El Beso

EL BESO

Las últimas notas resonaron, y el baile terminó.

Estaba exhausta. Había bailado en tres restaurantes distintos y todavía no había almorzado.  El último fue el más difícil... el piso de cascajo no sólo era áspero como lija, sino que se había calentado tremendamente bajo el sol norteño.  Ya estaba acostumbrada.  Sus pies eran delicados sólo en apariencia. Largos y delgados, esbeltos, de arcos pronunciados y deditos largos.  Pies elegantes, femeninos, hermosos.  Sus plantas, de tanto bailar descalza en toda clase de superficie, se habían fortalecido.  Duras, algo gruesas, ligeramente ásperas.  Pero no sólo la piel, los músculos de sus pies, de tanto ejercitarse, de tanto bailar, se habían tonificado. Todo no hacía sino resaltar la belleza de sus pies, que hacía juego con la gracia que toda ella irradiaba.  Era una muchacha joven y bonita...muy bonita.  Su rostro ovalado enmarcaba unos grandes ojos oscuros de mirada dulce y transparente, sus labios dejaban ver dientes blancos y perfectos cuando sonreía, con aquélla sonrisa sincera de muchacha buena.  Su cintura esbelta, sus piernas torneadas de bailarina...toda ella irradiaba una belleza sencilla, natural, que el sencillo anaco no hacía sino resaltar.

Se dirigió a los vestidores y se quitó el anaco, doblando la falda y la blusa con cuidado, para luego guardarla en el maletín.  Mañana bailaría otra vez.  Salió del camerín vistiendo shorts de jean y una camiseta blanca de algodón.  Seguía descalza... sus pies cansados no aguantaban las zapatillas, que no hacían sino apretarlos y calentarlos más.  Caminó un par de cuadras sobre el piso de tierra y sobre la pista áspera y todavía caliente.  No le importó, ya estaba acostumbrada a eso y a mucho más.  Se sentó en la banca del paradero a esperar la combi.  Era gracioso ver a esta bonita joven esperando en el paradero, sentadita y sin zapatos, llevando sobre el regazo un maletín deportivo.  En eso llegó él y se sentó a su lado.

Se conocían hacía buen tiempo ya. Estudiaban juntos en la Universidad, y hacían buena pareja.  El bailaba de manera elegante, sin hacer acrobacias ni malabares como otros bailarines engreídos que sólo buscaban lucirse ante el público haciendo piruetas y olvidándose de la muchacha que bailaba a su lado, olvidándose de que la Marinera Norteña es un baile de cortejo, de conquista, y no de lucimiento personal del bailarín.  Ella por su parte no había pisado una academia en su vida.  Había aprendido a bailar sola, mirando.  Había desarrollado su propio estilo, sincero, genuino, auténtico, natural.  Sin aquéllas poses exageradas, miradas ensayadas o batidas de falda que algunas mal llamadas academias enseñaban.

Por fin llegó la combi que los llevaría a Trujillo.  Subieron, y ella se sentó del lado de la ventana, con las piernas estiradas y los piecitos cruzados bajo el asiento de adelante.  Conversaron de sus cursos de la Universidad, de los trabajos que tenían que presentar la próxima semana, de los profesores y de la fiesta de tal o cual amiga.  A ratos reían.  Se llevaban bien en la pista de baile y fuera de ella, eran buenos amigos en las aulas y fuera de ellas también.

Finalmente llegaron a Trujillo. Bajaron de la combi y empezaron a caminar.  El llevaba ahora el maletín de ella, para aliviarla del peso.  Siguieron conversando mientras recorrían las diez cuadras que separaban el paradero de la casa de ella.  Algunas personas volteaban a mirar a la linda muchacha que caminaba descalza por la calle.  El polvo que se adhería a sus plantas no hacía sino resaltar la forma de sus pies, sus huellas delicadas, sus arcos pronunciados. 

Llegaron a la casa y ella abrió la puerta falsa, para entrar por el patio. El dejó el maletín en el piso mientras ella se sentaba en la silla al lado del caño del patio, en donde una batea con agua ya la esperaba.

-Estoy cansadísima

-Deja, yo te ayudo

Ella se sentó y remojó los pies en el agua.

-¡Qué rico se siente!

-Me imagino, pobrecitos tus pies

-Naahhh.  Ya están acostumbrados, ¡Mira!

Y diciendo esto y sonriendo levantó el pie para enseñarle la planta, que a pesar de estar mojada lucía fuerte y resistente.

El sonrió y empezó a jabonarle los pies.  Ella apoyó la espalda en el respaldar de la silla y tiró la cabeza un poco para atrás.  Se sentía bien, como masajes.

-Las plantas de tus pies parecen de cuero

-Sí, ya no necesito zapatos, mejor dejaré de usarlos y me ahorraré el dinero para comprarme un celular

Ambos rieron.  El siguió jabonándole los pies a la par que les daba masaje, notando el alivio que ella sentía

-Gracias, se siente bien

-De nada

Era la primera vez que él le lavaba los pies.  Pero todo había ocurrido de manera natural, las cosas se habían dado simplemente y ahora estaban allí, en el patio de su casa, con él a sus pies.

Cerró los ojos, mientras él terminaba de enjuagárselos y se los secaba con una toalla. Y en eso ocurrió.  sintió un estremecimiento, como un cosquilleo agradable que recorría sus piernas y toda su espalda, hasta llegar al cuello y los hombros.  Nunca había sentido nada igual.  Sin abrir los ojos, dejó que la sensación la invadiera.

Con delicadeza, con reverencia, como si estuviese tocando objetos sagrados, él besaba las plantas de sus pies, suavemente, con besitos pequeños. Lentamente sus labios iban recorriendo toda la superficie de sus plantas, una a una, desde el talón hasta los dedos.  Y uno a uno, con delicadeza extrema, introducía los deditos de ella en su boca.

Ella se sentía como en el cielo.  Sus pies maltratados, abusados, curtidos, no habían experimentado placer igual jamás. Sentía mariposas en el estómago.  Abrió los ojos y vio las manos de el cogiendo sus pies con suavidad, como si fuesen palomitas asustadas a punto de escapar.  Vio cómo él miraba sus pies con veneración, mientras pasaba de besar sus arcos a sus empeines.  Sus miradas se cruzaron y ambos sonrieron.

-Te amo.  Desde hace tiempo.  Desde la primera vez que bailamos, desde el primer ensayo.

-Ven, bésame.  Yo también...

Con cuidado, él dejó los pies de ella.  La muchacha buena se puso de pie sobre la toalla, mientras ambos se unían en un primer beso...

La marinera norteña es un baile de cortejo, de conquista, en el que una dama, descalza, conquista al varón con sus pies... y la magia se había hecho realidad una vez más.

FIN

Para Ingrid, una chica buena, trabajadora, sincera y buena amiga.

Abril 2012