Joan

JOAN

(Inspirada en hechos reales)

El sol de verano estaba en todo lo alto.  Era medio día.  La multitud esperaba ansiosa.  La remodelada Plaza de Armas de Trujillo la esperaba.  El suelo brillaba bajo el inclemente sol.  Quemaba.  Lo sentía bajo sus pies desnudos, mientras esperaba el momento.  Disimuladamente levantó el pie y miró su planta.  Sonrió, le causaba gracia verla tan enrojecida.  Sólo sus arcos permanecían blancos.  El ardor era intenso, el dolor era fuerte, pero valía la pena soportarlo.

La música empezó, la banda tocaba muy bien y el pueblo empezó a aplaudir.  Ella y su pareja se acercaron al centro, caminando lentamente.   Cada paso era como una tortura para las plantas de sus pies descalzos, sentía como si el suelo de cemento fuese realmente una plancha de metal al rojo vivo que se empeñaba en quemarle las plantas de los pies.  Pero debía hacerlo, la Marinera Norteña se bailaba así, sin zapatos, descalza... y ella amaba la marinera con pasión.  La marinera era su vida, desde pequeña la había cultivado y seguía ahora haciéndolo.

Pese al poquísimo tiempo que sus estudios en la Universidad le dejaban, Joan se daba abasto para todo: para sus ensayos, para las presentaciones, para los estudios, para los trabajos grupales.  Era una buena alumna, inteligente y dedicada, y que además valoraba el sacrificio de sus padres para costearle los estudios.  Sería una gran ingeniera, así como ahora era una gran bailarina.  Sí, la ingeniería industrial era su otra pasión:  el orden, las matemáticas, la tecnología, los procesos... eran un poco como bailar, cuando las cosas funcionaban bien en una planta era como una hermosa coreografía de marinera norteña que salía a la perfección, sincronizada y hermosa.

Las idas y venidas continuaron, los pañuelos al aire, el sombrero, el coqueteo, las sonrisas... El suelo ardiente seguía quemándole las plantas de los pies, a pesar de lo curtidas y encallecidas que ya las tenía de tanto ensayar y practicar, el dolor era intenso.  Las plantas de sus pies eran duras y ásperas, pero poseían también una gran belleza, una fortaleza...en ellas se podía leer, como si fuesen un libro abierto, su amor, su pasión y su dedicación a la marinera norteña, su vida...

La música terminó.  "No hay primera sin segunda". Vítores, aplausos...la banda empezó de nuevo... el hermoso suplicio de la marinera continuó...no en vano se decía que la marinera norteña es la forma más hermosa de torturar los pies de una mujer...y era justo lo que hacía ahora, bailando descalza sobre ese suelo ardiente, abrasador...torturaba las plantas de sus pies voluntariamente por la marinera, para la marinera...porque era lo que más amaba.  Entre el público, Magaly, su madre, la miraba orgullosa.  Ella sabía cómo le quedaban los pies después de estas presentaciones, como buena madre se los curaba con talla, para sanarlos y hacerlos más fuertes.   Era como un pacto entre ambas, era su forma de demostrar su apoyo y su amor a la marinera también.

La música terminó. Los aplausos del público, la ovación fueron tremendos y sentidos con el corazón.  Sonriendo la pareja dejó lentamente el lugar donde habían bailado.  Una jovencita se le acercó a Joan y le dijo:

-¡Bailaste precioso!  ¿no te quemas los pies?

Joan sonrió, levantó el pie para que la muchacha pudiese ver su planta enrojecida.  La chica se tapó los labios para ahogar un grito de sorpresa y admiración.

-Duele, arde un montón....¡Pero la marinera lo vale!

Y diciendo esto, sonriendo, se alejó rumbo a los camerines.

Ya allí se cambió y se puso la ropa típica de cualquier universitaria del siglo XXI, sin importar en qué parte del mundo estuviese:  un par de jeans rasgados, un polo blanco.  Vio sus zapatillas, las plantas de los pies aún le ardían, ponérselas sería peor.  Joan se remangó la basta del pantalón y salió sin zapatos, con las zapatillas en la mano.  Su madre la esperaba afuera.

-¿Otra vez descalza?

-Sí mamá, me incomodan las zapatillas, dijo Joan, mientras se las daba a Magaly, quien las puso en una bolsa.

-Pero el piso sigue caliente, y son un montón de cuadras hasta la casa Joan...

-Ya sé mami, ya sé...pero estoy acostumbrada.  No es la primera vez.

-Bueno, es cierto

-A este paso voy a terminar viviendo descalza.

-Si pudieras lo harías, estoy segura hija

-Creo que voy a ir sin zapatos a la universidad

Ambas rieron, mientras caminaban.  Eran más que madre e hija, eran amigas, cómplices.  Magaly pensaba para sí que su amada hija era más que capaz de ir sin zapatos a la universidad, y sonrió ante la idea.

Y así había terminado otra presentación más. La marinera norteña era no sólo un baile, una pasión, que se compartía en familia.

FIN

20190527