El gran reto

EL GRAN RETO

El momento había llegado, estaba lista.  Sonrió nerviosa, mientras bromeaba con sus amigos. La música era alegre y la motivaba.  Como en un flash recordó cómo había empezado todo, hacía un par de años atrás... la danza, en especial la Marinera Norteña, era su pasión.  No sólo amaba la música, los pasos, la coreografía, el ambiente...también era emocionante.  El coqueteo, las idas y venidas, el desafío... el suelo con piedras, las pistas calientes que se empeñaban en quemarle los pies desnudos al bailar hacían de la experiencia algo distinto, un reto a superar... no era fácil: quemarse las plantas de los pies, bailar sobre cascajo, era duro...pero eso era lo que lo hacía emocionante, lo que la hacía sentirse especial, valiente, libre... era lo que le daba sazón, el puntito de ají que necesitaba para sentirse aún más viva, para superarse a sí misma.

Le gustaba ver hasta dónde podía llegar, qué más podían aguantar sus pies al bailar.  Gradualmente sus plantas se iban endureciendo, haciéndose más fuertes, más ásperas y resistentes, al igual que su espíritu se iba templando.  Había recorrido un largo camino en poco tiempo, desde que subió descalza a ese montículo de cemento y piedras, áspero y rugoso, para hacerse una foto de marinera especial, en la que, sonriendo, demostraba también lo que sus pies podían aguantar.  Sus amigos la habían apoyado siempre, en cada nuevo paso que daba.  Se sorprendieron cuando les dijo que iba a caminar sobre vidrios rotos, pero la ayudaron ellos mismos a romper las botellas...creían en ella.  Fue como una pequeña celebración, una bonita reunión de amigos en el campo en la que ella, sonriente, algo nerviosa por ser su primera vez, pero decidida, posó su pie desnudo sobre las botellas rotas.  ¡Lo había logrado!  Este primer desafío le aumentó la confianza en sí misma y en sus pies, en la fortaleza y resistencia de sus plantas. No era fácil, dolía, pero no se lastimaba. Era algo mágico verla allí, de pie, moviéndose sobre los vidrios rotos que se rompían en pedazos más pequeños y afilados bajo sus pies descalzos mientras ella los destrozaba golpeándolos con los talones.

Había superado el reto, se había demostrado a sí misma de lo que era capaz.  Esto no calmó sus ansias, al contrario, la hizo desear más.  Quería probar el calor, así que hizo que sus amigos, uno tras otro, le apagaran cigarrillos encendidos en las plantas de sus pies, como si de simples ceniceros se tratase...y esto mientras estaba parada en un solo pie sobre los vidrios rotos... risas, jolgorio en general, admiración... y nuevamente el apoyo incondicional de sus amigos habían hecho que venciera este desafío también. 

Sus pies se iban haciendo cada vez más fuertes, y ella aprendía también a dominar sus temores, a vencerlos, a domesticar el dolor... ahora era capaz de bailar marinera norteña en suelos cada vez más difíciles, más retadores... y de afrontar desafíos más duros también.  Era como un círculo virtuoso, los retos le daban más confianza y valor para bailar, y a su vez la hacían querer cosas más extremas, más duras.  Fue así como decidió probar el bastinado, la falaka...recibir azotes en las plantas de sus pies, con distintos instrumentos.  A lo largo del tiempo sus plantas le habían demostrado que podían soportar de todo...desde una correa gruesa hasta un chicote de cuero trenzado de tres puntas, desde un cable USB hasta una rama, desde una varilla de plástico flexible hasta una manguera.  Los azotes en sus plantas eran duros y hacían ruido fuerte, sus amigos, riendo, la "torturaban" así, sorprendiéndose de que ella pidiera cada vez más, admirados de la resistencia de sus pies y de su valor, de verla sonreir, hablar, conversar y reir de lo más tranquila mientras las plantas de sus pies soportaban un dolor tan intenso que hubiese hecho llorar a cualquier otra chica.

Paralelamente se había convertido en "barefooter", se había acostumbrado a disfrutar de la libertad de caminar descalza en la calle, en caminos rurales, muchas veces agrestes y pedregosos.  Ir descalza era como seguir bailando marinera, la hacía feliz.  Había caminado sin zapatos en las calles de su Ayacucho natal, en el centro de Lima, en las ruinas del Cusco milenario, incluso sobre la nieve durante un viaje en el que el bus se detuvo a medio camino y le dio la oportunidad perfecta para probar el frío intenso.  También había caminado descalza por las tierras de sus antepasados, en el complejo Huari, y viajado aún más atrás en el tiempo, al subir sin zapatos la cuesta empinada del Cerro Piquimachay...era un camino lleno de piedras filosas y puntiagudas, de espinas, el día era caluroso y el suelo quemaba tremendamente...pero lo había logrado.  Le ardían las plantas de los pies, pero eran fuertes y no se ampollaban...y eso la motivaba para seguir subiendo, para vencerse a sí misma.   Recién al llegar y entrar a las cuevas pudo sentir algo de alivio en sus plantas indefensas al probar el suelo fresco de adentro de la cueva, a la sombra.  La exploró un rato, caminando sobre las piedras, sobre las rocas, como otras jóvenes como ella lo habían hecho diez mil años atrás.  Y luego emprendió el retorno, la bajada, nuevamente sobre el suelo ardiente y pedregoso...era difícil, dolía, pero lo disfrutaba, era un reto, sonreía, le gustaba, la motivaba a superarse.

Y ahora estaba lista para un nuevo desafío, para hacer historia... sería la primera chica peruana en hacerlo, eso era seguro. Y tenía que ser una bailarina de marinera norteña la primera, ninguna otra tendría el coraje para enfrentarse a esto.  Levantó su bonita falda azul y posó su pie sobre la cama de clavos, que la esperaban amenazadores, que la provocaban y la desafiaban.  Hacía pocos días le había encargado a uno de sus buenos amigos que se la preparara, y él había hecho un buen trabajo.  La cama de clavos era firme, resistente, hecha de una tabla pesada y reforzada con cemento, para que los clavos se mantuviesen erguidos, sin moverse.  Las afiladas puntas la llamaban.  Yuditza posó el pie desnudo y, apoyándose en el hombro de su amigo, subió del todo a la cama de clavos.  El dolor era intenso...sentía las puntas de los clavos que intentaban enterrarse en la piel de las plantas de sus pies, en su carne... pero sus plantas eran fuertes, sabía que aguantarían...¡Dolía!  Y eso la hacía reír, sonreír, relajarse, sentirse bien, motivada, feliz...

Estuvo un buen rato así, sobre la cama de clavos, mientras le tomaban fotos y grababan en video el histórico momento.  Sentía el dolor que le atravesaba la espalda y que era intenso y agradable a la vez, tremendamente placentero.  Disfrutaba el momento, un reto más superado.  Se acababa de convertir en la primera bailarina de marinera norteña en pararse descalza sobre una cama de clavos, en la primera peruana en la historia en hacerlo.

Era su momento.

FIN

20170524