En defensa de la Monarquía. Lo que pienso de la expulsión de don Juan Carlos

No podemos dejar pasar en silencio el significado de lo que está ocurriendo, porque amamos a España y somos monárquicos. Todo tiene sus causas y sus consecuencias. Además, hoy se actúa de una manera diferente a 1931, y mucho más sutilmente aunque el significado sea el mismo. En nuestros días se actúa insinuando, una cosa anuncia otra, y gusta sacrificar dos pájaros con un soplo sin que nadie se de cuenta de ello.

No porque don Juan Carlos diga que abdica, o porque otros quieran que se vaya de España, cae su familia o dinastía. Sin embargo, habrá que pensar el por qué de su "abdicación" y su reciente marcha, por qué se quiere que esta última salpique a sus nietas, y por qué su hijo ha renunciado a la posible herencia de él. En todo esto, así como al aceptar la sucesión del generalísimo Franco jurando las Leyes Fundamentales, entra en juego la responsabilidad personal de don Juan Carlos, que la tuvo al jurar y desde el mismo momento de la muerte de su instaurador y mentor. Unas responsabilidades estas muy superiores al tema de las comisiones pecuniarias que, al parecer, han hecho que le pidan irse de España. Como si, en caso de ser cierto, el error fuese exclusivo suyo.

Pensemos primero en Navarra. Don Juan Carlos de Borbón no se planteó ser rey de Navarra, a diferencia del primer Borbón en 1700, don Felipe V de Castilla y VII de Navarra. El rey de Navarra era quien fuese rey en Castilla. Por muchos motivos don Juan Carlos lo hizo imposible, al optar por el Liberalismo político que precisamente hizo desaparecer dicho Reino milenario, al deber la corona al generalísimo Franco que era centralista, y al propio sistema y a los navarros de la Transición que ni se lo plantearon. Todo esto afecta a don Juan Carlos por omisión.

Pues bien: quizás por eso Navarra, reino milenario, atraviesa un gran peligro. Hoy han convertido el Fuero en un Estatuto más. ¿Cómo así puede mantener su personalidad ante los anexionistas euscadianos? Cada día la personalidad navarra -una síntesis de todas sus variadas gentes- está siendo combatida por sus propios políticos socialistas y separatistas del "todos contra uno", por la ineficiencia, por los excesos con "lo vasco", y no es entendida por una población foránea desarraigada que sólo quiere tener un lugar solvente para vivir en paz.

Pensemos también en el resto de España. La política en nuestra patria España, nación de la que estamos muy orgullosos, nos hace sentir vergüenza, sonrojo y pena desde hace mucho tiempo. Y esto afecta a don Juan Carlos por comisión, porque son las consecuencias de su decisión de hacer la Transición (traición -aunque podemos discutir a quien-) y de abandonar todo gobierno. Lo que nuestros padres predijeron, está ocurriendo y se quedaron cortos. Los carlistas no somos magos, ni pájaros de mal agüero, sino que quizás tenemos experiencia política y conocemos la Revolución y sus aplicaciones, así como a los revolucionarios de guante blanco tan dados al buen vivir y aprometer mucho pero sin cumplir.

PRIMERO. Las tres correcciones.

Con todo respeto a la persona de don Juan Carlos, decimos que ya desde Navarra ya desde el resto de España, nada serio tenemos que agradecerle. Ahora que se marcha de España, recordemos que se retrató política e ideológicamente tras 1975 al claudicar ante el sistema ideológico y poderes imperantes. No claudicó para que pudiésemos vivir -eso lo dijo su abuelo don Alfonso (XIII) y se equivocó-, pues ya se ha visto que vivir ha sido y es muy difícil, sino por no querer que España siguiese un camino propio. Por eso nos referiremos a sus errores políticos de romper un solemne juramento, de plegarse ante otros, prescindir de todo lo recibido -salvo las rentas del "desarrollismo" de las que en buena parte hemos vivido hasta hoy-, y abandonar todo gobierno.

