Procedimientos del conservdurismo español tras 1876

Procedimientos del conservadurismo español tras 1876.

También hoy la historia es maestra de la vida. Para el historiador los católicos han quedado sujetos al triunfo del PP durante décadas, en 1978 fue a la Constitución y UCD, tras 1939 al franquismo, y tras 1876 parte de ellos al sistema canovista. Este repetido reclamo conservador –antitradicional- ha sido el mayor desastre para España. Los carlistas dejaron las cosas claras gracias a la Dinastía y al sentir popular.

Los argumentos conservadores y tradicionales de hoy aparecen en la polémica de 1886-1887, mantenida entre Juan Cancio Mena e Irurzun en El Eco de Navarra (EE) (en la redacción identificamos a ambos) y F. M. de las Rivas y Velasco en El Tradicionalista. Diario de Pamplona (ET).

Mena, conservador en 1865 y neocatólico, fue un activo carlista de 1869 a 1877. Tránsfuga del Carlismo, cayó desde 1877 en su antiguo conservadurismo, de modo que sus principios abstractos filocarlistas chocaban con sus aplicaciones anticarlistas. Se situó entre el Carlismo y el partido conservador, al que criticará –dirá que “el moderantismo es una secta del liberalismo dogmático” (ET, nº 102, 26-II-1887)-, pero acercándose a él en las elecciones. Claudicó parcialmente en cada uno de los puntos del Programa tradicionalista o carlista, quiso involucrarse algo en la lucha política, se limitará a los principios y una toma de postura general, pero ulteriormente no dejará de hacer precisiones prácticas. Divagó por los principios e hizo gala de ortodoxia, cuando lo que estaba en juego eran sus aplicaciones o procedimientos en los que Mena tropezó.

Su joven contrincante De las Rivas será carlista, aunque sabemos que –quizás por cierta polarización religiosa- pasará a ser integrista en 1888 y, en 1893, con Ortí y Lara y Campión, se escindirá de Nocedal, a favor del supuesto ralliement de León XIII para España. Una pena. Argumentará más y mejor que Mena y con un estilo mucho más elegante y a veces hasta divertido.

1. Si para El Eco (EE), la libertad del católico era muy amplia en el ámbito socio-político, que es donde el hombre se debe desenvolver libre y cómodamente, para El Tradicionalista (ET) esto era cierto, pero también lo era que enfatizar demasiado en la proclamación de las libertades era un error psicológico y práctico.

2. El Eco (EE) decía que un político católico debía rechazar las malas consecuencias propias de sus malos actos, mientras El Tradicionalista (ET) añadía que también se debían rechazar sus causas, sin poner tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias (ET, nº 2, 23-X-1886).

3. Para EE la política católica tenía un carácter universal, y la de España no era diferente a los restantes países. Para ET esto era alardear de un cosmopolitismo de moda, olvidaba que la política también tenía unos aspectos particulares y no sólo universales, y por ello España podía ser diferente.

La política tradicional o carlista en España seguía una trayectoria clasicista, aristotélico-tomista, y respetaba las coordenadas espacio-temporales, quedando lejos del carácter visionario, abstracto e ingenuo del romanticismo liberal propio del conservadurismo:

“De vez en cuando nos cuenta el mesticismo que allá en Bélgica, en los Estados Unidos y en otros pueblos existe la hipótesis y que, por lo tanto, aqui, en España se puede reconocer la existencia de la hipótesis. (…) el mesticismo viene á desentenderse del ser propio, de la cualidad propia, de las circunstancias actuales y del presente estado social de la nación española; de donde nace que en este negocio de la hipótesis mira y atiende el mesticismo, no á las circunstancias de nuestro pueblo, únicas, absolutamente únicas que en él pueden legitimar ó condenar la hipótesis, sino que pone sus ojos, su entendimiento, su corazón y su alma toda en algo general, universal, que comprende á todos los pueblos; en suma, la hipótesis del mesticismo es la hipótesis del liberalismo católico” (ET, nº 128, 30-III-1887) (Respetamos la grafía original).

4. Si para el conservador EE las circunstancias sociopolíticas contrarias a la verdad podían exigir al gobernante una política “no tan clara, no tan ortodoxa” (ET, nº 114, 12-III-1887), para el carlista ET: el “(…) momento histórico carece de aquella fuerza que sería menester para destruir el derecho natural y los atributos y prerrogativas de la Iglesia católica” (ET, nº 232, 10-VIII-1887).

5. Si para EE era necesario aceptar los hechos consumados y la libertad común que otorgaba el liberalismo para ocupar cargos públicos, llegar al mundo de la cultura y tener influencia social, resulta que para ET el pésimo sistema y estructuras impedían desarrollar los gérmenes de bondad, tentaba a los buenos, y reducía mucho la libertad para el bien.

