Liz

Liz

Subieron juntos a la azotea.  Era casi medio día y el sol estaba en todo su esplendor.  Diariamente, Liz ensayaba a esa hora. La marinera norteña requería pasión y mucha práctica, mucho empeño, y ella lo sabía.

El conectó el reproductor de música y presionó el botón de "play".  La marinera empezó.  Liz saboreó el suelo tremendamente áspero de su azotea. Era como lija gruesa.  Ya lo conocía.  El suelo ardía de calor, era casi insoportable... Sentía como las plantas de sus pies le ardían, era como caminar en brasas ardientes.  Pero lo deseaba.  Necesitaba sentir eso, ese ardor, ese calor abrasador, ese dolor en las plantas de sus pies la motivaba para bailar más y mejor cada vez.  Empezó a ensayar los pasos y se dejó llevar por la música, mientras él la miraba embelesado.

Bailaba muy bien, con gracia, con garbo, con salero y elegancia. Sonreía coqueta a su pareja imaginaria, mientras su amigo de toda la vida la contemplaba.  El suelo se calentaba cada vez más, el ardor en las plantas de sus pies era cada vez más intenso, pero eso sólo la motivaba más.  Sabía que las plantas de sus pies, fuertes, duras, ásperas, podían soportar eso y más, mucho más.  Al finalizar cada pieza ella descansaba un ratito, agitada, mientras él la aplaudía sonriéndole y le decía lo bien que bailaba.  Empezó la siguiente canción, "Trujillo de mis amores", y ella nuevamente comenzó a bailar, a gozar, a disfrutar.  La marinera era su pasión, era su vida.  Esperaba terminar su carrera de Psicología para dedicarse a ella y a la vez poner su academia de marinera, para enseñar todo lo que sabía y seguir aprendiendo también.

Doce y treinta.  El piso de la azotea quemaba terriblemente.  El aire caliente se elevaba del suelo, distorsionando los objetos cercanos.  El la veía fascinado, admiraba la belleza y gracia de su baile, y no acababa de entender cómo podía ella soportar el calor intenso en sus pies.

La música terminó y con ella el ensayo.  Liz estaba exhausta pero feliz.  Se quedó quietecita, parada en el suelo, algo agitada.  El piso le seguía quemando las plantas de los pies, más aún ahora que estaba quieta, pero a ella no le importaba... al contrario, lo disfrutaba.  Sonreía, y él lo notó... y de pronto todo tuvo sentido.  Se levantó y se acercó hacia ella

-Te gusta, ¿no?

-¡Sí!  Amo la marinera... es mi vida

-No me refiero a eso

-¿Si no?

-A bailar en piso caliente...

-Tengo que entrenar

-Pero te gusta

-¿Entrenar?  Es necesario, cansa, pero es necesario...titubeó ella

-No... te gusta quemarte los pies

Liz agachó la cabeza

-¿Cómo te diste cuenta? Dijo ella, algo avergonzada, mirando al suelo

-Sólo lo supe.  Me dí cuenta hoy, así de repente

-Así soy, algo extraña, perdona.  Agregó Liz, sin levantar la mirada del piso, mirando los deditos de sus pies

El se acercó y la abrazó suavemente.  Con una mano, le levantó el mentón hasta que sus ojos se miraron

-Está bien, Liz, no tiene nada de malo...al contrario, me gusta

Los ojos de ella se iluminaron

-Esto te hace aún más especial

Liz sonrió, mientras miraba los ojos de él

-Te ves linda sin zapatos.  Ojalá nunca los usaras.  Dijo él, sonriendo

-Si me lo pides, quizás lo considere  Dijo Liz, sonriendo coqueta, mientras el piso ardiente seguía quemándole las plantas de los pies.  Su corazón latía a mil, la emoción la embargaba.

El le acarició el cabello, suavemente.  Sus labios se juntaron, sus ojos se cerraron y se dieron un beso.  Tiernamente, al principio, luego con pasión.

-Te amo Liz, hace tiempo que te amo

-Y yo a tí

Se estrecharon en un fuerte abrazo.  Ella gozaba con sus caricias y sus besos, el ardor y el dolor en las plantas de sus pies eran cada vez más intensos, las emociones se mezclaban y se convertían en un placer cada vez más fuerte.  El lo sabía, se daba cuenta de cuánto le gustaba a Liz sentir el calor intenso en sus pies.

-¿Ves?  Sí te gusta... dijo guiñándole un ojo

-¡Me encanta! ¡Me encanta quemarme los pies, lo necesito!  Y así me gusta aún más... le dijo, mientras lo abrazaba con fuerza.

-No vuelvas a usar zapatos jamás, Liz...

-¡Jamás!  Voy a vivir descalza para tí mi amor...desde este momento, no volveré a ponerme los zapatos.

Y ambos jóvenes se estrecharon una vez más en un beso largo y apasionado.

El amor había nacido, una vez más, a ritmo de marinera...