En estas líneas buscamos algo práctico, pues la vida política de don Juan Carlos puede interpelarnos al presente. Primero, para que, quien deba y pueda, corrija uno a uno sus principales yerros. Segundo porque por algo el pueblo se limita a ver y callar. Tercero, para que no nos fiemos de los poderes partitocrático y mundialistas. España necesita estas TRES CORRECCIONES y aviso de navegantes. No seré yo quien diga cómo salir del callejón sin salida, pues ni he traído éste ni me corresponde decir cómo.

Primera corrección: vuélvase a los principios de la tradición española. No en vano sentimos sonrojo cuando don Juan Carlos de Borbón es tan ensalzado política e ideológicamente, desde cierta jerarquía de la Iglesia metida en política -lo digo con todo respeto-, desde la partitocracia nacional e internacional, y desde ciertas instituciones supranacionales. ¿Por qué? pues porque ser tan aplaudido por los amigos de las ideologías dominantes hoy, el Liberalismo y el Marxismo, permite sospechar sobre el abandono de las obligaciones. Los malos inicios personales de don Juan Carlos al fallecer el generalísimo Franco en 1975, al torcer el juramento prestado, se consuman en el triste final de hoy -casi medio siglo después-, también personal y que por su procedencia salpica a todos.

La clave está en el origen: se expulsó a Dios y su santa ley de la Constitución española de 1978, con todo lo que ello ha significado después, y cada vez está más claro que no hay rey, ni presidente, ni gobernante alguno..., al margen de la realeza social de N. S. Jesucristo. Hasta a los paganos les viene bien este reinado: así es el todos los países y singularmente en España. Hacer esto no era renovar nada, sino tirar todo por la borda, innovar, hacer una ruptura.

Lo cierto es que, cuando las instituciones más elevadas -o quien las ocupa de facto- no responden a lo que deben, y hasta colaboran con quienes perjudican lo que han jurado defender y a aquellos que debieran proteger, sobran y caen poco a poco en el vacío de la inoperancia y el sinsentido. Es decir, el cumplimiento o no de las obligaciones criba al titular de la institución.

El sonrojo y pena mencionadas, explican el error que es confundir la monarquía parlamentaria con la monarquía tradicional y representativa de España -la monarquía a secas-, tan diferente a las repúblicas coronadas de doña Isabel, de don Alfonso y de don Juan Carlos. La monarquía liberal-socialista de don Juan Carlos no ha sido la monarquía propia de España, la que España necesita. La monarquía en España es una realidad muy distinta a la que se nos ha hecho creer, pues siempre fue respetuosa con Dios Jaungoikoa, representativa de los intereses sociales, expresión de los Fueros (Foruak, derechos propios anteriores al Estado) y defensora del más débil y del que nada tiene (erregue bidezki) . Si la monarquía parlamentaria, liberal-socialista y de la Constitución de 1978, cae en el descrédito por culpa del sistema y/o sus titulares, esto no debiera implicar el descrédito de la Monarquía, aunque tal como están hoy las cosas le afecte.

La marcha o expulsión de don Juan Carlos de España, y al margen del tema de las supuestas comisiones, es un hito en un proceso acelerado de descomposición general, y ejemplo de cómo acaba la "monarquía" constitucional en España, títere al servicio de la anti-España. Bajo el Liberalismo esta rama de los Borbones se fue de España más veces que ha venido a ella. ¿A quienes, sin divagaciones históricas, nos referimos? En 1840 se fue la titulada regente María Cristina de Nápoles, expulsada por un general -Espartero-, en 1868 se va doña Isabel (II) a París expulsada por otro general, Prim, en 1931 se marcha don Alfonso (XIII) a Roma dando un golpe de Estado y siendo el artífice de la IIª República española (Luis Ortiz y Estrada), hoy se va don Juan Carlos. Cada cuál tiene sus motivos: ¿y después? Volvieron los Borbones con don Alfonso (XII) y don Juan Carlos (I) de la mano de un general “moderado” cada uno, quitando toda posibilidad por el momento a la monarquía tradicional basada en Dios-Patria-Fueros y Rey, astutamente confundida por sus contrarios ante la opinión pública, con lo que nunca fue, durante casi dos siglos. El lavado de cerebro actual es, en realidad, un recurso muy antiguo. Recordemos el rollito de la actual "memoria histórica", aunque nadie como un buen español la tiene de veras. Mientras tanto, los reyes legítimos lo eran en el destierro y, aunque siempre quisieron volver a su Patria, los generales partidarios de la dinastía usurpadora no les dejaron.

