Pies de Triunfadora

PIES DE TRIUNFADORA

(Inspirada en una historia real)

El público aplaudió largamente mientras ella y su pareja sonreían.

¡Campeones!  Todo el esfuerzo y el sacrificio habían valido la pena.

En medio de los aplausos recordó los largos ensayos en el patio de cascajo. Cómo el sol del medio día abrasaba las plantas de sus pies y cómo las piedrecitas afiladas se empeñaban en arañárselas.  Pero ella era fuerte, valiente... el dolor no podría con ella, al contrario, la inspiraba a seguir adelante y a fortalecer sus pies más y más.

Recordó también las salidas a la calle. "Pobrecita, ¿no te duelen los pies?" le decían sus amigos, al verle las plantas maltratadas.  "No, ya estoy acostumbrada" respondía ella.  Sus amigos miraban curiosos sus plantas ennegrecidas por el polvo de la calle. Sólo sus arcos pronunciados se mantenían blancos, limpios, suaves.  "¿Puedo?" le había dicho una vez su mejor amigo.  "Si quieres".  El había estirado la mano para sentir la textura de sus plantas, de sus pies de bailarina.  Las había sentido ásperas, muy duras. "Tus pies son bonitos" le había dicho.  Y sí, lo eran.  Largos y delgados, pies esbeltos, finamente formados, de plantas durísimas.

Eran como flashbacks los que le venían a la mente, como volver a vivir esos momentos. Recordó a su profesora, la que le había enseñado su secreto para acostumbrarse a las pistas calientes... "Duele al principio, pero luego te acostumbras. Mira" le había dicho mientras se preparaban para el concurso.  Era una mujer joven, de unos 25 años más o menos, muy guapa, y con pies muy bonitos.  Como en un sueño vio cómo se acercaba la boquilla de la secadora a las plantas de los pies y la movía lentamente.  El aire caliente empezó a enrojecerle las plantas, pero ella continuó, ajustando los dientes.  Luego de un rato repitió la operación en el otro pie. "¿Ves? No es tan difícil"  Ella la imitó.  Sintió el aire caliente abrasar sus plantas endurecidas. ¡Cómo dolía!  Pero tenía que ser valiente.  Sin decir palabra, en silencio, aguantó.  Luego de unos segundos ya se había acostumbrado a la sensación, y pasó al otro pie.  No era cuestión sólo de fortalecer la piel de los pies, sino sobre todo de templar la voluntad, de hacerse fuerte para soportarlo todo, cualquier cosa, lo que fuera... La gente, el público no tenía idea de lo que pasaba tras bambalinas, de cómo estas muchachas se preparaban para bailar y darlo todo en la pista. 

Otro recuerdo..."Debes hacerlo Lily, esto me dolerá más a mí que a tí" le había dicho él.  Ella asintió.  Se sentó en un murito bajo y estiró los pies. "Empieza" le había dicho.  El empezó a azotarle las plantas de los pies con una correa delgada. Rítmicamente, cada vez con más fuerza.  "Tienes que acostumbrarte, soportarlo, ¿podrás?" "¡Sí puedo!" le había respondido ella.  Durante 5 minutos los latigazos se habían sucedido uno tras otro, más de 40 en total.  Las otras muchachas los miraban, veían como ella soportaba en silencio, sin quejarse, como siempre. Y había valido la pena, el piso era de cemento irregular, áspero, y este entrenamiento la había ayudado a soportarlo y a bailar como nunca.

Y finalmente había llegado el día.  Estaba lista, se había preparado para esto desde hacía mucho tiempo.  Podría soportarlo todo, sus pies eran fuertes, sus plantas parecían cuero vivo, lo cual realzaba aún más la natural belleza de sus pies.

¿Todo? ¿Cualquier cosa?

No estaba preparada para esto.  Era la final-final.  Sonriendo se acercaron a la pista. Bajo el sol vio refulgir el piso de cemento, áspero como lija y caliente como plancha. ¡Brillaba!  ¿Sus ojos la engañaban?  Cientos de pequeños objetos brillantes le daban la bienvenida.  "Accidentalmente", misteriosamente, el lugar donde le tocaría bailar estaba cubierto de cientos de trocitos de vidrio roto, pedazos de botellas y hasta de espejo.

Ella y su pareja se miraron a los ojos.  Por un momento dudaron.

