En la universidad

EN LA UNIVERSIDAD

Laura amaba la marinera norteña.

Era más que eso. La marinera era su vida, era su pasión, era su razón de ser, y haría cualquier cosa por ella.  Lo que fuera.

Hora y horas de ensayos.  Una y otra vez.  Seguir las instrucciones del profesor:  "Levanta la cabeza", "párate derecha", "¡esa postura!"  "¡Sonríe!"  A veces la molestaban tantas órdenes, tantas instrucciones, pero sabía que era por su bien, sabía que era para mejorar.  Entonces respiraba hondo, tomaba nuevas fuerzas ¡y a seguir!

Laura sabía que era importante tener pies fuertes para bailar marinera.  Miró sus pies y sonrió.  Sus plantas eran duras, ásperas, callosas.  Gruesas pero flexibles. Le gustaban. Sus pies eran bonitos:  largos, de arcos pronunciados.  Todo había empezado hace un año ¡Qué rápido! Ya llevaba tiempo corriendo, pero con zapatillas.  Desde hacía un año había empezado a hacerlo descalza.  Al principio fue algo duro, más que por sentir el pavimento áspero bajo sus pies desnudos, por las miradas.  Pero aprendió a ignorarlas, y al final la gente ya ni se fijaba en sus pies.  Correr sin zapatos había fortalecido aún más la piel de sus plantas, pero no sólo eso, había tonificado los músculos de sus pies.  Su paso al caminar y al bailar era más natural, se sentía bien. Y había sido el comienzo de todo, de su nueva vida

Fue entonces cuando lo había decidido: iría a sus clases de marinera descalza.  Al principio sus amigas y el profesor se sorprendieron al verla llegar sin zapatos.  "¿Y los zapatos?" le habían preguntado.  Laura respondió "En casa".  Al final los convenció y la dejaron llegar así.  Era lo mejor dejar los zapatos en casa y caminar de ida y vuelta las 20 cuadras que la separaban de la academia, así no tenía la tentación de ponérselos.  Una cosa llevó a otra, y finalmente, de manera natural, casi sin darse cuenta, había empezado a ir a más y más lugares sin zapatos. Las salidas con las amigas, ir a comer hamburguesas y pizzas.  De compras en el centro comercial.  Cada vez iba a más lugares, caminaba más tiempo y más lejos sin zapatos.  Le gustaba hacerlo, se sentía libre, feliz, completa.  Cada paso que daba era como seguir bailando marinera.

Sonrió.  Había recorrido un largo trecho, y lo había logrado.  Miró a su alrededor, los jóvenes que iban y venían, los profesores apresurados con pesados maletines.  Llevaba ya dos ciclos yendo descalza también a la universidad.  No había ningún reglamento que la obligara a usar zapatos. El ambiente académico era liberal, novedoso, de mente abierta.  "Aquí formamos líderes" decía el lema de la universidad, y si bien al inicio tanto profesores, autoridades y alumnos se habían mostrado intrigados, curiosos y hasta recelosos de la alumna que iba siempre descalza, al final la dejaron ser.  Después de todo ser diferente era una forma de liderazgo, atreverse a hacer lo que otros no hacían.  Y tener seguidores también era ser líder.  Algunas chicas la imitaban de vez en cuando, se quitaban los zapatos en los días de más calor e iban a la cafetería, a la biblioteca o por los pasillos descalzas.  Ver a Laura las inspiraba, las motivaba.  Pero ninguna aún se había atrevido a llegar e irse descalza, a estar sin zapatos todo el día, a entrar a las clases, exponer y hacer los trabajos descalza, a vivir descalza.  Pero era un principio, ella les había abierto el camino.  "¡Pobrecitos tus pies" "¿No tienes frío?"  ¿"No quemas en la pista caliente con este calor?" "¡Qué duras son tus plantas" "¿No te enfermas?" "¿De verdad vives descalza?" "¿Nunca te pones zapatos?" pero también comentarios que más le gustaban como "Qué lindos pies tienes"  "Qué bonita se te ve sin zapatos" "Me gustan tus pies" "Señorita, usted sí que tiene valor" "¡Te admiro" "Quisiera ser como tú"...y que le daban ánimos. Fuese como fuese, dijeran lo que dijeran, ella sabía que estaba en lo correcto. Hacía dos ciclos, casi ocho meses, había decidido dejar de usar calzado.  No llevaba ya nada en los pies, nunca, hiciera frío o calor, sol intenso, pistas ardientes o lluvia, Laura iba siempre descalza, a todas partes. 

Se graduaría en dos ciclos más.  Un año y terminaría su carrera. ¿Seguiría viviendo sin zapatos? ¿Podría conseguir trabajo descalza?  Ya vería en su momento, lo decidiría cuando tuviese que hacerlo.  Pero algo era seguro: lo iba a intentar. Mientras tanto seguía viviendo el momento, el día a día, descalza, siempre descalza.  La marinera norteña que tanto amaba la había llevado a este nuevo mundo, a este nuevo estilo de vida, le había dado el valor necesario para alcanzar esta libertad.  "Libera tus pies y tu mente los seguirá" decía el lema de la Sociedad para la Vida Descalza.  ¡Cuánta verdad había en ello!  Desde que vivía sin zapatos, Laura se había liberado de prejuicios y paradigmas, se había ganado el respeto de amigos, familiares y extraños, y les había mostrado también un mundo nuevo, ideas nuevas... Vivir descalza la hacía feliz.