La Academia

LA ACADEMIA

-¿Me das una empanada y un jugo por favor?

-¡Claro!  ¿La caliento?

-No mucho.

-Son 8 soles, aquí tienes

-¡Gracias!

Ella cogió la empanada y el jugo y salió de su pequeño local.  Era bonita, sin ser despampanante. ¿Qué edad tendría?  Le calculó unos 20 años más o menos. Tenía un porte atlético, quizás sería deportista, y una forma agradable de caminar.  ¿Estaba con sandalias?  Así lo parecía, desde el mostrador no se veía bien el suelo y sólo tuvo un atisbo de sus pies cuando ella salió de la tienda.

***

-Hola... me das

-¿Un jugo y una empanada?

-¡Sí!  ¿Cómo sabes?

-Pediste lo mismo ayer.  No muy caliente ¿no?

-No. ¡Gracias!

Era simpática y agradable.  Nuevamente notó su forma de caminar.  Agil, parecía un gato.  No hacía ruido.  Vestía una especie de falda corta marrón y una blusa, y llevaba el cabello recogido en un moño.  Hacía un calor tremendo, era pleno mediodía y el sol estaba en lo más álto. La vio salir nuevamente, su falda se ondeaba al viento.  Algo llamó su atención cuando ella desapareció por la puerta. ¿Estaba con zapatos, o no?  No, no tenía sentido, claro que tenía que usar zapatos, todo el mundo los usa.

***

-¡Hola!

-¡Hola!  Aquí está tu empanada y tu jugo. Ya está tibia

-¿Tan rápido?

-Siempre vienes a esta hora, puntual... y le sonrió

Ella le devolvió la sonrisa mientras le daba las gracias. 

-¿Vienes mañana?

-Sí, como todos los días, menos Domingo

-¿Cómo te llamas?

-Adriana, mucho gusto ¿Y tú?

-Roberto, el gusto es mío.  Tengo esta tienda desde hace un año y recién te veo desde esta semana. ¿Vives cerca?

-Vivo y trabajo cerca, a cinco cuadras.  Me mudé hace dos semanas recién, soy de Trujillo

-¿Y caminas cinco cuadras por un jugo?

-Y una empanada... me dijeron que tus empanadas eran las mejores de aquí cerca, así que quise probarlas.  Y tenían razón ¡son riquísimas!

-Gracias, las prepara una tía y me las trae fresquitas todas las mañanas.  Le diré que te gustaron.

-De nada

-¿Eres deportista?

-No, ¿por qué?

-Ah, lo decía por tu forma de caminar, tienes buen porte

-¡Gracias!  Soy bailarina, y enseño Marinera Norteña.  Tengo mi estudio a cinco cuadras, y también vivo allí.

-Ah, con razón...

-Bueno, me despido, ya está por terminar el break y los alumnos me esperan

Ambos sonrieron.  Ella salió.  ¡Tenía razón!  Ahora sí pudo verlo con total claridad, al momento que Adriana se acercaba a la puerta ¡Estaba sin zapatos!

-¡Adriana!

-¿Sí? 

-¿Y tus zapatos?

-¡Ah!  No tengo

-¿No tienes zapatos?

-Mañana te cuento, estoy súper apurada.¡Chau!

Se quedó pensativo.  ¿Esta chica le estaba bromeando? ¿Cómo que no tenía zapatos?  Eso era imposible. ¿Y cómo podía caminar sin zapatos en la calle, en pleno Febrero y al medio día?  ¡Cinco cuadras!  No, era una broma de seguro.

****

Doce y cinco.  Ella entró puntual.  Su empanada y su jugo ya la esperaban en una mesita al lado de la caja

-¡Gracias!  Esto es una cena de gala, sólo falta el mantelito - Dijo ella sonriendo

-El mantelito y tus zapatos - Respondió él

-No tengo zapatos

-¿Hablas en serio, no me estás haciendo una broma?  No te creo

-¡Palabra!  De veras - Dijo Adriana mientras terminaba su empanada, y agregó.  Hace tres años dejé de usarlos.  Los regalé y doné todos cuando cumplí los 18.

-¿Y vives sin zapatos desde entonces, por qué?

-¡Mira!

Y diciendo eso ella levantó un pie y le enseñó la planta.  Estaba negra como el carbón, sólo su arco se mantenía blanco, limpiecito.

-No veo nada

-¡Está dura, durísima!  Me voy, me esperan, mañana te cuento...

Y salió apresurada, casi corriendo

¿Tres años sin zapatos? ¿Y en invierno? Y lo que era peor ¡El verano!  ¿Esta chica no se quemaba los pies acaso?  ¿Por qué no usaba zapatos?

