran bonitos, y se lo habían dicho varias veces.  Largos, esbeltos, delgados, de arcos pronunciados.  Las plantas de sus pies eran cosa aparte.  Parecían cuero:  duras, gruesas pero flexibles, ásperas....poseían una belleza especial, una fortaleza que las hacía hermosas.  También se lo habían dicho, "Qué bonitas son las plantas de tus pies" "¡Parecen de cuero!"  "Dignos pies de bailarina de marinera" "Tus pies son fuertes y hermosos"

Llegó al vestuario.  Guardó con cariño el vestido, se puso una camiseta y unos shorts de jean.  Miró sus zapatillas... "Mejor no" pensó, y las guardó en el maletín.  Y al igual que muchas otras veces, después de muchas presentaciones, salió descalza del vestuario y se fue así, caminando sin zapatos hasta su casa.

La marinera norteña no era solo un baile, era su pasión, era un estilo de vida.  Y a ella le gustaba seguir descalza.

FIN

Para Isamar Figueroa, apasionada cultora y maestra de nuestra Marinera Norteña y tacneña orgullosa.

20180326