El Liberalismo en lo religioso

El Liberalismo en lo religioso

Abiertos a todas las maravillas por la Gracia de Dios desde la pequeñez humana, y pidiendo perdón por nuestros tremendos pecados en este Año de la Misericordia, tenemos entre manos cuestiones extremas a solucionar. En lo público, el problema es qué resolver -¿las consecuencias lógicas o las premisas que las provocaron?-; cómo hacerlo -¿manteniendo las ocasiones próximas de pecado?-; en qué ámbitos -¿sólo como Iglesia o también como ciudadanos?; con qué jefes –¿seguidismo clerical y vaticanismo desacertado por aliarse con la política liberal?; y con qué medios.

Aunque hay aspectos que cambian en el tiempo, las consecuencias del liberalismo en materia de religión en el ámbito privado y social, y en los procedimientos, no han cambiado mucho durante toda su historia. La verdadera teología y antropología, los principios morales universales, la experiencia, y las enseñanzas de los santos iluminan las circunstancias, y no al revés.

El Liberalismo religioso en España se ha presentado, desde finales de los años setenta, con un ropaje sociológico –la reconciliación y la caridad- y político –la soberanía nacional o popular-, siendo real y principalmente un error religioso en el ámbito individual, social y político. Este es el producto de la ruptura provocada por el progresismo religioso clerical –muy guay pero con efectos deleznables- posterior a 1960, y la laicización del Estado con la pérdida voluntaria del reinado social de Jesucristo en las instituciones del Estado o poder civil supremo en 1978. Todo ello se manifestó como RUPTURA religiosa con un falso ropaje sociopolítico.

En España la Revolución se ha hecho –como siempre aquí- desde arriba. El proceso descristianizador no se ha dirigido del hombre hacia la sociedad y la política -como si apostasía de los Estados fuese fruto de la apostasía previa de las personas- sino al revés, de la política hacia el hombre.

El proceso ha sido coherente. Primero se vulneró el ámbito más externo o social y, al final, ha caído el yo íntimo del hombre incluyendo su relación directa con Dios. El descreimiento y apostasía del Estado ha modelado el ambiente social, y éste -¡qué se creían!- la intimidad de muchos católicos.

La política y la sociedad cayeron en la autosuficiencia del hombre y en una falsa reconciliación entre los españoles. Por imitación, la persona se separó de Dios fruto de su autosuficiencia y comodidad. Las leyes civiles y los malos colegios de religiosos –aquí nadie pide perdón pero desaparecen- crearon un mal ambiente y éste ha deshecho agrupaciones, familias y personas. Se abrió las ventanas al mundo para que entrase aire nuevo -¿puro?- prevaleciendo después los peligros reales.

Es contradictorio que quienes han hecho necesaria la recristianización y nueva evangelización sean ahora quienes la propongan, aunque muchos de sus responsables ya han muerto. ¡Menuda herencia dejaron! Es contradictorio salvo que pidan perdón por haber admitido las causas de tal ruina: el progresismo religioso del clero y la apostasía de las instituciones públicas, sobre todo el Estado español, impulsada por parte de ese mismo clero.

No invertimos lo real, ni ponemos las estructuras por encima del hombre, como si éste estuviese al servicio de ellas y no al revés. Reconquistar el corazón de cada hombre para el Señor es el paso necesario para reconquistar la Unidad Católica. Sí, el hombre es anterior al Estado, pero muchas veces la corrupción y tentación han llegado al hombre desde fuera de aquel, azuzadas por importantes grupos de presión con nombre y apellidos –aquí está el problema-, retrayéndose el Estado de proteger al ciudadano y al fiel, e incluso generando éste tales males. Por esto la crisis ha sido tan colosal y rápida, y la corrupción y descristianización tan galopantes. Mezclarse con la gente para llevarlos a Cristo, e iluminar la debilidad e ignorancia de muchos, no debe suponer un peligro grave para el apóstol.

Ofreceremos nuestro trabajo a la nueva evangelización pero siguiendo a los buenos pastores y sin refugiarnos en la sacristía. Sin dividir al hombre en dos, haremos Iglesia y, en paralelo, sociedad y política, e intentaremos que el poder civil se comporte cristianamente dentro de lo que la Fe tolera, permite o exige en cada circunstancia. Y España, a pesar de los pesares, sigue en tesis católica, aunque menos que antes: si no, vean Vds. la Semana Santa y de Pascua en multitud de lugares de España, así como la piedad popular.

No confundimos Iglesia y Estado; eso lo hacen los laicos y clérigos católico-liberales. Ellos apoyan y sirven –si cada vez más llorosos, allá ellos- a esta democracia falsa y engañosa, partitocrática, contraria a Dios e inhumana. Tampoco llamamos unión verdadera cuando ésta se basada en la autosuficiencia individual o mayoritaria, y el sincretismo de creencias divergentes en cuestiones esenciales. Esto no es unidad, ni da paz, ni da gloria a Dios, y sí perjudica una restauración social y política.

Los católicos de vanguardia no deben dejarse utilizar para una Reconquista parcial y sesgada. Cuando los fieles y ciudadanos se alarman ante el avance de la revolución laicista, socialista y neo comunista, ¿actuar como cipayos de la gente de orden y temerosa? ¿O decir?: “Mantengamos nuestra unidad (…) (y cuando) vuelvan sus espantados ojos hacia nosotros, les diremos con la conciencia tranquila: Es obra vuestra, sois la causa de ello, no queremos aliarnos con vosotros para remediarla, queremos salvar á España, no vuestras riquezas” (El Tradicionalista, nº 2, 23-X-1886). Es decir, no les va a salir “gratis” nuestra aportación en lo social y político, que es –añadimos- el Reinado social de Jesucristo.

José Fermín de Musquilda

Publicado en "Siempre P'alante" nº 760 (16-IV-2016) p. 14