Si los Borbones antes citados se fueron de España es porque algo hicieron mal, como aceptar un estado de cosas contrario a la Constitución histórica de España, haciéndolo de la mano de unos partidos políticos amigos de sí mismos y de actuar dando las cosas hechas al pueblo español. Por un lado, en el s. XIX, el Ejército, la máxima expresión de poder, fue conspirador y liberal. Por otro, el pueblo ha sido muy tentado porque, ante el fraude contra natura que supone el exigirle elegir sobre lo que ignora y no vive, ha entregado la política a los políticos, cayendo estos en la partitocracia como nuevo caciquismo del s. XX- XIX.

Lo peor es que la Revolución, para engañar mejor, se esconde tras el terciopelo del trono y la aparente moderación, aunque quien se sienta en él haya olvidado su asentimiento religioso, toda vez que la proclamación de don Felipe (VI) ha sido conocida por su ateísmo práctico e institucional. Más todavía, la reciente ceremonia pagana o masónica en el palacio de Oriente por las víctimas del Covid ha sido el colmo. El poder civil, el Estado, no puede vivir sin religión: ¿se enteran los católico-liberales y los obispos de la mayoría en 1978? Quejarse sólo de la última ceremonia citada es poner tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias.

Don Juan Carlos está implicado en todo lo anterior, siendo la raíz de ello la quiebra de su juramento solemne de las Leyes Fundamentales. El "de la ley a la ley" muere en su propio espíritu, que el papel aguanta todo. Más todavía: y una vez destruido, ¿qué se hizo?

Así liberamos a la Monarquía española de los errores de la llamada monarquía parlamentaria, liberal-socialista y Constitucional de 1978, que no es sino una torpe caricatura de la monarquía tradicional.

La pseudo monarquía liberal-socialista ha generado una gran crisis. Su responsabilidad la agudiza el hecho de confundir, comprometer e imposibilitar -al sustituirla- la verdadera institución monárquica, la propia de España y los españoles, la que necesitaron y ahora necesitan más que nunca.

Segunda corrección: deseamos verdaderas libertades y representación política. Sentimos sonrojo porque no creemos que, desde 1978, el pueblo español haya elegido de una forma consciente y advirtiendo por contraste el depósito de su propio haber o tradición, cuando la partitocracia han innovado y conservado legislaciones que son aberraciones contrarias a la naturaleza humana, la revelación cristiana y la propia España. El pueblo español es pasota y crédulo cuando aprecia que nada extrae de su propio haber ni siquiera al estilo del Quijote, en cuyo caso elige entre lo que le han dicho que puede elegir. ¿Cuándo y por qué ocurre esto?: cuando se ofrece una falsa representación política inorgánica convocada cada cuatro años. ¿Por algo más?: porque en ella se exige decidir contra natura sobre lo que no se tiene conocimiento, ni intereses, ni saberes. Como se ve, el actual sistema político es jauja o un fraude. Si nadie cree verdaderamente en él -siempre estamos con el cuento del sistema menos malo-, los políticos se limitarán a buscar un cheque en blanco o una confianza ilimitada. Por eso, es comprensible que desde hace tiempo los españoles no sepan hacia donde van ni hacia dónde les llevan.