"Vámonos" le había dicho él

"¿Estás loco? ¡Bailemos!" le había respondido ella.  El joven no creía lo que veía.  Su mejor amiga, su pareja de siempre, empezó a caminar sobre los vidrios rotos con los pies desnudos.

"¿Estás loca? ¡Te vas a destrozar los pies!" le susurró al oído, mientras se colocaban en el centro de la pista y justo antes de que empezara la música.

"Sí, estoy loca, loca por la marinera.  ¡Y que se destrocen!"

La música empezó.  Era el baile supremo, su máximo esfuerzo.  Los jurados no se habían percatado del estado de la pista, del sacrificio que hacía esta muchacha que bailaba tan bellamente, con tanta gracia.  Sólo el público, las personas que estaban más cerca lo habían notado.  "¡Está lleno de vidrios!" habían dicho, pero entre el ruido, la música y los aplausos pocos los escucharon.

Sus pies descalzos desafiaban el piso implacable que se esforzaba en torturarlos, en atormentarlos.  A cada paso sentía los vidrios destrozarse bajo sus bonitos pies, delicados sólo en apariencia. Dolía mucho, horriblemente.  Sentía las astillas clavársele en la piel, enterrarse más y más, puntiagudas, afiladas. Tenía miedo...recordó una frase de Coelho que había leído hacía poco, "Cuántas cosas perdemos por miedo a perder"  Ella no perdería, lo daría el todo por el todo, como siempre.  Entregaba sus pies, sus plantas en sacrificio por su marinera, voluntariamente.  Sabía que eran duras, que eran como cuero vivo... eso la reconfortó.  Soportaría hasta el final, sabía que sus pies, sus fieles pies no la traicionarían.

La música cesó mientras la pareja se unía en el último paso.  El jurado deliberó.  Los pies le palpitaban, le dolían horriblemente, pero eso la hacía sentirse viva. Siempre había sido así.  Siempre le había gustado ponerle retos a sus pies, desafíos cada vez más duros. Caminaba despacito en la calle al medio día, descalza, para enseñarse a soportar el calor ardiente, para entrenar sus plantas.  Salía a correr todas las mañanas, a pie desnudo, en el pavimento áspero como lija.  Se había forzado a bailar en el patio, sobre piedras de construcción. Cada vez, sus pies necesitaban retos mayores, desafíos cada vez más duros que ella no dudaba en darles.  Y ahora esto, el reto máximo. Había bailado descalza sobre vidrios rotos.  El sufrimiento había sido terrible, pero lo había logrado, y se sentía orgullosa de sí misma.

En eso lo oyó.  Escuchó su número, sus nombres. ¡Habían ganado!

Miró al cielo y dio gracias. Lentamente, como una reina, se acercó al podio e hizo una venia.  Subieron a la posición del Primer Lugar.  El público ovacionó largamente, de pie. Las demás parejas les sonreían, reconociendo su esfuerzo y el primer lugar bien ganado.

Al entregarle la medalla, uno de los jurados le preguntó, ingenuamente

"¿No te duele?"

"Muchísimo, estoy que me aguanto las lágrimas. Pero lo volvería a hacer. Por la marinera"

Todo había terminado. Lo había logrado.

Al bajar del podio lo vio. Con orgullo, sonrió: las huellas de sus pies se apreciaban nítidamente marcadas, estampadas en sangre en el podio. Sus arcos pronunciados, sus pies delgados, sus dedos largos. varios periodistas se acercaron para tomar primeros planos de esas huellas impresas en rojo carmesí. 

"¿Cómo pudiste aguantar eso, los vidrios?" le preguntó una periodista joven como ella

"Duele. Mucho. Pero soporto todo, cualquier cosa por mi marinera. La amo demasiado"  Y agregó

"Necesito fortalecer aún más mis pies.  Desde ahora viviré descalza, no volveré a usar zapatos"

Y diciendo esto se alejó. Ya en los camerines, con temor, revisó sus plantas.  Estaban lastimadas, pequeños cortes aqui y allá. Varias astillas se le habían clavado.  Dolía. Pero no era serio. Era increíble cómo sus plantas habían resistido tremenda tortura.  No, no volvería a usar zapatos. No los necesitaba. Era una bailarina de marinera norteña.

Setiembre 2012

A Lily, toda una campeona, en reconocimiento a su pasión por la marinera norteña y a su valor, verdadera inspiración para muchas bailarinas.