Meditación Semanal
"Mi Parroquia Espiritual"
Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
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Catequesis sobre
la Divina Voluntad
Padre Pablo Martín Sanguiao
El Sagrado Corazón de Jesús
Junio 27, 2025
+ ¡Ave María! Queridos hermanos, el Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón Inmaculado de María muestran juntos el Corazón Divino del Padre, su Voluntad, y su palpitar eterno, que es su “me amas – te amo”. Y quiere que sea también nuestro, ¡el verdadero trasplante de Corazón! +
Queridos hermanos, después de la fiesta de la Eucaristía, el Corpus Christi, la Iglesia celebra la gran fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Si el Corazón de la Iglesia es la Eucaristía ‒ atención ‒, el Corazón de la Eucaristía, es decir, de Jesús, es el Corazón del Padre, o sea su Voluntad. Por eso el Corazón de Jesús manifiesta el Corazón del Padre.
Al día siguiente de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús la Iglesia celebra la del Corazón Inmaculado de María, el mismo prodigio, su unidad formada por el Amor, el mismo Triunfo de la Divina Voluntad, ¡su Reino! Ahora nos toca a nosotros tomar parte en su Triunfo. Por eso debemos solicitar con la oración y con todos los medios divinos a nuestra disposición el Triunfo de su Reino, como Jesús ha dicho, “busquemos ante todo el Reino de Dios y su Justicia” y la total destrucción del reino infernal, que el querer de hombres sin Dios quiere imponer en el mundo
La vida resulta del palpitar continuo del corazón, y antes que de nuestro corazón físico (lo primero que se forma al ser concebidos), viene del incesante “Te amo” del Corazón de Dios, que espera nuestra respuesta, pero cuando el amor no la recibe se convierte en dolor. Por tanto, nuestra vida, en cada instante, ha de ser respuesta de amor a Dios: ese es el verdadero sentido de la vida, su realización. Y la finalidad de la S. Misa es unirnos a la perfecta respuesta de amor que Jesús le da al Padre por todos nosotros. Si lo recibimos en la Eucaristía, el fin, el resultado ha de ser tener su mismo Corazón y, como El, tener como vida la Voluntad del Padre.
¿Pero qué cosa es el corazón? ¿Qué es lo que forma la diferencia entre un edificio cualquiera y una iglesia o una capilla, tal vez idénticos como construcción…? ¡El altar! ¿Y qué cosa es un altar y para qué sirve? Es el lugar en que ofrecemos a Dios algo nuestro y donde, a su vez, El nos ofrece algo suyo. En el ofertorio de la Misa le presentamos un poco de pan (una hostia) y un poco de vino, pero no basta: debemos presentar a Dios y ofrecerle lo que somos, lo que tenemos y lo que hacemos: nosotros mismos, nuestras cosas, nuestra vida junto con el pan y el vino, y Dios en cambio nos presenta y nos ofrece su Vida, transformando para nosotros ese pan y ese vino en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de su Hijo. Luego en la Consagración el Padre Celestial nos ofrece a su Hijo sacrificado por nosotros, para que lo recibamos en la Comunión. Por tanto, en el altar donde se celebra la Misa sucede un maravilloso intercambio, un “admirable comercio”, como lo llama la Iglesia. Es el lugar en que sucede esta entrega recíproca entre Dios y los hombres. El altar es por eso el sitio del encuentro, es el lugar del amor.
sta entrega recíproca entre Dios y los hombres. El altar es por eso el sitio del encuentro, es el lugar del amor. También nosotros tenemos un “altar” espiritual, que es nuestra voluntad; y un “altar” del cuerpo, que es el corazón fisico, del cual depende la circulación y la vida de todo el cuerpo. Es significativo el esquema de este órgano ‒podemos decir‒ formado por cuatro espacios internos separados por una pared vertical y por otra horizontal, en forma de cruz. Y que con su palpitar (contrayendose y dilatandose rítmicamente para hacer que circule la sangre y dar así vida a todo el cuerpo) esté reflejando o reproduciendo el “me amas‒te amo” infinito, eterno, que forma la Vida de las Divinas Personas en Dios.