Sentimos lástima por el pueblo español, tan sufrido y que todo lo aguanta, que no sabe qué hacer cuando está desorientado, y tan fácilmente es sustituido por los creadores de opinión, de necesidades, de dar a uno lo del otro, y los demagogos: será por esto por lo que tanto le cuesta aprender de las lecciones de la Historia.

Al pueblo español se le ha engañado pero también se ha dejado engañar, ante la perplejidad que producen las grandes e irrealizables promesas de la partitocracia que ansía el poder, y también ante una vida cómoda y llena de materialismo sensual y económico en el que, si no se ponen los adecuados remedios, fácilmente se cae, como se cayó desde el progreso económico y social del “desarrollismo” y la acomplejada imitación al exterior hábilmente provocada (1960-1973). En esa coyuntura, el materialismo quiso sustituir “los principios cristianos en los que España ha encontrado siempre su razón de ser”, con lo que España como comunidad y nación se fue oscureciendo hasta temer hoy su desaparición.

Se engañó a la sociedad española porque se le dijo: “O Dictadura o Democracia”, insistiéndole que sólo la monarquía parlamentaria y liberal, eminentemente ideológica, significaba para él la Libertad y una verdadera representación sociopolítica. En realidad, libertad y representación se han oscurecido tanto hasta convertirse en su contrario. ¿No lo vemos claramente hoy? Más todavía: ha llegado el momento en 2020 en el que el pueblo sólo puede elegir entre dos o más dictaduras -lo expuso Alexis Tocqueville hacia 1848- poniendo así fin al mito originario de la Libertad absoluta. De hecho, esta ideología es miel para la partitocracia que no para la sociedad, situación que no pocas veces conlleva la corrupción de las élites que mandan.

Repitamos: el parlamentarismo político liberal no se identifica sino que se opone a las libertades y a la verdadera representación política de la sociedad. Por algo las Cortes españolas no se deben identificar con un simple parlamento. Lo demostró don Pedro de la Hoz en el diario “La Esperanza” a mediados del siglo XIX, Aparisi Guijarro y Cándido Nocedal hacia 1870, y después infinidad de autores y hechos, lo que indica la gran facilidad que el pueblo español tiene de sugestionarse si sus élites políticas y religiosas claudican, si piensa que automáticamente van a ser honradas como las élites del régimen anterior, si se le promete un mundo idílico aunque al final la utopía perece en su contrario, si actúa el cuarto poder o medios de comunicación dependientes tan ajenos a la verdad y al bien común.

Así liberamos al pueblo español de parte de la responsabilidad por el engaño que supone la llamada monarquía parlamentaria,

Tercera corrección: sobre las consecuencias del exceso del Estado. La partitocracia en un alto grado ha caído en la corrupción frecuente, debiendo pagar algunas cabezas -con culpa, sin ella o con menos culpa que aquella- los platos rotos por tantos. ¿Y se dan cuenta que los malos gobiernos por el mal sistema, nos han arruinado completamente? Corrupción cuando se acumula un exceso de poder en la política llamada “moderna” -¡oh término talismán!-, cuando falta el mandato imperativo y juicio de residencia, cuando el Estado está muy crecido, y cuando éste se identifica con el partido gobernante según el más rancio estilo totalitario. Cuando hay tantos recursos juntos digamos: peligro, que alguien los tomará para sí. Luego está la vanidad del aplauso continuo otorgado por aquellos parásitos que prosperan entre bambalinas, que parece alejar de la realidad a las testas coronadas.

Si el país es pobre, vivan pobremente el rey y sus ministros: ¿Se acuerdan del sabio consejo de don Carlos VII de Borbón y Austria-Este? Esto sólo lo puede decir un rey que tuvo principios (Dios, Patria, Rey) cuando la Revolución progresista o radical de 1868, contraria a la Unidad Católica, le ofreció la corona: yo ya soy rey y no puedo gobernar con la bandera de la Revolución. Realmente don Carlos y don Juan Carlos son personajes que no soportan una mutua comparación.

