Erika

ERIKA

Erika entró al local.  El sol estaba en pleno, el calor era terrible. Estaba nerviosa, asustada.  Sentía mariposas en el estómago, un vacío.  Recordó cuando,

años atrás, era ella la que competía. La música de las bandas la envolvió, la algarabía general. No aguantó más: se quitó los zapatos y sonrió.  Así estaba mejor, se sentía más cómoda, más a gusto, más natural.  Como una niña. Con los zapatos en la mano y sus pies desnudos acariciando el suelo de cemento áspero e hirviente, que lastimaba sus pies.  No le importó, el calor intenso la hizo sentirse viva.  Buscó un rato un buen sitio y se sentó. Dejó sus zapatos a un costado y su mirada se distrajo mirando a la gente, los músicos, las pancartas.

En eso escuchó la música.  El corazón le saltó y sus pies no pudieron dejar de moverse.  La vio.  Linda, sonriente, con su vestido blanco, al lado de su nerviosa pareja.  El pobre chiquillo estaba como asustado, en cambio ella lucía segura de sí, feliz.  Le recordó a sí misma cuando bailaba de pequeña y sonrió.  Era su semilla.  Era como volver a vivir otra vez, a través de ella, como volver a bailar otra vez.  No pudo evitarlo, una lágrima le rodó por la mejilla y mojó sus labios que sonreían.  Orgullo.  Felicidad. Sentimientos entremezclados.

Comenzó el baile. La competencia.  La conquista.  No tenía ojos más que para ella, su chiquilla.  Era buena. Bailaba divinamente.  Iba y venía, haciendo requiebros, coqueteando sutilmente con los ojos y el pañuelo, sonriendo.  Disfrutaba, vivía la Marinera...como ella.  El muchacho hacía lo mejor que podía pero no lograba igualar su destreza.  Amor de madre, sí...pero también ojos expertos y exigentes, que sabían apreciar y diferenciar un buen baile, un buen movimiento de uno no tan bueno.

Terminó.  La gente estalló en aplausos y vítores. Pudo ver de reojo como una de las jurados, la más importante, sonreía y hacía un gesto.  Pasaron unos segundos.

Erika se tomó la cara con las manos y agachó la mirada, expectante, nerviosa.  Sus ojos se posaron en sus pies descalzos.  Eran bonitos:  largos, delicados, elegantes, de dedos esbeltos.  Pies estilizados, femeninos...pero fuertes y resistentes a la vez. ¡Todo lo que estos pies habían pasado!  Verlos la entretuvo, la distrajo un rato, alivió la tensión mientras, como un flashback, sus propios concursos, sus propios bailes fluían en su mente.

El veredicto.  Música.  El anuncio.  ¡¡¡Ganó, ganó, ganó!!!  Lo había logrado.

Sin pensarlo, bajó corriendo de las graderías para buscar a su pequeña.

¡¡¡Ganaste!!! ¡¡¡Ganaste!  Se fundieron en un abrazo, llorando y riendo de alegría.

FIN

Erika Champac -

erika_lima1@hotmail.com

20100423