Fiorella

FIORELLA

Una historia inspirada en la vida real

Cerró los ojos un rato, mientras se relajaba.  ¡Esos masajes en los pies se sentían tan bien!  Sí que le hacían falta.  La pedicure apenas le duraba, y por ello casi no se la hacía, pero necesitaba relajarse después de los exámenes finales.  Había estudiado duro y parejo, incluso de amanecida.  Cientos de hojas para leer, notas por estudiar, trabajos grupales que entregar.  En fin, así era la vida del estudiante.  Los exámenes no le habían dejado tiempo ni para respirar, menos para ensayar.  Pero ya volvería a los ensayos con ganas la próxima semana, sin falta.

Recordó cuando bailaba en los corsos.  Cuadras y cuadras desfilando y bailando, a pleno sol.  La pista pedregosa, áspera como esmeril, se había convertido también en una sartén gigante que le freía las plantas de los pies. Sí, desfilaba y bailaba sin zapatos, con los pies desnudos, como se baila de verdad la Marinera Norteña.  El ardor, el dolor en las plantas de sus pies era intenso, pero no se quejaba.  Así, de ese modo, ella y sus compañeras de baile demostraban su pasión.  Ese era el momento de la verdad, en el que se apreciaba a las chicas a las que no les importaba abrasarse los pies por amor a la marinera, a las que de verdad, como a ella, les encantaba bailar.

Había sido duro, en especial al comienzo.  Las pistas calientes, el cascajo, los suelos de tierra y piedras puntiagudas, filosas, que se esmeraban en torturarle los pies... Pero al momento que ya empezaba a bailar, se olvidaba de todo.  Era sólo la música, el baile, el cortejo, la danza de amor y conquista que es la marinera norteña... ya no pensaba en nada más, sólo sentía el baile fluir a través de ella.  Al final ya no le importaban sus pies, sino solo bailar y dar lo mejor de sí, disfrutando cada paso al máximo.

-¡Las plantas de tus pies están llenas de callos, parecen de cuero!

Una voz la acaba de sacar de su ensueño, de sus recuerdos.  Era la habilidosa joven que le estaba haciendo la pedicure y que acababa de terminar de masajearle los pies

-¡Son tan ásperas, tan duras!  ¿Por qué?  dijo sorprendida.

-Es que bailo marinera norteña.

-¿Y no te duelen?

-Bueno, de hecho fastidia al comienzo.  Pero al final terminas bailando igual y pues, al menos yo, no lo llego a sentir tanto en el baile.  Es algo mágico en verdad, porque una se olvida.  El dolor recién viene al final, luego de haber bailado la rica marinera :)

Fiorella había terminado esta frase con una sonrisa en los labios y chispas en los ojos.

-¡Dios!  Con razón tienes tus pies así.  Eres valiente, es algo admirable.

-¡Oh!  Qué lindo que te guste y que valores esto ¡Gracias!

-La marinera norteña es muy bonita.  A mí me gusta verla, pero no sé bailar.  ¿Hace tiempo que la bailas?  dijo Paula, la pedicurista, que había empezado a masajearle los pies otra vez, ahora con una crema exfoliante.

-Sí, hace ya algunos años. 

-¿Y cómo entrenan para poner fuertes sus pies?

-¡Hacemos de todo!  Pero principalmente bailar, ensayar un montón.  Algunas bailarinas incluso salen a la calle sin zapatos por su barrio, para curtirse las plantas de los pies. Van descalzas a las tiendas, a la panadería.  Un amigo me contó también de una bailarina de marinera que había vivido dos meses sin zapatos ¿te imaginas?

-¿Dos meses?  ¿Completamente descalza?

-¡Sí!  Hasta viajó sin zapatos en el Metropolitano.  Yo todavía no me acabo de animar a salir a la calle sin zapatos, pero creo que lo intentaré pronto.

-¿Son difíciles los ensayos?

-Sí, pero cuando a una le gusta lo que hace, lo haces con más ganas. Los cepillados, machetes, caballitos... así se llaman los pasos.  Y cuando toca presentación, así el piso queme, igual bailas descalza.  Al inicio me salieron grandes ampollas, pero igual seguía, hasta que las plantas de mis pies se curtieron. 

-¿Ya no te duelen, no sientes nada?

-¡Claro que duelen!  Si la pista quema, te arden un montón, se ponen rojísimas...pero ya no se ampollan.  Y el dolor pasa, la marinera en cambio es para siempre.

-¿Y qué te comenta la gente, al ver tus pies así?

-Me preguntan por qué tengo las plantas tan curtidas, tan duras y ásperas.  Yo les digo que bailo marinera y que mis pies son así, que andan "destrozados" por eso, pero que no me importa...¿sabes?  es orgullo, por algo que me apasiona y me encanta.  Es difícil, claro, pero en verdad cuando una baila y le apasiona ya no le importa, no se siente nada al momento de bailar. 

Todo llega al final...luego de haber bailado es cuando una siente el dolor, el ardor.  Pero una al final se acostumbra, y hasta le agarras el gusto.

-¿No tienes miedo, cuando hay sol y te toca presentación al aire libre?

-Sí, me da miedo.  Ves el sol al medio día y sabes que la pista está caliente, que te va a quemar.  Antes de bailar te quitas los zapatos y pruebas para saber qué tales son las pistas... ¡son terribles!  algunas peores que otras... ásperas, llenas de piedras, cemento roto, hasta trozos de vidrios, de botellas...y a pleno sol queman muchísimo, no te imaginas cuánto.  Pero igual decido bailar.  Una toma la decisión y tienes que bailar si en verdad amas la marinera.  Sabemos que nuestros pies se van a maltratar, pero es solo un ratito y no se compara al sentir nuestra marinera.

-¡Qué difícil!

-Son retos, desafíos... los suelos calientes, las pistas rotas, con piedritas que te fastidian, te incomodan...cada suelo es un reto para nosotras, y también algo de sacrificio.

Paula se quedó pensando, mientras le secaba los pies con una toalla de felpa. Al terminar se quedó un ratito mirándo los pies de Fiorella.  Luego pasó sus manos lentamente por sus plantas, para sentir una vez más su aspereza, su fuerza.

-Qué bonitos son tus pies, y qué fuertes.  ¡Listo, terminamos!

-¡Gracias!  dijo Fiorella. Miró sus pies y se sintió orgullosa de todo lo que eran capaces de soportar por su amor, por la marinera norteña.

FIN

Para Fiorella Milagros Risco Quispe​, apasionada cultora y difusora de nuestra Marinera Norteña.

20180628