Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
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"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
Elijamos un Papa para el Reino de Dios
Mayo 8, 2025
+ ¡Ave María! Queridos hermanos, ¡participemos al Cónclave con nuestra oración, de la parte del Espíritu Santo! +
Queridos hermanos, démonos cuenta de la trágica realidad que la Iglesia y el mundo están viviendo, realidad de la que formamos parte y que debemos vivir. La Iglesia y el mundo se hallan en un momento de extremo peligro a causa del rechazo cada vez más grave de la Ley de Dios. Luisa escribe en el 2° volumen, el 31.8.1899:
“Esta mañana mi amado Jesús me ha llevado afuera de mí misma y me ha hecho ver el decaimiento de la religión en los hombres y los preparativos de guerra. Yo le he dicho: “Ah, Señor, en qué estado se encuentra el mundo en estos tiempos, en cuanto a religión, es como para llorar. Parece que en el mundo ya no se reconozca lo que ennoblece al hombre y le hace aspirar a un fin eterno. Pero lo que más hace llorar es que ignorar la religión parte de quienes se dicen religiosos, que deberían dar su vida por defenderla y hacerla revivir”.
Y Jesús, con un aspecto súmamente afligido, me ha dicho: “Hija mía, esta es la causa por la que el hombre vive como una bestia, porque ha perdido la religión; pero tiempos más tristes vendrán para el hombre, a causa de la ceguera en que él mismo se ha sumergido, tanto que siento sofocarme el Corazón al verle. Pero la sangre que haré derramar de toda clase de personas, de seglares y de religiosos, hará revivir esta santa religión, regará el resto de las gentes salvajes que queden, y, civilizandolas de nuevo, les devolverá su nobleza. Por eso es necesario que la sangre se derrame y que las mismas iglesias sean casi destruidas, para hacer que de nuevo recobren su primitivo lustro y esplendor”.
Como ven, parece escrito precisamente para estos días. Y quien se horroriza leyendo u oyendo estas cosas, más debería sentir horror por las causas, o sea, de la ignorancia y del rechazo de la Ley de Dios, del pecado.
Toda la atención de la gente estos días se concentra en el Cónclave de los cardenales que han de elegir un nuevo Papa y hay un gran debate, un gran ruido que sirve sólo para fomentar divisiones y confusión.
pa y hay un gran debate, un gran ruido que sirve sólo para fomentar divisiones y confusión. El Siervo de Dios Don Dolindo Ruotolo, con ocasión del Cónclave en el que fue elegido el Papa Juan XXIII, escribió una carta en la que decía: “Hoy todo cristiano puede ser elector del Papa pidiendo e implorando la plena intervención del Espíritu Santo, sin sombras humanas. Ustedes que tienen una parte activa en la Iglesia de Jesús, tienen aún mayor obligación de ser electores del Papa con sus oraciones y penitencias”.
Con este Cónclave, el problema no es tanto quien será elegido como Vicario de Cristo y sucesor de San Pedro, sino la verdad que atañe a la Iglesia bajo tantos aspectos: corre serio peligro de proseguir por el camino de una falsificación que la adaptaría cada vez más al mundo y al proyeto de satanás y de sus colaboradores. Parece “llegado el momento ‒como dice S. Pedro en su primera carta, 4,17‒ en que empieza el juicio a partir de la Casa de Dios, la Iglesia, y si empieza por nosotros, ¿cuál será el fin de los que se niegan a creer al Evangelio de Dios?”
Cuando se habla de la Iglesia, como cuando se habla de una persona, casi siempre se considera su aspecto exterior, su componente humana, y se descuida su realidad espiritual y sobrenatural. La Iglesia no es el Vaticano. Como la Iglesia no tendría motivo de existir sin Cristo, así Cristo no existiría sin su Cuerpo Místico, que es la Iglesia. Por eso, como dijo en su proceso Santa Juana de Arco, “Jesucristo y la Iglesia son una sola cosa”. Porque la Iglesia es también su Esposa, es “la Casa de Dios, la Iglesia del Dios viviente, columna y sostén de la Verdad” (1a Tim 3,15). Es la Familia de Dios, es el Pueblo de Dios, es la Sociedad establecida por Dios, es la verdadera única y auténtica humanidad querida por Dios, “que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1a Tim 2,4), por lo que “la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Concilio Vaticano II, “Lumen Gentium”, 1).