SEGUNDO. ¿Es que don Juan Carlos carece de Patria, de familia y está él y todos nosotros a merced de los hipócritas?

Tremendo es -aunque mucho menos que lo anterior-, atreverse a pedir o exigir a don Juan Carlos (I) que abandone España. Porque:

¿Es que quien fue reconocido como rey, ya no tiene Patria?

Quien tan enaltecido ha sido en vida, ¿no está bien visto por las instituciones, la partitocracia, y los españoles de hoy?

¿Es porque ciertas comisiones no se pueden aclarar toda vez que ello supondría poner a don Juan Carlos a examen y prueba? ¿Sacan ahora a relucir las comisiones que a tantos afectan? Lo decimos aunque éstas estén mal, porque don Juan Carlos actuó en el ejercicio de su cargo de jefe de Estado. Preguntemos por qué los enemigos declarados de España como el sr. Torra, reclaman que se vaya don Felipe. Preguntemos por qué se quiere salpicar a las nietas del emérito. Terrible desdén. Tremenda contradicción. Es el "sino" de quien parece vivir para ser servido, de quien quiso ser rey a toda costa en 1978 huyendo incluso de la prueba del exilio.

Todo esto es una burla al llamado Estado de Derecho, pues la política ya está por encima del Derecho. ¿Lo imaginó en su día Landelino Lavilla? . ¿Han perdonado la vida y el examen a don Juan Carlos, como pago de haber realizado el cambio-ruptura, la transición-traición, la irresponsabilidad del -se quiera o no- responsable en su cargo? ¿Quieren aislarle para evitar que perjudique al resto de su familia?

¿Quién ha dicho: "ahora actuamos"? Porque puede sospecharse que aquellos a quien realmente don Juan Carlos se ha plegado, le han dicho "basta", ya cuando "abdicó", ya ahora que quieren que se vaya. Si Carrero Blanco dijo a Carlos Etayo: "Este hará lo que se le ordene...", así es como Roma paga a quien fue responsable para desposeerse de los poderes políticos entregados por el general Franco, para elegir a Adolfo Suárez, iniciar la transición-ruptura, aceptar la Constitución de 1978, firmar la ley-antiley del divorcio y la escandalosa ley-antiley del aborto… Don Juan Carlos dinamitó los sólidos poderes transmitidos por Franco, aceptó el mito de la soberanía nacional -ni siquiera somos "soberanos" en nuestra propia Casa-, y después dinamitó la misma institución monárquica con el aborto. Hasta en el marco del Liberalismo es complicado retratar la situación jurídico-política de don Juan Carlos, por lo mismo que es un imposible un rey irresponsable, un emérito sin Patria, un servicio sin amor y sin honor.

Se va con una palmadita en la espalda -lo decimos con respeto y pena-, con una avanzada edad, y dejando a España y los españoles en la mayor postración su de historia. Se va a petición de los suyos, con el regodeo de toda serie de republicanos de convencimiento y ocasión, con el aplauso de los separatistas más hipócritas, y con el silencio del que nunca fue verdaderamente "su" pueblo, pues todo lo más fue el pueblo necesitado de seguridad, paz, y progreso logrado y transmitido por quien fue su mentor.

Triste destino el suyo, ganado a pulso. Si el generalísimo Franco, su mentor, murió en la cama con sus poderes , don Juan Carlos ha muerto políticamente hace tiempo cuando aceptó la república coronada, y socialmente ahora en un olvidado destino.

No hay cosa más triste que por dos veces sepa que "sobra", al "abdicar" y ahora. Pudo llegar en 1975 con fama de "el Deseado" -al menos por obediencia al testamento del generalísimo Franco-, como Fernando VII en 1814, y desaparece de la escena y de la vida pública en medio del silencio de los españoles este 2020, el mismo silencio con el que desapareció el apodado rey felón en 1833. Precisamente esto es llamativo ateniendo a las dos formas tan diferentes de reinar en ambos.

