El talón de Aquiles de España


(Por José Fermín Garralda) –

El gran líder del PP, Pablo Casado, dice: “lo que va a haber que hacer en España cuando lleguemos al Gobierno es demasiado grande como para hacerlo solos” (los del partido). ¿Por qué?: “porque los españoles empiezan a ver que la época de los partidos tiene que dar paso a la época de la utilidad en un proyecto con principios, pero con propuestas que solucionen los problemas de la gente” (“El Debate” digital, 30-IX-2021).

Por lo que Casado dice, la partitocracia está por los suelos para los españoles, pero su recurso de involucrar a la sociedad es táctico. Le preguntamos: ¿Qué es eso “demasiado grande”? Para nosotros sería la conversión a Dios del ámbito público, colocar la religión católica en el lugar donde le corresponde (en España, en la cúspide del edificio está la unidad católica como bien religioso y jurídico-político), y cumplir al menos en los preceptos de primer grado del derecho natural. Lo demás vendrá por añadidura. Así ocurre en Polonia, Hungría, y hay conatos en otros países. Es decir: ¿Queremos un cambio manteniendo tronos a las premisas y cadalsos a las consecuencias? No, gracias.

En España se creó un nuevo ídolo, un becerro de oro, con el engaño de gran parte de los católicos, aunque el “Sí” a la Constitución no fuese un éxito para el Gobierno. En 1978, España, madre de cien naciones, expulsó a Dios de la Constitución, Su Santa ley y la autoridad magisterial de la Iglesia, que era reconocida por la inmensa mayoría. Todo se plegó a las exigencias de cierta minoría y la Secta. Por el momento (laissez faire laissez passer), la Revolución se entraba en el ámbito privado como un elefante en una cacharrería. Hoy sí lo hace, imponiendo una directa y expresa corrupción en las escuelas y queriendo anular la objeción de conciencia.

Ese ídolo fue llamado con bellas palabras. Lo llamaron: “hombre”, pero en realidad no lo era, sin hilazón y subordinación a sus deberes para con Dios, la sociedad y uno mismo. El verdadero hombre no estaba ahí. También lo llamaron voluntad general, y a esto democracia, pero en realidad eso no era democracia. Además, la voluntad general no estaba ahí, sino las oligarquías, al fin corruptas, pues el exceso de poder corrompe y dominado los medios de comunicación. Fue llamado “libertad” como principio fundante, que pone en entredicho todo marco y limitación. Pero eso no era libertad, pues ésta exige el ejercicio, y, además, un buen ejercicio. Ese ídolo fue llamado legalidad, aunque la ley se haga con trampas, infidelidad al electorado, todo en dirección destructiva, y se prohíba al legislador rendir cuentas.

Decían que no era un ídolo porque había alguna limitación: los derechos inviolables del hombre (Art. 10), el “todos tienen derecho a la vida…” (Art. 15), los derechos paternos a la educación de sus hijos (Art. 27.3). Sin embargo, tal limitación ha sido ineficaz –hoy todo cabe- ante “el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular” de cada momento, en “una sociedad democrática avanzada” (Preámbulo). Está comprobado. La ley y el control de los jueces sobre la Constitución, tuerce su letra en el punto que sea necesario.

Sin Dios, fundamento y juez externo a las actuaciones, nada está seguro. Y menos los débiles. Sin Su Iglesia, que lo concreta, tampoco. El vicio era raíz: el ciudadano absolutamente solo, dominado con engaño por las oligarquías.

Partimos de los hechos. Todo ha ido demasiado rápido. En un ciclo largo de 40 años en España, y el doble en Europa y el mundo, España llegaba tarde y sufrió un acelerón desde 1975. El despeñadero de estos 40 años expresa con viveza el error del punto de partida. No podemos pararnos ni callar, pues se está preparado el becerro de oro planetario.

Cayeron en la trampa cuando dijeron que lo importante era la vida privada y no las leyes o el poder político, que sabemos debieran ir a la par. Cuando aceptaron una Constitución sin un Dios providente. Cuando creyeron que la Constitución de 1978 ponía temas a salvo y no ha sido así. Ahí está el ejemplo de Suárez con el divorcio vincular y el comenzar a urdir el aborto.

Pues bien, la democracia, la voluntad general y las leyes fundadas en la Constitución, actúan contra el hombre concreto y las libertades que Dios le ha dado. El hombre se niega a sí mismo. Le sustituyen las oligarquías. Democracia y voluntad general, quedan pervertidas. Las leyes son sólo fuerza, sobre todo las que incitan al odio y obligan a la perversión de los niños. Ha colado absolutamente todo, hasta las mayores barbaridades, aún sin tocar todavía fondo.

Desvelar las mentiras es necesario para evitar la paralización social y las complacencias. También mostrar qué ídolo adoran los españoles desde hace 40 años. Miren: sólo Dios es el Señor, el hombre está llamado por Él a ser Su hijo. ¿Quién da más?: nadie.

Me pregunto: ¿por qué hay silencio salvo excepciones? ¿Por qué se transmite que “nada o poco se puede hacer”, reduciendo la vida a la santidad en lo ordinario y omitiendo la urgencia del actual marco extraordinario? ¿Qué hubieran hecho, por muchísimo menos, los contrarios?

No hay nada nuevo bajo el sol. El liberalismo fue respondido por Pío IX en Syllabus, el modernismo por Pío X en Pascendi, y los totalitarismos sociales, “proféticos y redentores” del siglo XX, lo fueron en toda su gravedad por Pío XI en Quas primas , que proclama la soberanía social de Jesucristo. Ahora, estamos en una hora de síntesis. Se ha llegado a los últimos escalones contra el matrimonio, la familia, el aborto y eutanasia, la corrupción de los niños en las escuelas aunque sus padres la rechacen, al negar la objeción de conciencia, y el invento de nuevos delitos.

Cuanto más digan: “No, no hables; no, no recuerdes”, más hay que recordar y hablar, y a medida que las circunstancias empeoren, es más urgente la afirmación pública del reinado social de Jesucristo en todos los ámbitos.

* Publicado en gran parte en “Unidad Católica de España”, nº 1 (12-X-2021), Época 1, pág. 14