La libertad científica del historiador

Reflexiones historiográficas en Navarra.

Sobre el quién lo dice, qué ha sido y qué es el milenario Reyno de Navarra:

temas propuestos a examen durante décadas.

Cuando éramos universitarios nos ilusionaba la gran capacidad intelectual y el empuje de muchos jóvenes historiadores, considerados con fundamento como una gran promesa. Por entonces no pudimos imaginar que el tiempo iba a retirarles poco a poco de la investigación histórica. Una cosa es escribir una comunicación basada en fuentes primarias para un Congreso cada cuatro años y sucesivamente, y otra muy distinta tener todos los días entre las manos los mimbres de las fuentes del conocimiento histórico, profesión ésta silenciosa que complementa -sin duda- la docencia o a la inversa. Motivos profesionales, desilusiones y desmotivación personal han sido la causa de dicho abandono. Una pena. Es muy triste en la vida ver morir ilusiones arraigadas. No obstante, otros condiscípulos, menos brillantes que aquellos en sus estudios, han perseverado en la investigación aunque no hayan recogido otros frutos que el deber cumplido.

Ha pasado el tiempo, y ahora la escasez de vocaciones de historiador corre parejas a qué se hizo con las hermosas hornadas de estudiantes de historia y posgraduados de las décadas de los setenta y algo posteriores. Hoy, los estudios de historia y la investigación histórica están de capa caída, según la experiencia de muchos profesores universitarios y según también de quienes lo contemplan no sin estupor.

Más todavía, hoy el área de conocimiento histórico se ha devaluado: se ha rebajado su rango de ciencia para rozar el periodismo, se han trastocado sus objetivos académicos, convertido en un saber instrumental, y subordinado prácticamente al “disfrute” de los educandos. Bastaría en las aulas un barniz de “conocimiento” y mucho de “experiencia” entretenida y feliz, como si de un viaje al pasado se tratase. Hay centros educativos en los que basta tener una carrera de las llamadas “Letras” para impartir docencia en ciencia histórica. Si esto ocurre con la ciencia histórica, imagine Vd. en qué quedan los estudios de la Geografía, por otra parte tan necesarios en nuestra sociedad. Se trata, según algunos, de no quitar tiempo y esfuerzo a los saberes prácticos, y de añadir a estos la Historia -una vez desterrada la Geografía- como mera curiosidad y complemento.

Lo que más nos preocupa es cuando los estudios históricos pretenden influir en el pensamiento y las valoraciones del hombre actual, sirviendo a ideas preconcebidas como cumplimiento de los planteamientos de determinadas escuelas historiográficas del pasado y de algunas políticas del presente.

Con el pretexto “desmitificador” algunos quieren crear una realidad nueva en Navarra, viejo y milenario Reyno pirenaico. Ahora bien, convendría decir que ni todo lo que plantean como “mitos” son tales, ni se deben soslayar las realidades culturales como si nada significaran. Lo considerado como mitos pudiera mantenerse como acervo cotidiano siempre que se identifiquen como tales, sobre todo si se encuentran entreverando la realidad versus antigüedad considerada con valor propio.

Lógicamente los historiadores profesionales, salvo que estén imbuidos por la utilización de la historia como instrumento o herramienta, realizan sus estudios con una total independencia de los temas que desde tales supuestos se van poniendo de moda. Otra cuestión es que a veces los profesionales y los que utilizan el pasado coincidan en los temas por su interés académico y social.

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En relación con los temas instrumentalizados en relación con la Historia Navarra se pueden diferenciar al menos dos momentos.

Acerquémonos un poco a la historiografía reciente. En 1986 aparecieron en Navarra dos prometedoras asociaciones de historiadores que realizaron sus propios Congresos. Su primer Congreso coincidió en el lugar y casi en el tiempo, apreciándose en el ambiente una sutil rivalidad. Por un lado, el Instituto Gerónimo Ustáriz convocó el Congreso de Navarra de los siglos XVIII, XIX y XX, y, por otro, la Sociedad de Estudios Históricos de Navarra (SEHN) reunió su Congreso General que abarcaba toda la historia de Navarra.

Estas dos tendencias, nutridas de historiadores experimentados pero también jóvenes, ofrecían algunas diferencias. La primera tendencia, que abarcaba de los s. XVIII a XX, era más ideológica, tenía un fuerte compromiso práctico, y quedó vinculada a influencias de corte dialéctico social y en parte también a la ideología nacionalista. La segunda, que abarcaba toda la Historia de Navarra, fue académica e independiente de los problemas sociales del momento o de aquellos que se pretendían crear en la Navarra posterior a la transición política. Quienes quisimos participar en ambos Congresos pudimos hacerlo con toda libertad y entusiasmo. No cabe duda que en ambos ámbitos se dieron cita historiadores de valía junto a otros muchos que andábamos con ilusión nuestros primeros pasos.

