Meditación Semanal

"Mi Parroquia Espiritual"


Catequesis sobre 

la Divina Voluntad


Padre Pablo Martín Sanguiao

Jesús desea Felicitarnos y decirnos "Feliz Navidad"

Diciembre 21, 2023

+ ¡Ave María! 

Queridos hermanos, Jesús espera encontrar nuestro corazón como la cuna en que nacer, desea festejar su Nacimiento en nosotros, pero lo festejará sólo con quien haya apagado el ruido del mundo y haya vaciado y encendido de amor su corazón + 

Queridos hermanos, estamos llegando a la Navidad, preparándonos día tras día, meditando en la Novena de la Navidad los excesos de amor y de dolor de Jesús en el seno de su Madre. Pero no se trata simplemente de celebrar un cumpleaños, un conmovedor recuerdo de algo que sucedió hace tanto tiempo, porque el Nacimiento de Jesús es un misterio que tiene mucho que ver con cada uno de nosotros. Ante la vida de Jesús la distancia del tiempo y del espacio desaparece ya que nos afecta personalmente, porque “cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios mandó a su Hijo, nacido de la Mujer, nacido bajo la Ley, a rescatar a los que estaban bajo la Ley, para que recibieramos la adopción como hijos” (Gál 4,4-5). Aquel momento se llama “la plenitud de los tiempos”, porque todos los tiempos de la historia estaban presentes en la vida de Jesús, a todos nos tenía presentes en El. 

Por eso el Señor, que ha nacido por nosotros, ahora quiere celebrar su Nacimiento, su Venida gloriosa como Rey en nosotros. Está llegando el fin de los tiempos de la espera y el tiempo tan esperado e invocado. Ahora quiere nacer en nosotros. Nosotros somos la mísera cueva o establo de Belén, nosotros somos el frío, la oscuridad de la noche, la soledad, nosotros somos la paja húmeda y el estiercol por el suelo, nosotros somos la miseria que El viene a sustituir con su Misericordia. Desea hallar como cuna nuestro corazón. 

Y naciendo en nosotros ‒es una cuestión de deseo y de amor por su parte y de fe y de amor por nuestra parte‒ no es que con eso la vida de la Divina Voluntad alcance así, de pronto, su plenitud en nosotros, no es que la cueva o el establo se convierta de repente en un palacio principesco, o que la paja se vuelva de oro, o las telarañas en las paredes se transformen en preciosos velos de seda o que los murciélagos colgados del techo se conviertan en lámparas de ónix… 

El establo seguirá así como es, nuestra miseria nos envolverá y nos protejerá de nosotros mismos, como la paja envuelve y proteje el grano de trigo en la espiga, pero la diferencia será Su presencia en nosotros y nuestra pobre cueva será el centro del Universo, adonde acuden los Angeles, de donde parten las órdenes y el gobierno verdadero de toda la Creación… La condición esencial es que ahí entre la Mamá, sólo así nacerá el Niño. Y su Vida y su Reino lo formará en nosotros. En nosotros ya está la vida de la Gracia desde el Bautismo, pero ha de nacer, se tiene que ver, debe crecer hasta su Plenitud. 

Y el Señor le dice a Luisa lo que hace falta para poder nacer en nuestros corazones, tres condiciones: “Hija mía, la mejor forma de hacer que Yo nazca en el corazón es vaciarse de todo, porque al encontrar el vacío puedo poner en él todos mis bienes y me puedo quedar para siempre, si hay espacio para poder llevar todo lo que me pertenece y poner todo lo mío en él. Una persona que fuera a vivir en casa de otra persona estaría contenta si encontrara vacía esa casa para poder colocar todas sus cosas, porque si no se sentiría infelíz. Así soy Yo. 

La segunda cosa para hacerme nacer y aumentar mi felicidad es que todo lo que el alma tiene, tanto interna como externamente, todo ha de ser por Mí, todo debe servir para honrarme, para cumplir lo que quiero. Si incluso una sola cosa, un pensamiento, una palabra, no es para Mí, Yo me siento infelíz y en vez de ser dueño me hacen esclavo; ¿puedo Yo tolerar todo eso? 

La tercera es el amor heroico, el amor creciente, el amor de sacrificio: esos tres amores harán que mi felicidad crezca de un modo maravilloso, porque el alma hará obras superiores a sus fuerzas, haciendolas sólo con mi fuerza; la harán que aumente haciendo que no sólo ella, sino también los demás me amen; y llegará a soportar cualquier cosa, hasta la misma muerte, para poder triunfar en todo y poder decirme: «Ya no tengo más nada, todo es sólo amor a Tí». De esa manera no sólo me hará nacer, sino que me hará que crezca, y me formará un hermoso paraíso en su propio corazón.” (Volumen 8°, il 25-12-1908) 

Así pues, ya llegamos a la Navidad, ¡pero cuánto dolor! Jesús puede festejarla sólo en poquísimos corazones. No dejemos que el mundo con todo su ruido nos enrede. Dejemos que los muertos entierren a sus muertos. No nos distraigamos en cosas inútilas, vanas, que son por tanto vanidad, porque el Señor nos está diciendo, como en la tercera hora de agonía en el Huerto de los olivos: “¡Hijos míos, no durmais! Se acerca la hora. ¿No veis cómo me he reducido? ¡Ah, ayudadme, no me abandoneis en estos últimas horas!” Pues leemos en el Apocalipsis: “El dragón se puso ante la Mujer ‒la Mujer es la Santa Iglesia representada por María‒ que estaba a punto de dar a luz, para devorar al niño apenas naciera. Ella dió a luz un hijo varón, destinado a gobernar todas las naciones con cetro de hierro ‒Es Cristo Rey en la persona de aquellos que vivan la vida de la Divina Voluntad‒, y el hijo fue inmediatamente arrebatado hacia Dios y hacia su trono. La Mujer huyó al desierto, donde Dios le había preparado un rifugio para ser allí alimentada durante 1260 días” (Apoc 12,4-6). 

Llega la hora del Nacimiento de Cristo en nosotros, que nuestra Madre pueda esta vez darlo a luz en nosotros. Sólo así podremos decir en Espíritu y en Verdad: ¡FELIZ NAVIDAD!