El encuentro

EL ENCUENTRO

Había llegado el día.  Ambos llegaron temprano, como tenían costumbre.  Hasta en eso coincidían.  Se reconocieron mútuamente y se saludaron.  Parecían conocerse de años, cuando la verdad es que sólo hacía dos semanas que habían empezado a hablarse, realmente a escribirse.  La marinera los había unido, ambos tenían una especial pasión por este baile.

Ella se quitó las sandalias que llevaba y sonrió, y empezó a caminar descalza por el centro comercial mientras conversaban.

La conversación fluía, era fácil, hablaban de una y otra cosa, como buenos amigos.  Ella estaba feliz de estar descalza, se sentía cómoda, libre, feliz.  Salir a la calle sin zapatos le hacía revivir sus momentos de infancia, cuando salía a jugar sin zapatos por su barrio, sin importarle lo ardiente que estuviese el suelo, sólo le importaba jugar y divertirse.  Traviesa, juguetona, se paró sobre una rejilla metálica que había en el estacionamiento.  Aún no hacía mucho calor así que apenas estaba tibia.  Verla allí era gracioso, parecía que estuviese de pie sobre una parrilla.

Siguieron caminando y conversando, intercambiando experiencias mútuas, riendo a ratos.  Las sandalias seguían en sus manos, no en sus pies.  El calor empezó a sentirse más fuerte, pero a ella no le importó. El suelo empezó a quemar, pero ella estaba entretenida y disfrutaba el paseo.  Incluso se paró un rato sobre una tapa de fierro en el suelo.  Ahora sí hacía calor, el metal caliente abrasaba las plantas de sus pies bonitos, pero ella sólo sonreía, no se quejaba, no le hacía caso al dolor, al ardor... el dolor no la controlaba, ¡ella dominaba al dolor!  Su autocontrol era admirable.  Las plantas de sus pies lucían enrojecidas, pero intactas.  Eran hermosas:  duras, ásperas al tacto, con personalidad.  Unicamente sus arcos permanecían suaves, tersos y delicados.

Siguieron paseando, caminando sin rumbo fijo.  El calor ya arreciaba.  Al pasar por una vereda de cemento liso, ardiente bajo el sol, ella dijo

-Esto sí quema

Pero nada más...sin quejarse, sin demostrar el intenso dolor que sentían  las plantas de sus pies. Era sólo un comentario, pero siguió caminando, como si nada, más entretenida en la charla que otra cosa.

El polvo del camino realzaba la silueta de las plantas de sus pies, de sus arcos pronunciados.  Lucía bien descalza, se le veía feliz, libre, como una niña traviesa.

El paseo continuó, mientras se seguían conociendo y contando sus cosas, compartiendo sus experiencias.  Finalmente llegó el momento de despedirse, contentos de haberse conocido y de haber compartido un momento especial.  Ella se calzó de nuevo antes de subir a la combi.  Al llegar a su oficina le envió una foto...descalza y sonriente. 

Todos los amigos fueron extraños alguna vez.  Basta con confiar, con compartir cosas comunes.  Cada persona es un mundo y tiene cosas valiosas, vivencias.  Por azares del destino la marinera los había unido en una bonita amistad.

FIN

2016-01-26