6. El EE buscaba la unión y paz entre los católicos de orden o afines, para obtener el máximo bien posible en unas circunstancias adversas y así salvar la patria. Una política de máximos –decía- exigía antes alcanzar las condiciones que permitan impulsarla con éxito.

Por su parte, según ET la Revolución tenía dos caras complementarias: la mansa y la violenta o callejera. La más perjudicial en la práctica era la primera, porque “han venido á consolidar la revolución, á darle forma y vida permanente y durable; hay en fin, que hundirlos, que sepultarlos, porque son los grandes, los principales y más poderosos agentes de la civilización moderna” (ET, nº 1, 16-X-1886), sin Dios, secularista y materialista. Los amigos de la unión a cualquier costa tenían que concretar. Para el carlista Salvador Casanueva:

“¿Qué hará la verdad para reconquistar sus derechos; qué harán los hombres que profesan las ideas verdaderas y salvadoras para volver á encauzar la sociedad perdida en los senderos del error y del mal?

Nada; callarse y llorar su desgracia; así se lo manda El Eco de Navarra, y caerá la execración de ese periódico sobre aquel que osare levantar la voz para afirmar que la sociedad se pierde sin remedio, si no varía de rumbo” (ET, nº 29, 25-XI-1886).

¿Qué entendían los carlistas por la paz?:

“Nosotros llamamos paz á la vida normal de los pueblos sostenida merced al reinado de la moral católica en sus instituciones, leyes y costumbres, y ellos la consideran como el decaimiento y postracion que provienen á las naciones del enervamiento de su carácter, de la pérdida de su fé y del olvido de sus tradiciones” (ET, nº 166, 17-V-1887).

“Los que con la bandera de la indiferencia política en las manos, se habían aprovechado hábilmente del recuerdo de la guerra y del amor á la paz (…); esos, cuyo mérito utilitario, digámoslo así, no cabe negar, emprendieron la tarea de borrar de la memoria de Navarra para siempre, no ya solamente el hecho mismo de la guerra, sino los principios inmortales por cuya defensa se vertió en los campos de batalla tanta sangre generosa (…). Fué este un crimen imperdonable á los ojos de la razon cristiana y á los ojos de la propia Navarra (…). So pretexto de que la guerra es un desastre en el órden material y prevalidos del ánsia de reposo que indudablemente se sentía, procuraron adormecer á este insigne pueblo infundiéndole poco á poco, para no suscitar sospechas, aquel espíritu de falsa paz y de quietud enervadora y de conciliación culpable que forma la peculiar fisonomia de las sociedades modernas” (ET, nº 192, 19-VI-1887).

7. Si para EE se debía unir a los católicos sea cual fuere su ideal político porque política y religión eran realidades diferentes, la unión sería en el ámbito político para los temas sólo religiosos y en aquellos temporales más amplios. Esta necesidad de amoldarse hacía que las posturas intransigentes fuesen perjudiciales.

ET estaba de acuerdo, pero preguntaba: ¿no había políticas que un católico no podía mantener? La unión no podía ser a cualquier precio sino en los sanos principios católicos, de modo que León XIII: “(…) no quiere la union de los católicos, sea cual fuere su ideal político, porque es esta union holgadamente caben los sagastinos, los izquierdistas, los liberales conservadores y casi todo el mundo” (ET, nº 134, 6-IV-1887; ET, nº 20, 14-XI-1886).

Más: ¿No había aspectos temporales que un católico tenía derecho a mantener una vez que se había cumplido con Dios? (ET, nº 132, 3-IV-1887; nº 137, 13-IV-1887). Un vicio origen era que los antiliberales alfonsinos no querían renunciar jamás a don Alfonso, a pesar de sus gobiernos injustos, mientras que la política de Don Carlos sí era católica.

8. Para EE era necesaria la indiferencia política -no hacer política- ante las diferentes concreciones, para que las pasiones no nublasen la vista, todos pudieran ceder algo, y salvar los principios fundamentales de la religión y España. Para ET esto era injusto, porque provocaba el rechazo del único partido católico en la Restauración alfonsina (ET, nº 192, 19-VI-1887), y era insuficiente porque una política real tenía que ser global y responder a los problemas, incluidos los temporales más básicos.

9. Para EE, la prudencia política exigía dejar de lado la reivindicación de la tesis católica y conformarse con lo que se denominaba la hipótesis. Pues bien, para ET éste era el punto central de la polémica, el más grave, y que sintetizaba si la política era católica o anticatólica.

La tesis era una situación social que permitía y exigía la aplicación del ideal católico, entendiendo por tal la realidad natural y la sobrenatural. La hipótesis era una situación social de hecho que no lo permitía y, en algunas de sus deficiencias, tampoco lo exigía.

