Antami y el Apu

ANTAMI Y EL APU

El sol estaba en lo alto. El cielo estaba despejado y de un color celeste intenso.  Hacía calor. Vio el camino y saludó al Apu, que la esperaba allí en lo alto.  Sería una subida difícil, lo sabía... como la vida... era difícil, pero valía la pena vivirla.  El recorrido sería un aprendizaje, un desafío, un autoconocimiento. 

Antami miró sus pies.  Se quitó las sandalias y los miró de nuevo:  eran bonitos, eran fuertes, ¡eran libres!  Al posar sus plantas desnudas sintió de inmediato el calor intenso del suelo.  Quemaba, ardía, dolía...pero era energía, el Apu llenaba su cuerpo de energía a través de sus pies, de sus plantas desnudas y en contacto con la Pachamama.  El dolor intenso le recorría la médula espinal, como la serpiente Kundalini, hasta llegar a la base de su cerebro en donde se transformaba en energía, en motivación, en fuerza.  Empezó a caminar. A cada paso el suelo le abrasaba las plantas de los pies, era casi como caminar sobre brasas, como aquéllas muchachas de la India que danzaban descalzas sobre brasas ardientes, sobre vidrios rotos, sobre camas de clavos... 

La ruta empezó a subir, se volvía más y más empinada.  Ahora el camino estaba lleno de piedras.  Era duro para sus pies, pero también era parte del crecimiento, del aprendizaje, de su autodescubrimiento, del vencerse a sí misma. El reto continuaba, y era ahora más duro.  En el camino habían cactus, y el suelo estaba lleno de sus espinas, que se esmeraban en pincharle las plantas de los pies.  El dolor en sus plantas era cada vez más intenso, casi insoportable...pero esto no la doblegó, al contrario, le daba ánimos para seguir.  El sendero agreste era cada vez más empinado, cada paso que daba descalza era como un suplicio...y en eso ocurrió... cayó y apoyó todo el cuerpo en la tierra... sintió la energía que la inundaba, que la llenaba...sintió como el Apu le daba Su fuerza, como la llenaba de sí, como la poseía y la transformaba.  A gatas, a cuatro manos, siguió su ascenso.  Sentía cómo le palpitaban las plantas de los pies, cómo le ardían, pero eso la hacía sentirse más viva.  Era ella quien dominaba al dolor y no al revés, era ella quien lo transformaba en fuerza, en energía.  Era una experiencia única, como de otra dimensión, como si su mente se hubiese disociado de su cuerpo.  Lo disfrutaba, sentir dolor en las plantas de sus pies se había convertido en algo placentero, gratificante, en una experiencia de aprendizaje única.  Se sentía una con el Apu.

Así, casi sin darse cuenta, llegó al lugar elegido.  Preparó todo, con cuidado, con amor.  Hizo las ofrendas, y entre ellas una muy especial.  Le ofrendó sus pies al Apu, se ofrendó a sí misma. "Haz con mis pies lo que quieras, Gran Apu Pan de Azúcar.  Son tuyos, te pertenecen".  Se sintió bien, en paz consigo misma, en armonía con el Universo, con la Pachamama.  Era una ofrenda, sí, pero el regalo, el don lo recibía ella misma.

Llegó la hora del descenso.  Sabía lo que le esperaba:  el camino ardiente, las piedras, las espinas...miró sus pies desnudos y sonrió: era lo que deseaba, lo que necesitaba.  Un flash cruzó por su mente... sí, lo haría... cada vez pasaría más tiempo descalza, no sólo en el campo, sino en la ciudad también.  Iría sin zapatos a más lugares, cada vez más lejos... ese era el deseo del Apu.

FIN

20180128

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