-Mañana me contará, dice... y Roberto se quedó pensando nuevamente...

***¡Era Domingo!  Y recordó que ella no daba clases los Domingos.  No vendría hoy.  Eso lo entristeció un poco, se había acostumbrado a verla, a esas conversaciones apuradas con las que la iba conociendo de a poquitos.  En fin, tendría que esperar al lunes a ver si volvía.  Pero se veía una chica centrada, honesta...sí volvería...Eran las 11 de la mañana, en una hora cerraría, sólo atendía medio día los Domingos.  Y en eso ella llegó. Esta vez usaba un polo blanco, sencillo, con las letras "SBL" estampadas en el frente.  Llevaba jeans ceñidos, remangados... y estaba otra vez sin zapatos.-¡Viniste!  Pensé que no dabas clases hoy-Y no doy clases hoy. Vine porque te dije que hoy te contaría.  Y aquí estoy.-Sí, aquí estás.  ¿De verdad no tienes zapatos?-Ni un solo par.  Ni zapatillas, sandalias, ni medias...nada. ¡Mira!Esta vez se había sentado en la silla de la mesita que estaba al lado de la caja.  Se dio la vuelta y se arrodilló en la silla.

-Están negras, no veo nada

-Acércate pues. 

Hizo eso.  Y sí, las plantas de los pies de Adriana se veían fuertes...¡Muy fuertes!  Lucían gruesas, algo ásperas en los bordes

-Son duras ¡Tócalas!  Dijo ella, orgullosa

-¿En serio? 

-¡En serio!

Así que él, entre curioso y sorprendido, estiró la mano y le tocó las plantas de los pies.  ¡Y en verdad eran durísimas!  Sentía como si estuviese tocando una superficie de cuero.  Los bordes, tal como se veían, eran ásperos, parecían lija.  Las plantas de los pies de Adriana eran duras, pero flexibles a la vez.  Sólo en los arcos se sentían suaves, tersas.  El resto parecia ser a prueba de balas.

-¡Parecen a prueba de balas!

-¡Ja ja ja!  Para nada, sólo a prueba de vidrios y algunas otras cosas

-Vidrios...¿rotos? 

-Sí

-¿Bailas marinera en vidrios rotos?

-¡Ja ja ja! ¿Estás loco?

-Pero tú me dijiste...

-No te dije que bailara en vidrios rotos, sólo que mis plantas son a prueba de vidrios rotos.  A veces los piso, camino sobre ellos, para entrenar...y repentinamente hizo un breve silencio y cambió a otro tema

-¿Y a qué te dedicas, además de la tienda?

-Estudié administración.  Por ahora sólo a la tienda, es un proyecto que estoy haciendo crecer, y me gusta. ¿Y cuáles son esas algunas otras cosas...?

-¿Qué cosas?

-Las que aguantan tus pies, además de los vidrios rotos...

-Ah....bueno... pista caliente, cascajo...etcétera.

-¿Etcétera?

-Sí, ya te contaré otro día. 

-¿Pista caliente?

-Es verano ¿no? ¿Te parece que la pista está fresca? ¡Quema!

-¿Y aguantas?

-Claro, bailo marinera ¿no?  Y soy Trujillana, no te olvides... allá hace más calor que aquí en Lima.

-¿Y por qué vives sin zapatos?

-Me gusta. Y no los necesito.  Enseño marinera norteña, no te olvides

-¿Y eso?

-Que enseño descalza todo el día, y aunque la marinera es mi pasión, también me da para comer.  Es mi trabajo, así que puedo trabajar sin zapatos.  No tengo ningún jefe que me obligue a usarlos, yo soy mi propia jefa.

-¿Y por qué te gusta?

-Es cómodo, me siento libre, contenta así. No me gustan los zapatos.  Cuando era niña me los quitaba a cada rato.  Ya en secundaria llegaba al colegio sin zapatos, me los ponía antes de entrar y tenía que aguantarlos toooodo el santo día... ni bien sonaba el timbre salía corriendo y me los quitaba, y me iba a casa caminando.

-¿Era cerca tu casa?

-Más o menos, caminaba media hora

-¿Sin zapatos?

-Sin zapatos

-¿Y en casa no te decían nada?

-¡Claro!  "Te vas a resfriar" "Ponte los zapatos" "Te vas a enfermar" "Una señorita no camina descalza" "Te vas a cortar" "Te vas a quemar" y cosas así. Pero cuando bailaba marinera no me decían nada, y eso que bailaba en pistas, en patios de colegio, etc. así que me dí cuenta que nada de esos "peligros" era realmente grave, que mis pies aguantaban.

-¿Y luego?