La Iglesia, en su estructura visible, es el lugar y el medio por el que nos llega la Redención y, en su realidad sobrenatural, es el fruto de la Redención, la salvación eterna. La Iglesia, en este mundo, es la preparación a la venida del Reino de Dios, que la Iglesia invoca y espera, y a la vez será el cumplimiento del Reino de Dios. La Iglesia es por tanto un organismo vivo que crece hacia su plenitud. El Hijo de Dios, al encarnarse, trajo de nuevo al mundo el Reino de Dios: lo trajo como una pequeña semilla de luce, la sembró en la tierra purísima de su Madre, la Stma. Virgen, la regó con su Sangre y con las lágrimas de María, la fecundó con el Sol del Espíritu Santo en Pentecostés y nació la Iglesia como una plantita. Al principio era apenas una pequeñísima hierba; pero empezó a crecer y produjo ramas y hojas y flores (que representan las virtudes de los Santos), en espera del tiempo de los frutos, el tiempo en que se ha de cumplir el Reino de la Divina Voluntad, en la tierra como es en el Cielo. Lo dice el Señor en el Volumen 15° (28.11.1922):
“Hija mía, mi Voluntad es principio, medio y fin de cada virtud; sin el gérmen de mi Voluntad no se puede decir verdadera virtud. Ella es como la semilla de la planta, después de que ha hundido sus raíces bajo tierra, cuanto más profundas son, tanto más alto se forma el árbol que la semilla contiene. Así que primero está la semilla; esta forma las raices; las raices tienen la fuerza de liberar de debajo de la tierra la planta y, al hacerse profundas las raices, así se forman las ramas, las cuales van creciendo tan altas que forman una bella corona, la cual será la gloria del árbol, que produciendo abundantes frutos, será la utilidad y la gloria de Aquel lo sembró. Esa es la imagen de mi Iglesia. El germen es mi Voluntad, en que nació y creció, pero para crecer el arbol necesita tiempo, y para dar fruto algunos árboles necesitan siglos. Cuanto más preciosa es la planta, tanto más tiempo hace falta. Así es el árbol de mi Voluntad: siendo el más precioso, el más noble y divino, el más alto, necesitaba tiempo para crecer y dar a conocer sus frutos. Así que la Iglesia ha conocido el germen, y no hay santidad sin él; después ha conocido las ramas, pero siempre en torno a este árbol se ha estado. Ahora debe conocer los frutos para alimentarse y gozar de ellos, y eso será toda mi gloria y mi corona, y de todas las virtudes y de toda la Iglesia.
Ahora, ¿de qué te extrañas, que en vez de manifestar antes los frutos de mi Querer, los he manifestado a tí después de tantos siglos? Si el árbol no se había formado todavía, ¿cómo podía hacer conocer los frutos? Todas las cosas son así. Si se debe hacer un rey, no se le corona si primero no se forma el reino, el ejército, los ministros, el palacio; por último se le corona. Y si se quisiera coronarlo sin formar el reino, el ejército, etcétera, sería un rey de burla. Ahora, mi Voluntad había de ser corona de todo y cumplimiento de mi Gloria por parte de la criatura, porque sólo en mi Voluntad puedo decir «todo he cumplido», y Yo, viendo cumplido en ella todo lo que quiero, no sólo hago que conozca los frutos, sino que la alimento y hago que su altura supere a todos”.
Por lo tanto, queridos hermanos, el Señor está esperando que esté suficientemente formado su Reino en nosotros para poder presentarse como el Rey y celebrar su Triunfo. Y ya hace cien años que la Iglesia le ha dado “semáforo verde” para su regreso (Lc 19,15), habiendo instituito la fiesta de Cristo Rey en 1925.
El Señor había dicho a Pedro (y en él a sus sucesores): “Simón, Simón, míra que el demonio os ha buscado para cribaros como trigo; pero Yo he pedido por ti, que no desfallezca tu fe; y tú, una vez convertido, confirma en la fe a tus hermanos.” (Lc 22,31-32). Por eso creo que una gran tarea, importantísima, le espera al futuro nuevo Papa: ser de nuevo el Vicario de Cristo, que no sólo detenga la deriva mundana y modernista de la Iglesia, corrigiendo y reparando todos los daños causados por ese “humo de satanás que ha entrado en ella”, como ya en 1970 denunció el Papa Pablo VI, y sobre todo él deberá conocer y dar a conocer los frutos del árbol de la Iglesia, o sea, la Divina Voluntad como vida, para alimentarse de ellos y gustarlos, como dice el Señor. Sólo entonces, estoy convencido, “la pequeña Hija de la Divina Voluntad” será reconocida y glorificada.
