Nery

"Si te contara lo que siente mi cuerpo y mis pies cuando escucho marinera...No me importa el piso, sólo tengo necesidad de hacerlos bailar, cual bailarina de ballet que se siente en el aire, suave, dulce y refinada, yo me siento igual pero con los pies en la tierra, en las piedras, en el pasto, en la arena o en cemento caliente, donde me toque bailar, eso no importa.  Sólo me importa dejarlos llevar elegantemente por la música"

Los ojos de Nery brillaban llenos de pasión mientras decía esto, y sus pies desnudos se movían alegres, vivaces, libres y felices, mientras estaba sentada en el muro del parque.  "Mira" dijo, levantando ambos pies.

Sus pies eran hermosos.  Largos y esbeltos, de arcos pronunciados y dedos largos.  Pies ágiles, bellos como su dueña.  Sus plantas tenían esa belleza especial, esa fortaleza que da la marinera norteña.  Lucían fuertes y resistentes. "Tócalas".  Me atreví a tocarlas, Nery sonrió.   Se sentían duras, gruesas, flexibles y algo ásperas.  El contraste con la piel de sus arcos era alucinante, de gran belleza.  Sus arcos, al contrario del resto de la piel de sus plantas, aún se mantenían tersos, suaves, delicados, eran el último bastión, el último recuerdo de como fueron las plantas de aquéllos pies antes de bailar, antes de dejarse llevar por la pasión de la danza.  Sentí como si tocara algo sagrado, algo especial y mágico.  Sí, era eso, había magia en esos bonitos pies, de apariencia delicada, pero que eran capaces de desafiar los suelos más ardientes, las superficies más ásperas, las piedras más filosas una vez que la música empezaba.  Ella disfrutaba desafiando a sus pies, poniéndole retos cada vez más duros a sus plantas, que dejaban con la boca abierta a propios y extraños.  Era alucinante ver a esta hermosa joven bailar con los pies desnudos sobre esos suelos terribles, someter voluntariamente a sus hermosos pies a torturas terribles con tal de bailar la marinera que tanto amaba.  Sentir el suelo que le quemaba los pies como brasas ardientes la hacía sentir más viva, sentir cómo las piedras trataban de enterrarse en sus plantas la hacía sentirse bien, sabedora de que entregaba todo en la pista.  Cuando bailaba el tiempo y el espacio cobraban otra dimensión, entonces sólo existía ella, su pareja y la música.   Todo lo demás pasaba a segundo plano.  Era como estar en trance, como llegar al nirvana a través de la danza, tan igual como aquéllas bailarinas de la India que bailaban gráciles y sonrientes con los pies desnudos sobre un montón de vidrios rotos, sobre botellas destrozadas y en camas de clavos.  La marinera era la versión "made in Perú" de esto.  Nery disfrutaba de esta pasión. 

Bajó del murito y cayó con fuerza sobre las piedras del camino.  No le importó.  Empezamos a caminar mientras me contaba su historia, sus inicios en la marinera.  Sin darnos cuenta dejamos el sendero de piedrecitas y empezamos a caminar en la pista.  El pavimento ardía bajo el sol del medio día.  A ella no le importó.  "¿No te duele, no te arde?" le pregunté, ingenuo.  Para mi sorpresa, ella respondió

Sí, me arde un montón, me duele, pero me gusta, me hace recordar cuando bailo marinera

Y diciendo esto levantó un pie para que pudiese ver nuevamente su planta.  Estaba enrojecida, pero ella sonreía.  ¡Mira!  me dijo, y bajando el pie fue corriendo para posarse cual mariposa sobre una tapa de metal de esas de buzón.

-¡Cuidado, te vas a lastimar!  le dije

Pero Nery ya estaba allí, sonriendo, mientras el metal ardiente le freía las plantas de los pies.  Ella me miraba fijamente a los ojos, mientras el ardor de sus plantas, el dolor le recorría la espina dorsal hasta llegar a su cerebro.  Ella tenía el don de las bailarinas, era capaz de convertir el dolor de las plantas de sus pies en placer, en gozo, en arte....¡en marinera!  Me lo estaba demostrando en este preciso momento, era algo surreal...esta hermosa muchacha, que salía a la calle sin zapatos con frecuencia, a pasear, de compras, a divertirse con sus amigas, estaba ahora posada, descalza, en una superficie de metal que había estado absorbiendo la energía del sol durante todo el santo día.  Uno, dos, tres...cinco minutos pasaron.  Ella, con gracia, salió de la tapa metálica y se arrodillo en el pasto, para mostrarme las plantas de sus bonitos pies.  Estaban totalmente enrojecidas...o casi, sólo los arcos se mantenían blancos, impolutos.   Toqué sus plantas, aún se sentían terriblemente calientes...pero no había ni una ampoya, ¡nada!  Habían soportado, valientes, el reto del calor intenso.

-Así son mis pies, así me gustan.

Y diciendo esto seguimos caminando.  La acompañé hasta la puerta de su academia.  Iba todos los días, descalza, caminando las 15 cuadras que la separaban de su casa.

-Mañana te cuento más, cuando me vengas a ver bailar.

Nos despedimos y ella, sonriente, cerró la puerta de su academia, de su templo de la marinera...

                                                                                                                                                                                                                                                    Fin