-En los últimos años del colegio estudiaba danza. Terminé la secundaria junto con la academia de danza, así que decidí ser profesora de marinera a tiempo completo.  Ya daba clases desde antes, y a mis alumnos les gustaba, así que había ahorrado.

-¿Y por qué dejaste los zapatos?

-No me gustan los zapatos.  Cumplí 18, ya era mayor de edad, así que regalé todos mis zapatos.  Total, apenas los usaba.  En mi casa me dijeron que estaba loca.  Les dije que sí, loca por la marinera

-¡Ja ja ja!

-¡De verdad!

-Sí, te creo

-Bueno, puse una academia en Trujillo y no me fue mal... Y lo mejor de todo, podía vivir sin zapatos y nadie me decía nada.  Pero hay demasiadas academias en Trujillo.  Y por otra parte mis papás andaban algo avergonzados de que su hijita no usara zapatos.  La familia, los amigos, los vecinos les comentaban, hablaban, que cómo era posible, que parecía una campesina, que me iba a lastimar, que estaba loca... así que junté mi plata y me vine a Lima.  Me tomó tres años ahorrar.  Me lo he jugado todo en mi academia de marinera.  Es chiquita, pero ya van llegando los alumnos, me está yendo bien, está empezando bien.

-¿Y aquí nadie te dice nada?

-Bueno, casi siempre me ven dentro de la academia, así que es normal que esté descalza.  Y cuando salgo a la calle, me miran a veces, se ríen... algunos señalan. Otros ponen cara de enojados.  Pero a mí no me importa.  Así soy feliz. Son mis pies y es mi vida ¿no?

-Sí, claro...

-Además, ya viste que no necesito zapatos, las plantas de mis pies son casi una suela, ya lo viste

-Y caminas en vidrios rotos, claro...

-No me crees, ¿no?

-Bueno...

-¿Tienes botellas vacías?

-Sí, claro, es una tienda

-Te voy a mostrar

La vio tan decidida, que sólo atinó a decirle "Por aquí" luego de cerrar la tienda del todo.  Ya era medio día y además los Domingos casi no venían los clientes. Trajo varias botellas descartables, de jugos y refrescos.

-Allí las tienes

-¿Me ayudas?

-¿Cómo?

-¡A romperlas pues!

Parecía una orden, y sólo atinó a obedecer.  Trajo un martillo de la trastienda y empezó a romper con cuidado las botellas.  Eran como veinte, así que le tomó más de cinco minutos hacerlo. Mientras tanto Adriana acomodaba los pedazos en el suelo, los esparcía y les daba vuelta, asegurándose de que las puntas estuviesen hacia arriba.

-¡Hombre de poca fe!  le dijo

Lo miró a los ojos, y empezó a caminar sobre los vidrios rotos. 

El ruido que hacían los vidrios al terminar de romperse bajo sus pies desnudos era alucinante... despacio, pero no demasiado, ella caminaba sobre los vidrios una y otra vez.  Incluso empezó a romper algunos con el talón

-¡Te vas a cortar!

-No te preocupes, hago esto todas las noches... Y repentinamente hizo silencio otra vez

¿Todas las noches?  ¿Esta chica caminaba todas las noches, sin zapatos sobre vidrios rotos? ¿Por qué? ¿Tan difícil era entrenar para bailar marinera?

Habían pasado ya cinco minutos.

-¿Ahora sí me crees?

-Sí, totalmente

-Bueno, vamos a limpiar, dijo Adriana, mientras se sacudía con cuidado las astillas que se le habían clavado en las plantas de los pies, sin lastimarla para nada. 

-Ven el lunes a mi taller, te invito para que veas las clases.  A las 7pm.

le dijo ella, entregándole su tarjeta. 

-Allí estaré.  Te acompaño, de paso que veo donde queda

-¡Gracias, qué galante!

Cerró bien la tienda con llave y doble candado. Eran ya las 12:30 y el sol estaba fuertísimo.

-¿No te quemas los pies?

-No.  Bueno, un poco.  El piso está muy caliente, pero aguanto

-¿No te duele?

-No tanto, ya estoy acostumbrada.  ¿Ves?

Y le mostró la planta de su pie derecho. Bajo el polvo se notaba enrojecida.  Pero ella sonreía. Y él sabía lo fuertes que eran esos pies.  Y además eran bonitos.  De tamaño mediano, esbeltos.  De arcos pronunciados y dedos algo larguitos, y un poco separados.  Los pies de Adriana eran ligeramente anchos en la parte de adelante, de tanto andar sin zapatos.  Sus dedos eran derechitos, parejos.  Tenía bonitos pies, era difícil creer que unos pies tan bonitos pudiesen aguantar tanto.