La diferencia entre ambas realidades –la tesis y la hipótesis- siempre se había tenido en cuenta en la civilización cristiana, lo que originaba la tolerancia como permisión negativa del mal, con motivos debidos y poniendo los medios para superarla. Sin embargo, incidir tanto en ella fue un invento del marqués de Pidal y los unionistas que en 1884 ingresaron en el partido liberal-conservador que antes tanto habían criticado. No demostrarán que España estuviese en hipótesis, sino que crearán la hipótesis para justificar su propia incapacidad política, la del sistema político y minorías dominantes. La situación real de la sociedad exigirá otra cosa. Tales minorías debían convertirse o ser aisladas de la sociedad. En suma, no cabía tal tolerancia, ni tolerar el mal para aceptarlo al hacer tesis de la hipótesis, ni renunciar al terreno perdido.

10. EE separaba la conducta de los principios, como si la conducta sólo dependiese de la perspicacia, filtros y circunstancias del católico. Lo hacía quebrando los principios por no reflejarlos en la práctica sin una causa objetivamente suficiente. Sin embargo, para ET, por muy perspicaz que se debiera de ser, los principios regían por lo mismo que la ortopraxis estaba vinculada a la ortodoxia (ET, nº 125 y 128; 25 y 30-III-1887).

11. Para el conservador El Eco el Liberalismo tenía diversas acepciones, pues podía existir un Liberalismo sólo político –la representación y las libertades- que podía aceptarse, mientras que el Liberalismo doctrinal siempre debía rechazarse. Pues bien, para ET de hecho no había un Liberalismo meramente político que no incluyese mucho o poco de Liberalismo doctrinal, pues el Liberalismo político no era más que doctrinal aplicado a la política (Masiá y Vidiella, obispo del Ecuador, ET, nº 182, 7-VI-1887). La representación y las libertades no eran Liberalismo sino Tradición, y la claridad del lenguaje el mejor aliado social.

12. Para EE, y refiriéndose a los partidos políticos, creer que fuera de la Comunión Tradicionalista no había partidos católicos, era ligar esencialmente a dicha CT con la Religión, lo que ET no admitía porque decía que, en ese momento, no existía otro partido íntegramente católico fuera de la Comunión Tradicionalista. Un católico sólo podía militar en política dentro del Carlismo o bien no militar en ninguno (ET, nº 121 y 125; 20 y 25-III-1887).

13. Si para EE nadie podía atreverse a calificar que tales o cuales escritos y personas eran liberales o racionalistas, por carecer de autoridad para ello, ET afirmaba que un dictamen de la Iglesia en cada caso no era necesario y que bastaba el criterio formado de los fieles. ¿Por qué?: porque el Magisterio había hablado, se conocían las aplicaciones, la práctica exigía establecer distinciones claras y con rapidez (ET, nº 118, 17-III-1887) y sin el criterio de los fieles a la larga iba a admitirse a todos y todo como católicos, que es como todos se iban a llamarse sin excepción. Los Obispos no iban a estar continuamente dictaminando e inquiriendo sobre lo que surgiese en la vida social.

14. Mena optó por su comodidad personal al declararse conciencia y formador de la sociedad, insistiendo sólo en los grandes principios. Para ET, en principio ello impedía tomar partido –en realidad se tomaba y siempre a favor del mal menor- en medio de una realidad siempre concreta, urgente y comprometedora.

15. Si para Mena el Carlismo era un aliado necesario en defensa del orden frente a la revolución violenta (socialmarxista), para ET los carlistas no estaban para defender el dinero y la seguridad de los moderados o liberales conservadores. No eran cipayos de nadie, sino que su participación exigía la restauración del reinado social de Jesucristo y los derechos de la dinastía legítima:

“Nuestro Dios no es el Dios de las restauraciones incompletas, deficientes, débiles y cobardes, porque el liberalismo las enerva; nuestro Dios vive y alienta en la ley, en el gobierno y en todos los organismos del Estado; nuestro Dios es el Dios católico, único ante el cual deben prosternarse las sociedades humanas. Nuestra Pátria no es el cadáver miserable en que el liberalismo convierte á las naciones (…) nuestra Patria, en suma, es la antigua España, la España tradicionalista. Y nuestro Rey no es ninguna ficcion legal.

Solo con esta política, por otra parte, es posible volver á nuestra integridad foral. (…) En este programa se resumen y cifra la política que venimos á defender (…) no ya continuar la historia de España, como ha dicho y quiere el señor Cánovas del Castillo, sino romper la tradición liberal y proseguir la historia verdaderamente castiza y católica, eslabonando y fundiendo lo bueno, aceptable y legítimo de nuestro tiempo con todo aquello que nos puso en la cumbre de la grandeza y de la gloria” (ET, nº 1, 16-X-1886).

Así es como querían talar carlistas. De actualidad, ¿verdad? Pero el hombre propone y Dios dispone, pues dos hijos de Mena (+ 1916) fueron activos carlistas: Ignacio y Joaquín.

José Fermín Garralda Arizcun

Dr. en Historia

“Ahora-Información” nº 140, V-VI-2016