En el patio del cuartel

En el patio del cuartel

-  La Marinera no es sólo un baile.  Es un estilo de vida.  Es pasión y valor. Es valentía, disciplina y honor.

Desde hoy y durante esta semana tendrán el privilegio de ensayar con nuestra banda de música, la banda oficial del concurso.

Señoritas, ustedes han sido elegidas para acompañar a nuestros soldados y representar a nuestro Ejército y a Trujillo. Sé que lo harán con honor.

El coronel Gutiérrez se dirigió así a las 8 hermosas muchachas que lo miraban atentas.  Formadas bajo el sol, vistiendo sus anacos, escuchaban concentradas sus palabras.

Una semana en el cuartel, carreras en la playa para fortalecer las piernas, caminatas por la campiña con los soldados para fortalecer las plantas de los pies.  Ensayos y más ensayos.  Hacía una semana que no usaban calzado.  La marinera, efectivamente, no era sólo un baile. Era actitud, pasión, entrega, valor.  Y estas 8 guapas muchachas lo tenían y de sobra.

11 de la mañana.  El sol del norte caía de lleno en el patio del cuartel.  El cascajo áspero y cruel ardía.   Pero a las muchachas no pareció interesarles.  Sus pies descalzos desafiaron el ardiente suelo.  Dolía.  Ingrid recordó los consejos de su amigo, que había compartido con las otras muchachas.  Empezó a pensar en cosas agradables, en su helado favorito, en lo que sentía cuando su novio la besaba tiernamente.  Las sensaciones agradables se mezclaban con el dolor que el suelo caliente causaba en las plantas de sus pies curtidas y se hacían una sola.  La música empezó y con ella el baile.  Los jóvenes soldados se acercaron a sus parejas y la danza empezó.

Una tras otra, las marineras se sucedieron.  Con breves pausas para beber algo de agua y refrescarse, las parejas siguieron bailando hasta pasadas las 2 de la tarde.

Exhaustos, exhaustas, se retiraron a almorzar.  Luego del almuerzo y de ducharse, las muchachas se retiraron a sus habitaciónes.

-Fue duro esta vez, el sol está terrible

-Gracias a Dios y a los ejercicios, ya no hay ampollas

Empezaron a comparar las plantas de sus pies, como lo hacían desde que llegaron, orgullosas de lo que veían.   La piel se había convertido ya en una superficie pareja, gruesa y flexible.  Parecía badana, cuero.  Tenía una belleza particular.   Los finos y delicados pies de las chicas, aparentemente indefensos, eran mucho más resistentes de lo que cualquiera pudiese pensar.  Bailar marinera norteña así lo requería, y estas muchachas ardían en deseos de ganar, de presentar un buen desempeño en la coreografía y dejar en alto el nombre del cuartel y los suyos propios.

El concurso era la siguiente semana.  Enero, mes de la Marinera en Trujillo.  La semana transcurrió entre ensayos y bailes, siempre en el patio del cuartel.  Las figuras se sucedían perfectamente sincronizadas, como en una misión comando.  Disciplina, valor, belleza, gracia y honor.   Así era la Marinera.  Coqueteo, salero, sonrisas y pañuelos. 

Estaban listas.  Lo harían bien.  Los propios soldados las admiraban por su entrega y su valor, por su resistencia.  Las jóvenes no se habían rendido, habían resistido las horas de entrenamiento y ensayos, las pruebas de resistencia, cual soldados.  Se habían ganado el respeto y la admiración de todo el cuartel.

La banda empezó a tocar.  El momento había llegado.  El día del concurso, las ocho parejas deslumbraron al público y se ganaron su corazón. Una lluvia de aplausos y vivas, de confetti, era el premio a su esfuerzo.

Felices, los jóvenes y las muchachas salieron de la pista entre aplausos que no cesaban.  Lucían contentos y orgullosos, satisfechos del trabajo bien hecho, del esfuerzo demostrado y unidos por una misma pasión, la Marinera Norteña.

Con admiración y respeto para las bailarinas y bailarines que lo entregan todo en la pista

Enero de 2012