-Aquí es  le dijo ella, deteniéndose frente a una puerta azul, sobre la que había un alegre letrero que decía "Academia de Marinera de Adriana"

-¿Te gusta?

-¿Qué cosa?

-¡Mi letrero!  Lo pinté yo misma

-Sí, está bonito, es alegre.  Me gusta

Ella sonrió.  Tenía los dientes parejitos.  Bonitos ojos almendrados y labios carnosos.  Era bonita...muy bonita, más de lo que había notado los primeros días que ella llegó buscando sus empanadas....

-¿No te dije que son fuertes?

-¿Qué cosa?

-¡Mis pies! ¿No te has fijado?  ¡Llevo cinco minutos aquí y tú ni cuenta!

-¡Dios, sal de allí!

-No quiero, le dijo ella sonriendo

Y lo miró directo a los ojos, como desafiándolo.  No se había dado cuenta hasta que ella se lo hizo notar.  Estaba parada, desde hacía más de cinco minutos, sobre una tapa de alcantarilla de metal, a pleno sol, que había estado calentándose toda la mañana

-¿No te arde, no te duele?

-¿Qué crees, que soy de fierro? ¡Claro que sí!

-¿Y qué haces allí?

-Es rico...dijo en voz bajita, y calló nuevamente

-¿Cómo?

-La mente sobre la materia... le respondió... Concentración pura

-Sal de allí...¿por favor?

-Bueno, si me lo pides de ese modo, ¡OK!

Y diciendo eso salió del metal ardiente, como si nada, sonriéndole y mirándole fijamente a los ojos

-Si te vieses la cara ¡ja ja ja!  Le dijo riéndose

-¡Estás loca!

-¡Te lo dije!  Loca por la marinera

Abrió la puerta de su taller-casa y le dijo

-El lunes a las 7

-Aquí estaré

****

Llegó puntual.  La puerta estaba abierta y había bastante gente mirando el ensayo.  Habían jóvenes de ambos sexos, desde los 16 hasta los 20 años.  Ella guiaba a los alumnos, los corregía, les enseñaba una y otra vez, con paciencia, sin gritar, demostrando, explicando... tenía sangre de maestra, se le notaba, disfrutaba enseñar, compartir lo que sabía.  Luego se le acercó uno de los alumnos mayores, algo más alto que ella y casi de su edad.  Todos hicieron un círculo y la pareja empezó a bailar, entre las palmas de los asistentes. Roberto también aplaudía, contagiado del espíritu de la clase.  ¡Bailaba genial!  Se movía con gracia y delicadeza, coqueteaba con idas y venidas.  En cada vuelta ella lo miraba y él le devolvía la mirada y una sonrisa también.  Lucía preciosa con la blusa, los aretes y el anaco (ya había aprendido que la "falda marrón" se llamaba "anaco" y que era una prenda ancestral que venía desde los Moche).  Por ratos le miraba los pies, que se movían gráciles en el suelo.  Sus plantas estaban negrísimas, lo que destacaba aún más sus arcos pronunciados.  El baile había terminado y la gente se despidió alegremente

-¡Viniste, gracias!

-Claro, me invitaste y no podía perdérmelo.  ¿Te invito una cena?

-¿Trajiste tus empanadas?

-¡No, claro que no!  A comer fuera, lo que prefieras:  chifa, pollo, pizza o lo que gustes

-¡Gracias!  Me ducho y vuelvo, ¿me esperas aquí?

-Claro

Sólo tardó quince minutos.  ¡Estaba radiante!  Lucía fresca y olía a jazmines.  Llevaba un bonito vestido floreado.  Se había maquillado ligeramente y los ojos se le veían aún más grandes y bonitos.  Seguía descalza, pero había algo distinto.  Había adornado sus tobillos con una especie de tobilleras de cuero trenzado, delgadas, y llevaba un anillo en el segundo dedo de cada pie.  Le quedaba precioso, sus pies se veían aún más bonitos así.

-¿Y tus zapatos?

-Ya te dije que no tengo ¡vivo descalza, no uso zapatos, no me gustan los zapatos!  le dijo, haciéndole un mohín que la hizo ver aún más encantadora.

Salieron, y cuando ella terminaba de cerrar la puerta con llave, él le robó un beso.

Ella se quedó de una pieza.  Sus ojazos se abrieron aún más.  El se quedó petrificado, mirándola.  Estaba pálido.  Esperaba la cachetada de rigor. 

En lugar de eso recibió un beso, aún más intenso que el que le había robado.  Se abrazaron tiernamente, besándose una y otra vez

Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero... se decían mutuamente.

La marinera norteña había empezado nuevamente otra historia de amor...

FIN

20161119