Si faltó a don Juan Carlos la legitimidad de origen que radicaba en la rama carlista, tiró por la borda y rápidamente la legitimidad de ejercicio que pudiera parcialmente exhibir y no exhibió -todo lo contrario- tras 1975. Tranquilos, que esa es la llamada monarquía del "mal menor" que siempre trae a la larga el "mal mayor", actuando fatalmente, con un metódico engaño "malminorista"entre sus ropajes, la UCD, el CDS y el PP, anunciadores del PSOE.

Don Juan Carlos se va, nos deja así, como estamos, con un gobierno socialista-comunista apoyado en melifluos o radicales separatistas, rodeados de estados de alarma, juegos circenses y España puesta a subasta pública.

Razón tuvo mons. Guerra Campos cuando enseñó ante la ley publicada el 12-VII-1985: “Mientras sea legal matar a los que viven en las entrañas de sus madres, toda la nación queda ensangrentada. Queda en entredicho su condición de Patria. Queda especialmente herida la Corona, incondicional amparadora de los débiles y del derecho natural”, “tanto si la Institución quiere y no puede como si puede y no quiere”.

Seguimos manteniendo lo dicho en el aplec de Montserrat del 20-V-1984: “Sólo el Programa carlista puede llenar el vacío que hoy se observa en la gama de Partidos parlamentarios existentes, y ofrecer a los españoles una opción política a la que puedan adherirse no por razones negativas de mal menor sino positivamente querida como bien posible”. Luego lo ha mantenido la Comunión Tradicionalista Carlista que, además de decir las verdades del barquero, es capaz de estar al lado de quienes caen en desgracia. Lo que sobre todo rechazamos es “el sistema y sus nefastas consecuencias” (1995) que afectan a monarquías y repúblicas, y sobre todo a los pueblos hartos de tanta dejación.

Absurdo sería ver en lo que decimos un ataque a la Institución de la Monarquía española, sino todo lo contrario. Hemos querido evitar que se tergiverse Monarquía española confundiéndola con la llamada constitucional liberal-socialista, simulacro que tarde o temprano da injustamente al traste con todo lo que se llame Monarquía, y tiene más responsables de los que parece.

El trono no es de una persona sino de todos los españoles, y lo que haga y diga el titular o quien abdica, estén legítimamente o no en él, repercute sobre todos.

No haremos fuego con el árbol caído, máxime cuando no ha sido don Juan Carlos sino el Régimen anterior -el que le instauró-, quien tanto daño hizo a los tradicionalistas. Y con ello hizo mucho daño a los españoles, porque -por ejemplo- se les ocultó sistemáticamente -desde la más tierna edad en los libros de texto escolares- que los carlistas eran verdaderamente amigos de reformas y la renovación de España, y no de rupturas, de violencias, de hundimientos -con trucos o sin ellos- y de la conservación de lo malo existente, como lo ha conservado -¡oh conservaduros!- el liberal-socialismo durante más de 40 años. Esta conservación nos han conducido a la tremenda crisis actual. Lógicamente, un marxista como Pablo Iglesias, basado en la dialéctica de la evolución continua,no puede conservar más y por más tiempo. Ello explica lo que puede pasar.

Quizás nuestra misión sea intentar -con docilidad y sencillez- ser aldaba en la conciencia de los españoles, aviso de navegantes, faro frente la oscuridad, púgiles en el hastío, reconvención de crédulos, trabajadores empeñados, recordando a cada cuál la esperanza e ilusión siempre joven que debe tener en lógica correspondencia a sus convicciones -de Fe y razón- y a su española resistencia a ser "la voz de su amo".

José Fermín Garralda Arizcun

Pamplona, 5 a 8-VIII-2020

* Pido disculpas por lo largo a la editorial que pacientemente cobija este blog. Después de clarificar el texto, como la editorial me ha aconsejado, intentaré enmendarme.