Y lo que llamamos el corazón no sólo representa la sede de los sentimientos, de las alegrías y de las penas, del dolor y del amor, sino también la fuente de las intenciones y de las decisiones. “Del corazón de los hombres proceden las intenciones malas: fornicación, robos, homicidios, adulterios, avaricia, maldad, engaño, impureza, envidia, calumnia, soberbia, necedad. Todas esas cosas malas salen de dentro y contaminan al hombre” (Mc 7,21-23). El Evangelio habla de los que tienen el corazón endurecido y de los que son puros de corazón. El corazón debería ser el lugar del encuentro con Dios, el lugar del encuentro con su Amor. Por eso Dios prometó: “Os daré un corazón nuevo, pondré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré mi Espíritu en vosotros y haré que viváis según mis decretos y que observéis y pongáis en práctica mis leyes.” (Ez 36,26-27)
Para darnos una idea de cómo es el Corazón di Dios, imaginemos si el sol tuviera inteligencia, voluntad, sentimientos, y se viera solo: solo en medio de la nada… Imaginemos su dolor al no tener a quien dar su luz, su calor, su vida: ¡qué soledad, qué dolor para su amor! A él no le faltaría nada, no tendría necesidad de nadie, pero para él serían las palabras que Dios dijo cuando creó al hombre, Adán: “No es bueno que el hombre esté solo, quiero darle una ayuda que le sea semejante” (Gén 2,18). Así Dios formó de él a la primera mujer, Eva, de su costado, puesto que Adán y Eva eran figura de Cristo y de la Iglesia, su Esposa, nacida del costado de Cristo traspasado en la Cruz, de su Corazón. De él brotó sangre y agua, que los Santos Padres han visto como el símbolo de la Eucaristía y del Bautismo, que constituyen la Iglesia. De la muerte de Cristo procede nuestra vida.
Esas palabras, “no es bueno que el hombre esté solo, quiero darle una ayuda que le sea semejante”, primero Dios las había dicho a su Amor: “no es bueno que mi Amor esté solo, que sea estéril, que lo tenga para Mí; quiero tantos, tantos hijos semejantes a Mí, con quienes poder compartir mi vida, mi gloria, mi felicidad”. Por eso nos ha creado.
El Corazón del Padre es infinito, es absolutamente espiritual, pero se hace representar por el Corazón humanodivino de su Hijo. A imagen de su Corazón ha hecho el nuestro: nos ha dado un corazón físico, que representa el corazón moral, espiritual, que no sólo es la sede de los sentimientos y de las emociones, sino de donde nacen las intenciones y las decisiones, de donde procede lo que de nosotros depende y la finalidad que damos a las cosas. Es nuestra voluntad creada a imagen de la Suya y llamada a vivir con Ella en un solo Querer, a formar un solo Corazón.
Pues bien, habiendonos creado con infinito Amor para que fuéramos para El como otros tantos hijos, como su Hijo multiplicado, ¿cuál será su dolor cuando la mayor parte de esos hijos, tantos, no lo conocen, no lo aman como Padre, no viven como hijos, como si no fueran criaturas suyas? Prefieren creer que son fruto de la “casualidad”, de la materia, del mono ‒ ¡qué absurdo, qué insulto a Dios! ‒ antes que reconocer el testimonio que El nos ha dado y que todos llevamos innato en lo profundo de nuestro ser, como dice San Agustín: “Nos creaste para Ti y nuestro corazón no encuentra reposo sino cuando reposa en Ti”. ¡Y qué dolor, para el Corazón del Padre que con tanto amor nos ha creado uno por uno, cuando estas criaturas no lo reconocen como Padre ni lo aman! Sería el fracaso de su Paternidad Divina, pero Dios no puede fracasar… Y enconces, ¿cómo ha resuelto esta deuda de justicia para con su Amor? Haciendose criatura el Hijo, la segunda Persona Divina, y así Jesucristo ha dado respuesta al Padre, respuesta como Hijo en nombre de todos nosotros. Por lo tanto nosotros, para ser hijos, debemos ser encorporados a El, a Jesucristo.