El primer Instituto celebró dos Congresos, tuvo su propio boletín de numerosas páginas, de calidad y con importantes articulistas, pero desapareció pronto para dar paso a una segunda etapa, en la que varios de sus miembros ocuparon cátedras en la universidad pública de nueva creación. Al parecer, el citado Instituto albergaba varias tendencias al fin separadas, a pesar que compartir algunos presupuestos bajo el comprometido manto de una historia crítica y social. Una de ellas ha seguido una derrota más activista debido a su claro compromiso nacionalista.

Por su parte, la SEHN mantiene su funcionamiento, una actividad notable y con éxito y luce ocho Congresos en su haber más el noveno en curso. Los participantes en sus Congresos generales suelen repetir la experiencia, mantienen en el tiempo sus aportaciones, amplían las líneas de estudio, y siguen una línea académica e independiente.

El propósito “revisionista” sobre el conocimiento de la Historia de Navarra planteado por algunos escritores e incluso investigadores fue eminentemente práctico, ideológico y político, sobre todo en su versión nacionalista. Reservamos el término “revisionismo” a la revisión sistemática y que por ello tiene unas claras connotaciones ideológicas. No incluimos en el término “revisionismo” al investigador que examina e nuevo las afirmaciones de otros autores o sus propios trabajos sobre el tema que estudia, a quien carece de intereses y planteamientos diferentes a la mera investigación y conocimiento del pasado en lo que puede conocerse conforme a las fuentes, y a quien no elige necesariamente temas polémicos que puedan provocar reacciones contrarias. En realidad, los nacidos en las décadas de los cincuenta y sesenta del pasado siglo han realizado interesantes investigaciones históricas en todos los ámbitos y temas. Cuando la mayoría realizaba sus aportaciones, se planteaban el estado de la cuestión, la bibliografía anterior, las tesis y los puntos de vista -si los había- mantenidos. Fue otro sector el que ejerció un “revisionismo” de talante ideológico.

Desgraciadamente, aquellas hornadas de jóvenes investigadores a las que nos hemos referido, que hoy se acercan a una edad de jubilación profesional, no han sido seguidas por otras, de modo que hoy es el sector llamado “revisionista” -en realidad va a desembocar en “iconoclasta”- con incidencia ideológica -marxista o nacionalista- el que parece domina, ocupando la comunicación social, el ámbito literario, el periodístico y la propaganda propia de su estilo.

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Preguntémonos sobre qué temas han presentado al estudio de la Historia aquellos que, siguiendo ciertos apriorismos, entendieron sus estudios como una herramienta en la dialéctica deconstrucción versus construcción del presente, según el caso.

En su día se analizó si era posible “desmitificar” el Fuero -así se expresaban-, aunque en la práctica serán los políticos liberales de UCD y sus sucesores quienes arruinaron el Fuero público y privado mediante leyes y una concreta acción política. Recuerdo que Álvaro D’Ors y Javier Nagore afirmaban que el derecho público constitucional de 1978 vulneró el Fuero público de Navarra, para luego, desde aquel, eliminar el Fuero o derecho privado. En efecto, el derecho privado en Navarra -como en Cataluña a decir de Juan Vallet de Goytisolo- siempre fue anterior al derecho público.

En el discurso final de clausura del Ier Congreso de Historia de Gerónimo Ustáriz de 1985, el profesor Tomás y Valiente -años después será asesinado por ETA- afirmó que el Fuero era un mito, y que los mitos eran peligrosos para la sociedad. Inmediatamente fue respondido por varios juristas en “Diario de Navarra”, y por un joven historiador en la revista “Aportes. Revista de historia del siglo XIX” (nº 1, marzo 1986, p. 52-53). Es pertinente recordar que ésta última revista se mantiene con éxito hasta la actualidad, aunque en su día tuviese algunos contradictores que veían cómo algunos de sus contenidos historiográficos corregían sus puntos de vista, lo que hoy día parece repetirse de nuevo. Estas correcciones hay que analizarlas caso por caso hasta la actualidad. La endogamia universitaria en España y el control de las publicaciones por ciertas tendencias de pensamiento no lograba asimilar la existencia de una historiografía diferente e independiente de la historia económica y social comprometida.