La cual en su “Llamamiento” dice:
“Por eso, si queréis conocerla, leed estas páginas: en ellas hallaréis el bálsamo para las heridas que cruelmente nos ha hecho nuestro querer humano, el nuevo aire todo divino, la nueva vida toda celestial; sentiréis el Cielo en vuestra alma, veréis nuevos horizontes, nuevos soles, y a menudo encontraréis a Jesús con la cara mojada por sus lágrimas, porque quiere daros su Querer. Llora porque quiere veros felices, pero al veros infelices solloza, suspira, ruega por la felicidad de sus hijos, y mientras os pide vuestro querer para quitaros la infelicidad, os ofrece el Suyo como confirmación del don de su Reino.
Por eso me dirijo a todos, y hago este llamamiento junto con Jesús, con sus mísmas lágrimas, con sus suspiros ardientes, con su Corazón que arde porque quiere dar su Fiat. Del Fiat hemos salido, él nos ha dado la vida; es justo, es nuestra obligación y deber que volvamos a él, a nuestra querida e interminable heredad.
Y en primer lugar, mi llamamiento es al Sumo Jerarca, al Romano Pontífice, a Su Santidad, al representante de la Santa Iglesia, que por lo tanto representa el Reino de la Divina Voluntad. A sus santos pies esta pobre pequeñita depone este Reino, para que lo domine, lo haga conocer y con la autoridad de su voz paterna llame a sus hijos a que vivan en este Reino tan santo. Que el sol del Fiat Supremo lo inunde y forme el primer sol del Querer Divino en su representante en la tierra. Que formando su primera vida en aquel que es la cabeza de todos, derrame sus rayos interminables en todo el mundo, y eclipsando a todos con su luz forme un solo rebaño y un solo pastor
El segundo llamamiento lo hago a todos los sacerdotes. Postrada a los pies de cada uno les ruego, les suplico que se interesen por conocer la Divina Voluntad. El primer movimiento, el primer acto, tomadlo de Ella, es más, encerraos en el Fiat y sentiréis lo dulce y preciosa que es su vida, tomad de Ella toda vuestra actividad y sentiréis en vosotros una fuerza divina, una voz que siempre habla, que os dirá cosas admirables que nunca habeis oído; sentiréis una luz que os eclipsará todos los males y que, eclipsando a las gentes, os dará el dominio sobre ellas. ¡Cuántos esfuerzos haceis sin fruto, porque falta la vida de la Divina Voluntad! Habéis distribuido a la gente un pan sin la levadura del Fiat, y por eso, comiéndolo, lo han sentido duro, casi indigesto, y no sentiendo su vida en ellos, no se rinden a vuestras enseñanzas. Por tanto, ¡comed vosotros este pan del Fiat Divino! Tendréis así pan suficiente para darle a la gente, así formaréis con todos una sola vida y una sola voluntad.
El tercer llamamiento lo dirijo a todos, al mundo entero, pues todos sois hermanos, hermanas e hijos míos. ¿Sabéis por qué os llamo a todos? Porque quiero daros a todos la vida de la Divina Voluntad. Ella es más que el aire que todos podemos respirar, es como el sol del que todos podemos recibir el bien de la luz, es como el palpitar del corazón que en todos quiere palpitar; y yo, como niñita que soy, quiero, suspiro que todos toméis la vida del Fiat. ¡Oh, si supiérais cuántos bienes recibiréis, daríais la vida para hacerla reinar en todos vosotros!”
El Señor sólo nos pide que le digamos que “sí”; de lo demás se ocupa El. Nosotros pensamos a nuestros problemas, a lo que sufrimos, ¿pero quién piensa al dolor de Jesús por tantas cosas? “Es necesario pasar por muchas tribulaciones para entrar en el Reino de Dios”, decían los Apóstoles (Hechos, 14,22).
San Pedro nos dice: “Revestíos todos de humildad en el trato mutuo, porque Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes. Humillaos pues bajo la potente mano de Dios, para que os ensalce a su debido tiempo, dejando en El toda vuestra preocupación, porque El cuida de vosotros. Estad alerta y velad, que vuestro adversario, el diablo, como león rugiente va rondando, buscando a quien devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos dispersos por el mundo soportan los mismos padecimientos” (1 a Pedro 5,5-9).