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, tiene un Corazón divino, que es la Voluntad de las Tres Divinas Personas, y un Corazón humano, del cual ha dicho: “aprended de Mí, que soy manso y humilde de Corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas” (Lc 11,29). El Sagrado Corazón humano de Jesús representa y contiene su Corazón divino. Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, tiene por tanto dos voluntades, una humana y otra Divina, pero no ha vivido una doble vida, en ciertos momentos como Dios y en otros como hombre, sino siempre una sola vida como lo que es, Hombre y Dios. Dos naturalezas, por tanto dos voluntades perfectamente unidas en un solo Querer, Divino. Y de forma semejante es lo que ahora nos propone como don supremo de gracia, para poder decir como El dice al Padre: “Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío” (Jn 17,10).
De forma semejante a esta unión de voluntades, pensemos a lo que sucede en la Misa, cuando el celebrante pronuncia las palabras de la Consagración: en ese momento Jesús es el que habla con la boca del sacerdote y la voluntad del uno y del otro son una sola, se identifican en un solo querer y realizan el prodigio de la Eucaristía. En ese momento sucede un doble milagro: no sólo el pan y el vino se convierten en Jesús realmente presente, sino también el sacerdote: en ese momento ya no es él, sino que se hace una sola cosa con Jesús. Así debería ser para él y para todos nosotros 24 horas cada día, en cada cosa. Ese es el ideal divino, su sueño de amor, la finalidad de todo, eso es su verdadero Reino, de tal modo que el Padre, mirandonos a nosotros vea a Jesús, como antes, mirando a Jesús, eternamente nos ha visto a nosotros y por eso nos ha amado y nos ha creado.
Ya estaba en embrión, representado en la Santa Iglesia de los primeros tiempos: “La muchedumbre de los que habían creido tenía un corazón y un alma sola y ninguno tenía como propia cosa alguna, antes todo lo tenían en común” (Hechos, 4,32). Pero esta unidad halla el obstáculo del querer humano de cada uno, que quiere tener vida sin el Querer Divino: de ahí viene toda la fatiga y la lucha que vive la Iglesia en cada miembro suyo.
Por eso San Pablo dice: “Os exhorto yo, prisionero en el Señor, a comportaros de manera digna de la vocación que habéis recibido, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportandoos unos a otros con amor, tratando de conservar la unidad del espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo, un solo espíritu, como una sola es la esperanza a la que sois llamados, la de vuestra vocación; un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios Padre de todos, que está por encima de todos, obra por medio de todos y está presente en todos” (Ef 4,1-6). Le faltó añadir la palabra “un solo Corazón”, donde dice “un solo Señor”, pero va incluido.
Este ideal divino, el sueño de su amor, su verdadero Reino está perfectamente realizado en el Corazón Inmaculado de María. Jesús dice en el 2° Volumen de la Sierva de Dios Luisa Piccarreta (04.07.1899):
“Mi Reino estuvo en el Corazón de mi Madre, y eso fue porque su Corazón nunca estuvo agitado lo más mínimo, tanto que en el mar inmenso de la Pasión sufrió penas indecibles, su Corazón fue traspasado de parte a parte por la espada del dolor, pero no recibió el mínimo soplo de turbación. Por tanto, siendo mi Reino un reino de paz, pude extenderlo en Ella y sin obstáculo alguno libremente reinar”.
Y el 06.01.1900 Luisa dice: “Esta mañana he recibido la Comunión y, encontrándome con Jesús, estaba presente la Mamá y Reina y, oh, qué maravilla, miraba a la Madre y veía el Corazón de Ella convertido en el Niño Jesús, miraba al Hijo y veía en el Corazón del Niño a la Madre …”
El Triunfo del Corazón Inmaculado de María, prometido por Dios desde el principio y por Ella repetido en Fátima, no es sino el Triunfo de la Divina Voluntad como ha sido en Ella hace veinte siglos, y que ahora se ha de cumplir en sus hijos: es el cumplimiento en nosotros del Reino prometido.