Pero sigamos con los temas. La instrumentalización del ámbito de la historia crítica -social y económica- en Navarra, actuó sobre grandes temas como el Foral, poniendo quizás en entredicho el ser navarro entendido como un producto -así, cosificado- conservador. No en vano se tendió a identificar el Fuero -convertido en mito por los diferentes intereses de clase- con el conservadurismo.

La “desmitificación” también recayó sobre otros aspectos de la historia de Navarra como el Carlismo, los “heterodoxos” navarros, la identificación de Navarra con la tradición, la Ley Paccionada, el conservadurismo político del s. XIX y XX, la “Gamazada”, los eúskaros, los republicanos. Se ha mostrado erróneamente al Carlismo como una protesta social del campesinado en crisis, sin presencia en las ciudades y las elites sociales, y desde luego ajeno a los Fueros. Se le ha querido ver, como al Liberalismo, como un romanticismo (Luis Suárez). También se ha querido reducir la presencia carlista en Navarra, como ocurre en el reciente libro Militares y carlistas navarros (1833-1849) (2017) valorado por Alfonso Bullón de Mendoza en la revista “Aportes” nº 94 (2017).

Para algunos como Zubiaur Alegre, era bueno que el Carlismo se sustanciase en el museo carlista de Estella. Quizás esto suponga cierto desencanto previo de quien contempló un Carlismo fuerte y popular, con un príncipe a la cabeza. Por otra parte, añadamos puede demostrarse que el Carlismo tiene un fuerte anclaje en la verdad de las cosas y lógicamente exija en un tempo largo. Tiene mucho de clasicismo y de civilización que respetaba la verdad de las cosas, junto a las peculiaridades del momento histórico, y poco o nada de historicismo. Desde luego, los hechos sociales al fin dominantes tras un largo camino no tienen por qué ser definitivos de cara el futuro, por lo mismo que se reconocen cambios previos, y si la historia es lineal en el tiempo pero por eso lo es en su desarrollo concreto. Podría existir una aparente “vuelta atrás”, pues lo impredecible ahí está, la ontología y metafísica no tienen por qué ser una ilusión, los lazos de continuidad pueden ocultarse sin desaparecer. Es más, lo que no sin ingenuidad se ha experimentado como hechos definitivos no se han expresado sino con un rotundo fracaso.

Hay trabajos de lo que algunos como Del Río y Pan Montojo llaman historia conservadora, que han dado finalmente al Carlismo por desaparecido siguiendo la lógica de los hechos empíricos y quizás un pensamiento muy personal de origen filosófico como el de un historiador ya fallecido. Pues bien, si el desarrollo de unos presupuestos hizo desaparecer al Carlismo de masas, ello no significa lógicamente que tales presupuestos y los resultados debieran juzgarse como saludables.

La afirmación de algunos historiadores “conservadores” de que “todos buscamos que el pasado dé solidez a nuestra apuesta política” (“Diario de Navarra”, 3-V-2012 p. 71), se puede comprender por el afán de promover el estudio de la Historia en la propia universidad, pues nosotros nos resistimos a entender que sea así, pues haría imposible la objetividad histórica.

De la visión de una Navarra eminentemente tradicional, visión a veces exagerada -sin duda-, algunos han estudiado principalmente a los “heterodoxos”, al socialismo y más tarde al republicanismo. Los trabajos realizados con seriedad sobre esto se deberán engarzar por igual con un estudio similar, pero hoy desgraciadamente inexistente, en relación con la tradición navarra -el tradicionalismo- como herencia renovadora, con la catolicidad y con las distorsiones realizadas por del conservadurismo.

Ahora, algunos de los que impulsaron el Instituto y Congresos arriba mencionados, están realizando otras aportaciones, potencian los estudios de la Navarra del siglo XIX y XX, y desarrollan saludablemente encargos de alguna editorial privada entre otros proyectos.

El camino andado por la “desmitificación” ideológica ha sido largo. Los desenfoques y errores sobre la historia de Navarra por parte de nuevas personas en lid, de menos relieve intelectual que las anteriores, pero más politizadas y activistas, practican talleres de excavación, levantan parques de una memoria selectiva, ofrecen charlas de corta asistencia, poseen una prensa de combate, mantienen una agitada propaganda callejera vinculada al ocio y la cultura popular, realizan concentraciones de calle, y hasta presentan propuestas del Gobierno de Navarra.

Recientemente se han preferido temas como la conquista e incorporación de Navarra a Castilla tras la emblemática fecha de 1512, aprovechando diversos momentos conmemorativos.

