El encanto de sus pies

EL ENCANTO DE SUS PIES

Tras largos ensayos, ella cayó, retorciéndose de dolor.

-¡Mi pie, me duele!

Sentadita en el suelo, sobaba su pie descalzo, indefenso como un pajarito herido.

-¿Qué tienes!

-Un hincón.  Desde ese día en que me doblé el pie he estado así, pero no es frecuente.

-A ver, déjame ver...¡Son bonitos tus pies!

Ella sonrió, sonrojándose.  Su rostro se vió aún más dulce así.  Lucía entre tímida y coqueta mientras él masajeaba sus pies desnudos, sintiendo los músculos relajarse bajo sus manos, sintiendo la superficie áspera y dura de sus plantas, de sus pies de bailarina.

Ella se dejó hacer. Le gustaba tener sus pies entre las manos de él.  Hacía tiempo que él le gustaba, la atraía, pero no le había dicho nada.  Y ahora él tenía sus pies entre sus manos.  La tenía atrapada, indefensa.  Era gracioso, un hincón, un calambre había hecho que lo tuviese ahora a sus pies.  Y sin que ella lo notara, él también la había estado observando hace tiempo, mirando la gracia con la que ella bailaba, admirado por la destreza y la belleza de sus pies descalzos con los que le coqueteaba sin cesar. 

Y ahora tenía esos pies, objeto de su pasión y admiración, entre sus manos.

Pequeños y aparentemente delicados, pero firmes, fuertes y tibios. El polvo adherido a sus plantas no hacía sino realzar las curvas de sus pies.  Recordó un momento aquélla vez en que la vio caminar descalza por la calle. Acababa de terminar una presentación y se iba presurosa, sin preocuparse en ponerse los zapatos, a bailar nuevamente a otro lado. No le interesaba que el sol del medio día calentara el pavimento como si fuese una plancha, ni que el cemento era áspero y lleno de piedrecitas, sólo le interesaba llegar y empezar a bailar nuevamente, sentir la música y ponerse a volar otra vez.

La ayudó a incorporarse sin dejar de mirarla fijamente a los ojos. Y en eso, al levantarla, le dio un beso.  Ella cerró los ojos y lo besó también.

La marinera y sus pies descalzos habían hecho su magia otra vez.