También se ha abordado el tema de los represaliados de 1936 que desgraciadamente se encuentra muy politizado, planteándose a lo talibán la destrucción -ya directa y expresa o bien con trampas de naturaleza administrativa- del monumento de Navarra a sus muertos en la Cruzada… (mal llamado Los Caídos). Seguramente este último es el gran tema que sigue pendiente en sus diferentes fases.

A esta temática le acompañan otros problemas menores aunque más efectistas ante la opinión pública, como es “desmitificar” el escudo para así cambiarlo, eliminando de esta manera los signos de identidad del viejo Reino. Propondrán sustituir las cadenas del escudo por el carbunclo inicial, por lo mismo que elevaron el sello personal del rey Sancho VII -el águila real y sólo él- a rango de bandera grupal y hasta étnica. Súmese a ello el intento de cambiar la letra del zortzico “El Roncalés” cuyo verso canta “del jardín español de flores sin igual…”. En orden a la lengua, existe una extensión administrativa -artificial o artificiosa- realizada con sectarismo e imposiciones según sus contrarios, de la zona mixta en el uso de vascuence (euskera), el cambio o creación de toponimia y nombres que nunca existieron aquí, la toponimia impuesta durante años en el callejero de Pamplona y otras poblaciones, la alucinante propuesta en julio de 2017 de modificar el nombre de Chantrea por la grafía Txantrea. En realidad el topónimo la Chantrea es un término franco-castellano y originariamente significa el cargo Chantre de la catedral de Pamplona.

Algunos hoy quisieran suprimir del escudo de Navarra la corona real rematada con una cruz, por lo mismo que años antes, allá el 4-VII-1980, le quitaron -por un voto dicen que "democrático"- la laureada ganada al valor heroico del viejo Reyno y concedida por el jefe de Estado el 8-XI-1937. Cuarenta y tres años, y la heroicidad de la generalidad de Navarra en 1936 tenía que desaparecer. Estas iniciativas van unidas al intento de relegar la bandera de Navarra como Comunidad diferenciada, poniendo la bandera de la CAV entre las banderas de Navarra y -por ahora- de España por imperativo legal.

Nos informan de lo siguiente:

Y continúa esta prensa digital con un párrafo crítico común a otros muchos comentaristas del momento:

Hemos mencionado algunos temas que se manipulan utilizando a veces algunas verdades, lo que es el peor método por ser el más engañoso. Cualquier caballo de Troya es un instrumento ideológico y político que puede convertirse en una praxis, y ello que facilita que cualquier llamado núcleo duro pueda ir “más allá”, plus ultra.

La tergiversación puede actuar desde presupuestos racionalistas (marxistas) o bien románticos (nacionalistas). En tal caso, la acción suele seguir unos planteamientos tan “aplastantes” y a veces tan enérgicos y descalificadores hacia los discrepantes, que sin duda encierra un propósito político-ideológico.

Cualquier historiador sabe como los datos son muy importantes y hasta decisivos, aportar un amplio aparato crítico da una apariencia de seriedad. Sin embargo, esto último por sí mismo no garantiza la verdad de las conclusiones. También resulta importante cómo se redacta la historia, los enfoques utilizados y las expresiones, que debieran ser puramente representativas. Aunque el quién escribe es lo de menos, resulta que en este tipo de “historia” la investigación depende más del investigador que de los datos.

En excesivo interés mostrado actualmente hacia la historia por parte de cierta prensa y las redes sociales, no es paralelo a la exposición desinteresada de la verdad histórica. Mientras unos pseudo historiadores no van de verdades, otros guardan silencio, encastillados en su torre de marfil y lejos de las contingencias de los hombres y las sociedades. En parte, este silencio se comprende, porque para algunos la verdad no interesa, precisamente para la administración pública ideológica, cuyo poder podría perjudicar a quienes contraríen académicamente sus posiciones. Por lo mismo, personas libres no hay muchas.

José Fermín Garralda Arizcun

Publicado en historiadenavarraacuba.blogspot.com

“Hace unos días el Gobierno de Navarra anunció la concesión de la Medalla de Oro de Navarra a Arturo Campión, Hermilio de Olóriz y Julio Altadill por su aportación a la historia, la cultura y la identidad de la Comunidad Foral, además de ser los artífices en 1910 del diseño de la actual bandera de Navarra” (“Navarra Confidencial” 7-XI-2017).

“La cosa ya empezó con mal pie porque de algún modo se dejaba caer la idea de que la bandera de Navarra era una cosa que se habían inventado de buenas a primeras estos tres señores en 1910 (…)”.